Viernes, 29 de Marzo 2024

Dios dador de vida

Ahí donde otros no confían, tiran la toalla y solo ven muerte, Él intuye la vida

Por: Dinámica Pastoral UNIVA

PIXABAY

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LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA: Sab 1, 13-15; 2, 23-24 “Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo”.

SEGUNDA LECTURA: 2Cor 8, 7.9. 13-15. “Que la abundancia de ustedes remedia las necesidades de sus hermanos”.

EVANGELIO: Mc 5, 21-43. “¡Óyeme, niña, levántate!”.

Dios dador de vida

Estarán de acuerdo conmigo en que el regalo más grande que hemos recibido en nuestra existencia es el don gratuito de la vida, tanto física como cristiana. Ambas son el fruto de un amor más grande que nos ha precedido: el de nuestros padres y el de Dios.

El amor de Dios los podemos palpar en su presencia amorosa en medio de la convivencia humana: familia, amigos, vecinos. Existe un reflejo de la vida que Él nos da, en la alegría del amor de los esposos, en el ambiente festivo de los niños, en medio de los adolescentes y jóvenes que se abren a la vida y al amor, en la convivencia con los amigos, en el trabajo en equipo, en la solidaridad con los enfermos, pobres y marginados.

Pero en la vida, con frecuencia aparece también el dolor y el sufrimiento, la depresión y la tristeza, la enfermedad y la muerte. Hay mucha negación de la vida en este mundo, algunas naturales y otras por causa del hombre: guerra y hambre, egoísmo y explotación, violencia y opresión, odios y venganzas.

En el Evangelio de este domingo nos hemos encontrado con un Jesús que devuelve la vida a una niña; cura a una mujer de una enfermedad que nadie había podido curar, alaba su fe, es decir, les hace la vida más humana, suprimiendo muertes, enfermedades y ataduras “inhumanas”. Podemos afirmar que el Dios mostrado por Jesús es sumamente misericordioso. En medio del sufrimiento, del gran ruido de las multitudes, Jesús distingue la fragilidad y se dirige a ella; intuye la necesidad y se hace presente en ella. Ahí donde otros no confían, tiran la toalla y solo ven muerte, Él intuye la vida. Nos ha descubierto que hay algo que es más fuerte que el desánimo o la impotencia.

¿Nos reconocemos presentes tratando de mirar el sufrimiento desde la confianza? ¿cómo reaccionamos ante la fragilidad que se confunde con el barullo? ¿en nuestras sociedades, en nuestras comunidades, sentimos el impulso de dirigirnos hacia la fragilidad para llenarla de oportunidad?

Para que la vida definitiva sea deseada por todos, es necesario que estemos dispuestos a hacer deseable, a todos, la vida presente. No podemos desear vivir para siempre si la vida que ahora tenemos no nos merece en absoluto la pena. ¿Por qué habríamos de apetecer una vida más allá de la muerte, si la única que conocemos no nos permite vislumbrar en modo alguno su atractivo?

Dios nos pide no ser indolentes ante las necesidades de nuestra sociedad, incluso, en medio de nuestros bullicios, no da ejemplo de cómo manifestar ese rostro misericordioso para quienes más sufren y necesitan esa chispa divina que da vida en abundancia.

DECIMOTERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Un cañonazo para la transformación interior

Cada persona tenemos valores que guían nuestra vida como orientaciones vitales. El sentido de vida se conforma a partir de esas orientaciones, que se concretan en una forma de vivir, en un “modo nuestro de proceder”; es lo que hace que la vida tenga sentido. En determinadas situaciones, vivimos momentos de inflexión que nos llevan a un cambio de rumbo, nuestra vida da un giro que nos lleva a reconstruirla desde nuestros afectos, pensamiento, acciones y manera de ser. Vivimos una resignificación de los valores personales, un cambio estructural de la personalidad que orienta hacia nuevas posiciones vitales.

En Íñigo López de Loyola es muy claro este proceso, que le llevó a convertirse en el Ignacio de Loyola que llegará a fundar la Compañía de Jesús. Creció en la corte del rey Fernando el Católico como “un hombre dado a las vanidades del mundo, que principalmente se deleitaba en el ejercicio de armas, con un grande y vano deseo de ganar honra”, según describe Ignacio en su autobiografía. En 1521 es herido en la batalla de Pamplona por una bala de cañón que le destroza una pierna. Es un momento de inflexión en el cual inicia su proceso de conversión, a partir del cual su orientación vital cambia de rumbo, sus valores y deseos se resignifican. El efecto de ese proceso interior lo describirá como que “le parecían todas las cosas nuevas...”. Su experiencia espiritual quedará plasmada en sus Ejercicios Espirituales, que han resignificado la vida de muchísimas personas a lo largo de 500 años.

La Compañía de Jesús y la familia Ignaciana en todo el mundo celebran esa experiencia de conversión bajo el lema “ver todas las cosas nuevas en Cristo” como invitación a descubrir los momentos de conversión en nuestras vidas para re-descubrir aquello que da sentido a la propia existencia y a cuestionarnos si los valores que nos guían son los evangélicos para así construir una sociedad justa, incluyente y orientada por la reconciliación, el amor y la solidaridad. El ITESO desarrolló un programa de actividades para reflexionar y celebrar nuestra propia experiencia y sentido de vida. Más información en https://cui.iteso.mx.

Gerardo Valenzuela, SJ - ITESO

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