Miércoles, 24 de Abril 2024

El volcán del Ceboruco ¡está vivito y coleando!

Este lugar tan cercano a Guadalajara ha sido escrito a través de la pluma de personajes tan letrados como Bernardo de Balbuena

Por: Pedro Fernández Somellera

Crucen el pueblo de Jala, a mano derecha van a encontrar un vallecito en donde la tierra hirviente deja escapar un vapor constante y sin olor. EL INFORMADOR/ P. Somellera

Crucen el pueblo de Jala, a mano derecha van a encontrar un vallecito en donde la tierra hirviente deja escapar un vapor constante y sin olor. EL INFORMADOR/ P. Somellera

Durante la apertura de la National Geographic Society, un reportero le preguntó a Alexander Graham Bell -uno de sus fundadores- sobre los temas que serían tratados por tan honorable institución. A lo que él sin titubear le contestó… “Solamente lo que se refiere al mundo y todo lo que hay en él” (¡corto de visión el señor!).
En nuestros días, este fantástico organismo publica algunas de sus actividades en la famosa revista que se distingue por el marco amarillo en su portada. Para muchos de nosotros, explorar sus páginas es un invaluable punto de referencia -al menos en espíritu- para nuestras excursiones.

Esculcando sus páginas, encontré algunas cosas interesantes sobre el Volcán Ceboruco, tan cercano a Guadalajara. Apuntes históricos ‘in situ’, relatos de quienes vivieron las erupciones del 1870, y datos geológicos por demás interesantes. Les platico.

“… en los días previos a la reventazón -decía un escrito- se escucharon diversos ruidos que herían los oídos; y luego un gran estallido semejante al de un cañón con el sordo rugido de una tempestad…”.

“… la columna de humo, en cuanto se elevaba, dejaba caer hilos negruzcos semejantes a aguaceros -contaban otros- y la tierra recibía la blancura de una plata bien pulimentada…”.

“… salían enormes columnas de humo cada diez minutos, formando hermosas nubes, unas veces blanquísimas, otras veces negras. En ocasiones el conjunto permanecía por algunos minutos sobre el aire, como si fuera un árbol; como el que describía Plinio el Joven durante la erupción del Vesubio…” decían algunos más letrados.

“… en toda aquella piedra negra y requemada, no hay árbol ni yerba alguna que aparezca, Y tiene una negrura tan extraña que parece sombra. Pareciera que desde arriba la derramaron a carretadas…”.
“… reventó con grandísimo estruendo, tanto que muchos de los que lo oyeron quedaron casi sordos. Asoló algunos pueblos que estaban en sus faldas; dicen que por que habían caído en el pecado nefando…”.

Algunas de las frases y expresiones que describían el suceso, salieron de la pluma de personajes tan letrados como Bernardo de Balbuena -capellán y gran hacendado de San Pedro Lagunillas- que describió el evento del 1592; o bien Mariano Bárcena, Juan I. Matute o Teodoro Fuentes quienes, en 1870 y patrocinados por el gobernador Ignacio L. Vallarta, fueron testigos estudiosos del evento. Además, el célebre pintor José María Velasco (1840-1912) con su lápiz y talento nos describió en este estupendo apunte sus emotivas impresiones: una imagen vale más que mil palabras.

-Si quieren encontrar un bonito lugar para acampar, les recomiendo el Ceboruco- nos dijo nuestro amigo el vigilante del sitio arqueológico de “Los Toriles” en Ixtlán, ya en Nayarit, a donde quisimos llegar como preámbulo de nuestra excursión al volcán. Vale muchísimo la pena.

Allá en la punta- nos decía el amigo -tendrán la mejor vista que puedan imaginar. Hay un camino empedrado que llega hasta las antenas. Dejan ahí el coche, y se van caminando hasta el cráter. Está parejito y bien marcado, pero no se confíen, porque montañas y mares no perdonan.                

Crucen el pueblo de Jala, pintado de rojos, blancos y negros, en donde encontrarán el caminito empedrado que va subiendo por las laderas del volcán entre bellos paisajes y repentinos cambios de vegetación. El clima va cambiando, y el frillito rico de la montaña comienza a aparecer en las alturas.

A mano derecha van a encontrar un vallecito en donde la tierra hirviente deja escapar un vapor constante y sin olor. En esos insólitos lugares quizás puedan encontrar con calma y respeto -algunas plantas y gusanos “termófilos” (que les gusta la caló, chico) que viven dentro de los calderos hirvientes sin mayor preocupación; solo obsérvenlos, pero no los molesten. Habrá que tener cuidado con las emanaciones, ya que pueden tener sustancias que, aunque no tengan olor, pudieran ser nocivas.

En el empedrado que llega hasta las antenas encontrarán espacio para el automóvil para, desde ahí emprender la caminata hasta el cráter. La vereda en ocasiones va entre campos de lava y planicies de ceniza negra, y en otras cambia de súbito a paisajes de rocas y helechos antediluvianos. Es un contento disfrutar esos paisajes. ¡Gócenlos. No los maltraten ni los grafiteen… cuídenlos por favor!

Una lástima es, que en aquel paraje tan singular, autoridades con poco criterio hayan hecho un dizque parador turístico que no sirve para nada. Cierren los ojos ante semejante barrabasada, y caminen por la veredita, disfrutando de la maravilla de estar caminando en el cráter de un volcán que actualmente está ¡Vivito y coleando!

YR

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