Jueves, 28 de Marzo 2024
Suplementos | Décimo Domingo Ordinario

El rostro de Dios

Para Dios Trino que ama inmensamente al hombre y a la mujer, este mundo, incluso en su aparente fragmentación, se vuelve su morada santa

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«El que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón». «Paloma del Espíritu Santo», de Gian Lorenzo Bernini.

«El que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón». «Paloma del Espíritu Santo», de Gian Lorenzo Bernini.

LA PALABRA DE DIOS

SEGUNDA LECTURA

2Cor 4, 13- 5, 1.

“Creemos y por eso hablamos”.

PRIMERA LECTURA

Gen. 3, 9-15.

“El Señor puso enemistad entre la serpiente y la mujer”.

EVANGELIO

Mc. 3, 20-35.

“Satanás ha llegado a su fin”.

El rostro de Dios

La espiral de violencia en la que estamos inmersos, y que parece que no tiene fin, nos vuelve seres fragmentados, sin vínculos. Esta situación nos puede llevar a la desesperación y al pesimismo que pueden provocarnos una percepción distorsionada del proyecto humano del Dios de Jesús. Nuestras percepciones distorsionadas nos hacen vivir en la trampa de la culpa eterna: todos somos culpables y por eso tratamos de expiar nuestras culpas con sacrificios o buscando “chivos expiatorios”. Esta distorsión nos impide tener la experiencia de Dios como una comunidad trinitaria que, inmersa en el dinamismo del amor, nos humaniza sanando, perdonando, incluyendo, compartiendo, celebrando. 

 Si nos dejamos engañar por este mundo fragmentado, le quitamos su verdadero nombre a Dios, y el ídolo que fabricamos en su lugar es un dios que, al apropiárnoslo, refuerza nuestra imagen distorsionada. Por lo tanto, este ídolo será tan omnipotente y violento como nosotros mismos, el cual puede hacer lo que le plazca con toda la creación.

Sin embargo, los cristianos creemos en el Dios encarnado, en el Dios cercano que se involucra en la historia y toma partido al lado de los pobres y oprimidos, para los cuales el mensaje de salvación que Jesús proclama en las “bienaventuranzas” se vuelve un evangelio que reconstituye un proyecto humano. El Dios de Jesucristo, al mostrar su rostro, reafirma su nombre: misericordia sin medida. Cuando estoy con mi rostro ante el rostro del otro, él es alguien para mí y yo soy alguien para él. El estar “cara a cara”, en igualdad de dignidad, es lo que a ambos nos hace personas. Persona a persona, es una relación de proximidad, de cercanía que nos va constituyendo como prójimos, es decir, alguien próximo, alguien cercano; y no como extraños, como cosas, como instrumentos, como insumos, como carne de cañón.

Es cierto que ante tanto dolor, miedo y rencor que ha provocado la violencia se dificulta el que los hombres y mujeres nos vinculemos humanamente. Pero para Dios Trino que ama inmensamente al hombre y a la mujer, este mundo, incluso en su aparente fragmentación, se vuelve su morada santa.

Salvador Ramírez Peña, SJ - ITESO

Solo déjate amar

“El que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón”; hay que tener en cuenta que estas palabras las pronuncia Cristo después que los fariseos intentan desacreditar sus milagros diciendo que los obra por el poder de Satanás. Algunos Santos Padres, como Atanasio, Hilario, Ambrosio, Jerónimo y Crisóstomo, consideraron que este pecado es aquella blasfemia que atribuye las obras del Espíritu Santo a los espíritus diabólicos, como ocurre en el episodio relatado en el Evangelio. San Agustín enseñó, en cambio, que este pecado es cualquier blasfemia contra el Espíritu Santo por quien viene la remisión de los pecados. Muchos otros después de San Agustín lo identificaron con todo pecado cometido con plena conciencia y malicia, y se llamaría “contra el Espíritu Santo” en cuanto que va en contra de la bondad que se apropia a esta divina Persona.

Santo Tomás, complementando estas tres interpretaciones señaló que “el pecado contra el Espíritu Santo es todo pecado que pone un obstáculo particularmente grave a la obra de la redención en el alma, que hace sumamente difícil la conversión al bien o la salida del pecado”; es decir, lo que nos hace desconfiar de la misericordia de Dios, la desesperación que excluye la confianza en la misericordia Divina, o nos alienta a pecar, la presunción que excluye el temor de la justicia, lo que nos hace enemigos de los dones divinos que nos llevan a la conversión, el rechazo de la verdad que nos lleva a rebatir la verdad para poder pecar con tranquilidad, y la envidia de la gracia fraterna o tristeza por la acción de la gracia en los demás y por el crecimiento de la gracia de Dios en el mundo. Y finalmente, lo que nos impide salir del pecado: la impenitencia, esa negativa a arrepentirnos y dejar nuestros pecados, y la obstinación en el mal, la reiteración del propósito de seguir pecando.

Evidentemente a este pecado no se llega de repente, sino después de haberse habituado en el pecado. La malicia de este pecado implica muchos otros pecados que van deslizando al hombre hasta rechazar la conversión. Dice Nuestro Señor que este pecado no será perdonado ni en este mundo ni en el otro. No quiere decir esto que este pecado no “pueda” ser perdonado por Dios, sino que es el hombre que de suyo no da pie alguno para el perdón, corta todas las vías para el arrepentimiento y la vuelta a Dios. Sin embargo, nada puede cerrar la omnipotencia y la misericordia divina, que puede causar la conversión del corazón más empedernido así como puede curar milagrosamente una enfermedad mortal.

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