Viernes, 19 de Abril 2024

Ensayo de una memoria

Random House comparte un adelanto del más reciente libro de Sergio González Rodríguez con los lectores de EL INFORMADOR

Por: El Informador

Obra. Un trabajo desde la intimidad del autor. CORTESÍA

Obra. Un trabajo desde la intimidad del autor. CORTESÍA

Posición

La escritura, el sueño, las imágenes, los fantasmas. La aptitud intrusiva de ellos en cada quien como sendero literario.
Este es el mío.

Cualquier persona que se dedica o quiere dedicarse al uso de las palabras, puede intuir que aquellas que identificaría como palabras-clave en su vida se vinculan con su origen como operador de la letra. A ellas les ha otorgado, en forma consciente o inconsciente, tal estatuto a lo largo del tiempo.

Debido a las características del propio lenguaje, toda referencia personal a la palabra escrita implica el origen de ella: atribuida a la divinidad a través de un mensajero (Tot) que a su vez enjuicia los actos de los hombres mediante la facultad de registrar los pensamientos con una pluma en una tablilla. Ausencia y extrañamiento de la escritura.

El procedimiento para vincularse a tal ámbito, interconectado con otros que remiten a la historia del lenguaje, o más en particular, a la de la literatura y la autobiografía, que en alguien que escribe debe denominarse también biblio-hemerografía, se asocian a su vez con la posibilidad de la memoria.

Habita allí un trance retrospectivo que permite acceder a las palabras-clave que han sido fundamento y proyección del uso escritural propio que, como bien se sabe, se cumple en el círculo de la lectura.

Así, cuando se pronuncia el compuesto verbal palabras-clave, se anuncia por necesidad un término: relectura.

¿Relectura de qué? De lo vivido, de lo escrito, de lo registrado ante los sueños, las imágenes y los fantasmas: la alteridad que nos contempla y a la que intentamos escrutar.

Y escribir asimismo para evitar quizás el olvido, para conocer lo invisible que impulsa nuestros actos: la verdad trascendental.
Mi primera aproximación a la letra, por ejemplo, fue tijera en mano a los cuatro años de edad: buscaba leer y descifrar una palabra: “ExcelsioR”. El nombre de un diario.

La E inicial y la R última tenían un mayor tamaño que acrecía el acertijo. Como pude saber al paso del tiempo, esa palabra en su significado en latín se refiere a “alto”, o a “lo alto”. ¿Anticipación, truco inserto en el porvenir que permitirá a alguien, yo, hallar en tal episodio una fuente de mi escritura adulta en un par de diarios, y anunciar mi respeto a principios superiores?

El tajo de las tijeras en medio de cada letra descomponía tal significado, oculto a la mente infantil, para recomponerlo y configurar un juego que anticipaba reglas inexpresadas de corte, recorte y ensambles nuevos, rotatorios y en plan de fuga permanente. El experimento de un niño con una palabra-clave inicial que se muestra inmediata, destinada, transtemporal. La operación lingüística estaba abierta al futuro y al arbitrio personal, afectaría lo pretérito y se repetiría de mil modos en los años siguientes. Tris.

Resulta preciso abrir un tajo en la evocación temporal. Esta figura que la retórica denomina “elipsis”, sirve también para definir un rasgo significativo en la historia de mis palabras-clave. El tajo temporal se detiene por ahora en el momento en el que publico mi primer texto: un comentario sobre la cultura del rock hacia 1979. Al escribirlo, venía de diez años de ser bajista de un grupo de rock, mientras estudiaba y leía: la pugna personal entre el orden y el caos.

Poco a poco cambié el bajo eléctrico por el teclado de la máquina de escribir y, más tarde, el del ordenador de palabras.
La intersección de la letra y la música de rock en mi formación ha sido una puerta de entrada al deseo de experimentar el vaivén entre lo visible y lo invisible, al descentramiento y la búsqueda de lo anómalo, lo heterogéneo y la huida de la unilateralidad. Y, una y otra vez, las derivaciones contingentes a esos opuestos binarios en la propia escritura.

Mis palabras-clave remiten a semejante proceso intelectual y, de pronto, han influido a su vez en las percepciones espirituales, en la fantasmagoría que, entre corte y corte, crece para acecharme. Las diosas de la creación que obnubilan, decían los paganos: la “ninfolepsia” que avasalla.

Tengo pendiente realizar un proyecto en el que, médium de mí mismo, pondré en marcha un intercambio entre sonidos y palabras mediante una interfase digital apropiada que reproduzca la música tonal-atonal provista por un teclado dactilográfico, que estará conectado a un ordenador mientras escribo un texto específico (Charles Olson dirá: yo me adelanté a tu idea, en 1950 escribí “Projective Verse”, en el que planteo un escrito que “respire” a partir de la posibilidad del espacio en blanco o margen que ofrece la función del tabulador de la máquina de escribir).
El proyecto podrá realizarse a partir de un programa traductor de sonidos: a cada letra del teclado le corresponderá una nota y un tono, y los signos de puntuación marcarán los respectivos silencios. Al margen del valor musical, si acaso lo tuviera, el resultado del trasvase servirá para apreciar una forma distinta de abordar el género autobiográfico.

¿Dónde representarlo? La cuestión involucra un reto por el momento pospuesto: una bodega, un teatro, un prostíbulo, una terminal de trenes, un hotel, todos escenarios idóneos para tal acto. Lugares promiscuos. O quizás sea mejor proponer que el conjunto de sonidos se pierdan en la heteroglosia de la red.

“Teoría novelada de mí mismo” de Sergio González Rodríguez reproducida bajo el permiso de Literatura Random House

Sinopsis

El autor realiza una relectura de lo vivido, lo escrito y lo soñado. Como en todo regreso a un libro entrañable, el lector/autor se encuentra con marcas y subrayados que delatan sus obsesiones. Las de Sergio González Rodríguez, relector de sí mismo, están todas presentes en esas páginas: los sueños, los fantasmas, la violencia, las habitaciones de hotel, el cine, los vínculos entre rock y literatura.
 

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