Jueves, 18 de Abril 2024
Suplementos | XIX Domingo Ordinario

¡Estar preparados!

Velar hasta el regreso de Jesucristo significa acumular obras que podamos presentarle al final de nuestra vida

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Dichoso este siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene». WIKIPEDIA/Jam Luyken

«Dichoso este siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene». WIKIPEDIA/Jam Luyken

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Sb 18, 6-9.

«La noche de la liberación pascual fue anunciada con anterioridad a nuestros padres, para que se confortaran al reconocer la firmeza de las promesas en que habían creído.

Tu pueblo esperaba a la vez la salvación de los justos y el exterminio de sus enemigos. En efecto, con aquello mismo con que castigaste a nuestros adversarios nos cubriste de gloria a tus elegidos.

Por eso, los piadosos hijos de un pueblo justo celebraron la Pascua en sus casas, y de común acuerdo se impusieron esta ley sagrada, de que todos los santos participaran por igual de los bienes y de los peligros. Y ya desde entonces cantaron los himnos de nuestros padres».

SEGUNDA LECTURA

Hb 11, 1-2. 8-19.

«Hermanos: La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores.

Por su fe, Abraham, obediente al llamado de Dios, y sin saber a dónde iba, partió hacia la tierra que habría de recibir como herencia. Por la fe, vivió como extranjero en la tierra prometida, en tiendas de campaña, como Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa después de él. Porque ellos esperaban la ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.

Por su fe, Sara, aun siendo estéril y a pesar de su avanzada edad, pudo concebir un hijo, porque creyó que Dios habría de ser fiel a la promesa; y así, de un solo hombre, ya anciano, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como las arenas del mar.

Todos ellos murieron firmes en la fe. No alcanzaron los bienes prometidos, pero los vieron y los saludaron con gozo desde lejos. Ellos reconocieron que eran extraños y peregrinos en la tierra. Quienes hablan así, dan a entender claramente que van en busca de una patria; pues si hubieran añorado la patria de donde habían salido, habrían estado a tiempo de volver a ella todavía. Pero ellos ansiaban una patria mejor: la del cielo. Por eso Dios no se avergüenza de ser llamado su Dios, pues les tenía preparada una ciudad.

Por su fe, Abraham, cuando Dios le puso una prueba, se dispuso a sacrificar a Isaac, su hijo único, garantía de la promesa, porque Dios le había dicho: De Isaac nacerá la descendencia que ha de llevar tu nombre. Abraham pensaba, en efecto, que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos; por eso le fue devuelto Isaac, que se convirtió así en un símbolo profético».

EVANGELIO

Lc 12, 32-48.

«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes y den limosnas. Consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está su tesoro, ahí estará su corazón.

Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos.

Fíjense en esto: Si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. Pues también ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre''.

Entonces Pedro le preguntó a Jesús: "¿Dices esta parábola sólo por nosotros o por todos?" El Señor le respondió: "Supongan que un administrador, puesto por su amo al frente de la servidumbre, con el encargo de repartirles a su tiempo los alimentos, se porta con fidelidad y prudencia. Dichoso este siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene. Pero si este siervo piensa: 'Mi amo tardará en llegar' y empieza a maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a embriagarse, el día menos pensado y a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará severamente y le hará correr la misma suerte que a los hombres desleales.

El servidor que, conociendo la voluntad de su amo, no haya preparado ni hecho lo que debía, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, haya hecho algo digno de castigo, recibirá pocos.

Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más''».

¡Estar preparados!

El Señor presenta dos parábolas para hacerse entender que hemos de estar preparados para el momento en que llegue él a nuestro encuentro. La primera parábola trata de los criados que esperan, con la túnica puesta y las lámparas encendidas, a que regrese su amo de la boda, para abrirle en cuanto llegue, al llegar, el mismo amo se recoge la túnica para sentarlos a la mesa y servirles.

