Jueves, 25 de Abril 2024
Suplementos | III Domingo de Cuaresma

Agua para una sed inextinguible

«Me hiciste, Señor, para ti e inquieto estará mi corazón mientras no descanse en ti»

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«El que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna». WIKIPEDIA/«Jesús y la samaritana en el pozo», de Guercino.

«El que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna». WIKIPEDIA/«Jesús y la samaritana en el pozo», de Guercino.

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Ex. 17, 3-7.

«En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, fue a protestar contra Moisés, diciéndole: “¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestro ganado?” Moisés clamó al Señor y le dijo: “¿Qué puedo hacer con este pueblo? Sólo falta que me apedreen”. Respondió el Señor a Moisés: “Preséntate al pueblo, llevando contigo a algunos de los ancianos de Israel, toma en tu mano el cayado con que golpeaste el Nilo y vete. Yo estaré ante ti, sobre la peña, en Horeb. Golpea la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo”.

Así lo hizo Moisés a la vista de los ancianos de Israel y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la rebelión de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?”».

SEGUNDA LECTURA

Rm. 5, 1-2. 5-8.

«Hermanos: Ya que hemos sido justificados por la fe, mantengámonos en paz con Dios, por mediación de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido, con la fe, la entrada al mundo de la gracia, en el cual nos encontramos; por él, podemos gloriarnos de tener la esperanza de participar en la gloria de Dios.

La esperanza no defrauda, porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado. En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado.

Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores».

EVANGELIO

Jn. 4, 5-42.

«En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía.

Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber”. (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contestó: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no tratan a los samaritanos). Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”.

La mujer le respondió: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?” Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

La mujer le dijo: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. Él le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”.

La mujer le dijo: “Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”.

La mujer le dijo: “Ya sé que va a venir el Mesías (es decir, Cristo). Cuando venga, él nos dará razón de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.

En esto llegaron los discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’ Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba.

Mientras tanto, sus discípulos le insistían: “Maestro, come”. Él les dijo: “Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos comentaban entre sí: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿Acaso no dicen ustedes que todavía faltan cuatro meses para la siega? Pues bien, yo les digo: Levanten los ojos y contemplen los campos, que ya están dorados para la siega. Ya el segador recibe su jornal y almacena frutos para la vida eterna. De este modo se alegran por igual el sembrador y el segador. Aquí se cumple el dicho: ‘Uno es el que siembra y otro el que cosecha’. Yo los envié a cosechar lo que no habían trabajado. Otros trabajaron y ustedes recogieron su fruto”.

Muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él al oír su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el salvador del mundo”».

Agua para una sed inextinguible

El agua es un elemento sumamente apreciado para la sed multisecular de los pueblos y las naciones. También para el corazón del hombre, sediento de felicidad y la liberación total; porque la insatisfacción profunda es una constante del ser humano. Por eso la sed puede adquirir varios significados: unos materiales y otros espirituales. Tenemos sed de agua y de cariño, de dinero y felicidad, de pan y verdad, de cultura y dignidad, de paz y esperanza, de justicia y derechos humanos.

A medida que progresa la autosuficiencia material del hombre moderno va creciendo también su propia indigencia espiritual. ¿Cómo podemos llenar el vacío interior, fruto de la ausencia de valores auténticos y producto del materialismo consumista, de la manipulación ideológica y de la alineación en todos los órdenes? Ofertas no nos faltan, desde las más burdas hasta las más sofisticadas.

Las primeras se centran en los viejos demonios del tener y gastar, del poder y la gloria, del sexo y el alcohol, o su relevo actual de las drogas alucinantes. Y entre las ofertas modernas y pretendidamente espiritual proliferan las sectas seudo-religiosas, muchas de las cuales venden paz interior, equilibrio emocional, auto-control anímico, felicidad y dominio de sí mismo a muchos incautos, con tal que se sometan al indispensable lavado cerebral. Su final es el desencanto o la alineación inevitable.

En todo caso quedará siempre flotando en nuestro aire existencial la intuición genial y definitiva de aquel gran sediento de lo Absoluto que fue Agustín: Me hiciste, Señor, para ti e inquieto estará mi corazón mientras no descanse en ti.

El mismo Obispo de Hipona decía que el amor es la fuerza que nos mueve a actuar y por eso Dios, que quiere nuestra libertad, nos hace verdaderamente libres ayudándonos a vivir desde su Amor, desde su Espíritu. Pues, si no vivimos desde esa Fuente, conectados a ese Manantial de Amor que nos habita, seremos arrastrados, por la necesidad de nuestra sed, hacia pozos secos o aljibes de aguas enfermizas.

«Dame de beber» le pedía Jesús a la Samaritana, y también hoy nos lo piden nuestros contemporáneos en sus gritos sordos y en sus múltiples necesidades, desde las más elementales, como la ropa, comida, vida digna y justicia…, hasta las más radicales como la paz, el sentido y la felicidad… ¿Cómo ayudar a saciar tanta sed que hay a nuestro alrededor? ¿Cómo conectarnos con el manantial que en nuestro interior salta hasta la vida eterna para llevar esa frescura a nuestro mundo sediento? ¿Cómo ahondar en ese diálogo restaurador de nuestra identidad y así, con Jesús, ser «palabra viva» que despierta el amor y la libertad a nuestro alrededor?

Perspectiva de género

Ser hombre, ser mujer, es un modo aprendido de estar vertidos en la realidad. Esa versión aprendida culturalmente nos abre y cierra posibilidades. Es ingenuo pensar que hombres y mujeres son iguales, puesto que no se les han ofrecido las mismas posibilidades para realizarse. Es importante reconocernos, todos, primeramente, humanos.  Lo humano se nos da desde la acogida inicial en el vientre de la madre, en los brazos que dieron calor, en el cuerpo que brindó alimento, en las voces que nos arrullaron. Lo humano en hombres y mujeres es la ternura primigenia que nos configura para creer. La inclusión de la perspectiva de género en nuestra Iglesia nos prepara para estar vertidos en la realidad, no como hombres o mujeres que repiten estereotipos enajenantes, alienados e injustos, sino como humanos que desde la ternura van habitando la casa común, la creación de Dios.

Por ser cristianos. Los Evangelios dan testimonio del modo de proceder de Jesús: la encarnación del Hijo de Dios viene a transgredir las prácticas opresoras que se ejercían sobre las personas pobres e indefensas, entre ellas las mujeres. Los que dominaban desde el poder político, económico y religioso justificaban su statu quo como “voluntad divina”. Jesús desenmascara esta cultura de la simulación y nos revela el rostro de Dios: “la tierna compasión” que acoge, dignifica y prepara para ser personas enviadas a dar testimonio de ser buena noticia para toda la creación. La mujer, el hombre, los infantes, los pecadores, los enfermos, los ignorantes, los extranjeros, los pobres, todos tienen un lugar principal en la mesa del banquete.  Se justifica la “Encarnación”. Incluir la perspectiva de género en el trabajo eclesial es continuar transgrediendo al modo de Jesús el poder que domina y pretende anular la dignidad de los y las hijas de Dios, es trabajar como Jesús para que ninguna persona se pierda y tenga su morada en una cultura que nos haga hermanos, hermanas, hijos e hijas del mismo Padre misericordioso que nos creó hombres y mujeres a su imagen y semejanza.

Salvador Ramírez Peña, SJ-ITESO

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