La segunda parábola nos habla del cuidado que tendría un padre de familia, si supiera a qué hora va a llegar el ladrón, por tanto, así como un buen marido y padre protege a los suyos, vigilando para evitar cualquier peligro, así cada uno debe estar atento, pues no sabemos a qué hora vendrá el Hijo del Hombre, sea en su segunda venida o sea en nuestra muerte.

La exhortación: ¡estar preparados! No es una invitación a pensar en cada momento de nuestra vida en la muerte, a pasar la vida como quien está en la puerta de casa con la maleta en la mano esperando el transporte que te trasladará a tu lugar de destino, sino que significa más bien estar en regla, contar con todo lo necesario.

Para el propietario de un establecimiento, un negocio, por ejemplo, un restaurante o tienda de la esquina, estar preparado no quiere decir vivir y trabajar en permanente estado de ansiedad, como si de un momento a otro pudiera haber una inspección, significa no tener necesidad de preocuparse del tema porque normalmente se tienen los registros en regla y no se practica por principio fraudes de ninguna clase.

Lo mismo sucede en el plano espiritual, el estar preparados significa vivir de manera que no hay que preocuparse por la muerte, sino que, durante toda nuestra vida, vayamos haciendo acciones, obras, que podamos presentar al final de nuestra vida ante la presencia de Dios, por tanto, podríamos preguntarnos ¿qué haríamos si supiéramos que vamos a morir dentro de poco tiempo? Creo que la respuesta tendría que ser, seguir haciendo lo que en ese momento estaríamos haciendo.

La receta para disfrutar de la tranquilidad de nuestra vida, es vivir en gracia de Dios y hacer lo que tenemos que hacer con responsabilidad, al cien por ciento, para que cuando la muerte llegue, Dios nos encuentre haciendo lo que tenemos que hacer.

De fe, esperanza y caridad

En los ámbitos personal y social, los seres humanos nos encontramos constantemente en situaciones problemáticas de índole y magnitud diversas. En algunas ocasiones la realidad puede presentarse complicada, abrumadora, desgastante o, incluso, aparentemente irremediable. Tal panorama genera en la persona una experiencia de desánimo y desolación, la cual muchas veces pareciera borrar de la memoria y del corazón sus vivencias previas de claridad y consuelo, de fe, esperanza y caridad. Tanto los textos del Libro de la Sabiduría como el de la Carta a los Hebreos de la liturgia de este domingo refieren cómo el pueblo de Israel, así como Abraham y su esposa Sara, mantuvieron la fe y la esperanza en el Señor aun ante escenarios desoladores y adversos. De aquí el gran júbilo de los israelitas y su hondo agradecimiento a Dios ante el episodio de la Pascua de liberación de su esclavitud en Egipto, y en el caso del patriarca y su esposa el gran consuelo y la esperanza ante las muestras que reciben de Yahvé: la promesa de la tierra prometida y el tener descendencia contra todo pronóstico.

La fe, esa “forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven” (Heb 11, 1), posibilita la esperanza, lo que impulsa siempre a la actitud y acción amorosa hacia los demás, a la caridad. No hay experiencia de fe, de Dios, que no haga surgir la esperanza ni la proyección de cariño y servicio al prójimo. Ahí, en la decisión de aceptar la iniciativa y presencia de Dios en nuestra vida aun si la realidad fuese complicada, radica la apertura a la experiencia de la fe, ese gran tesoro que se lleva en el corazón, en expresión del evangelio de san Lucas. Al respecto, san Ignacio de Loyola, conocedor de lo que la desolación provoca en el ser humano, señala en sus reglas de discernimiento sobre “las varias mociones” que en la persona se causan, que quien se encuentra en desolación puede, “con el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta” (Ejercicios Espirituales, núm. 320, regla 7ª) resistir al agobio y al desánimo. Tal actitud no es fácil de vivir, pero sí es una posibilidad real y apropiable para la persona que se anima a confiar en ese amor y auxilio divinos. Así es como se origina, fortalece y conserva ese tesoro de la fe que siempre desencadenará esperanza y amor.

Arturo Reynoso, SJ - ITESO

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