Jueves, 25 de Abril 2024

Cristo, Rey del universo

El juicio de Cristo está ya realizándose en el presente; el dictamen final no será más que hacer pública la sentencia que día a día vamos pronunciando sobre nosotros mismos con nuestra vida de amor o desamor

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros». WIKIPEDIA/

«Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros». WIKIPEDIA/"El Juicio Final", de Fray Angélico.

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Ez. 34, 11-12. 15-17.

«Esto dice el Señor Dios: “Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas. Así como un pastor vela por su rebaño cuando las ovejas se encuentran dispersas, así velaré yo por mis ovejas e iré por ellas a todos los lugares por donde se dispersaron un día de niebla y oscuridad.

Yo mismo apacentaré a mis ovejas, yo mismo las haré reposar, dice el Señor Dios. Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré. Yo las apacentaré con justicia.

En cuanto a ti, rebaño mío, he aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos”».

SEGUNDA LECTURA

1Cor. 15, 20-26ª.28.

«Hermanos: Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos. Porque si por un hombre vino la muerte, también por un hombre vendrá la resurrección de los muertos.

En efecto, así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida; pero cada uno en su orden: primero Cristo, como primicia; después, a la hora de su advenimiento, los que son de Cristo.

Enseguida será la consumación, cuando, después de haber aniquilado todos los poderes del mal, Cristo entregue el Reino a su Padre. Porque él tiene que reinar hasta que el Padre ponga bajo sus pies a todos sus enemigos. El último de los enemigos en ser aniquilado, será la muerte. Al final, cuando todo se le haya sometido, Cristo mismo se someterá al Padre, y así Dios será todo en todas las cosas».

EVANGELIO

Mt. 25, 31-46.

«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.

Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme’. Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’ Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’.

Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron’.

Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?’ Y él les replicará: ‘Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo’. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”».

Mira a tu rey montado en un asno

Con la solemnidad de Cristo Rey del Universo, de toda la creación, se cierra el año de la Iglesia. En el año litúrgico los cristianos van celebrando los misterios de la vida del Señor, y en este domingo termina un caminar, para iniciar una vez más, el siguiente año, el ciclo B.

La solemnidad del Rey que es Cristo, no es una evocación triunfalista, sino la alegría de los cristianos de ser de Jesús, de ser partícipes del Reino de Cristo, por la gracia del bautismo y su incorporación al Reino, a la Iglesia, sacramento de salvación.

El Reino de Cristo va por derroteros no sólo distintos, sino opuestos a los reinos de este mundo. Ni el dinero, ni el poder, ni las frágiles seducciones de los placeres y los honores mundanos están presentes en el Reino de Cristo.

Jesús, el Hijo de Dios, quiso ser aclamado por el pueblo sencillo la misma semana, en que consumó su obra redentora con su pasión, su muerte y su resurrección. Montado en un borrico entró a Jerusalén, la ciudad de David.

Muchas acusaciones necias llegaron a los oídos del gobernador Poncio Pilato, contra el Nazareno, allí ante sus ojos.

Era clara, patente, la envidia de los sacerdotes del templo, de los escribas, de los fariseos, porque la luz de Jesús de Nazaret los había deslumbrado y había puesto en evidencia sus maldades, sus interiores tinieblas.

Sólo una acusación hizo temblar el gobernador romano. Le dijeron que ese, ese que ante él estaba, era nada menos que “el rey de los judios”, y como Pilato era el guardián de los intereses del emperador, del pueblo romano, le preguntó: “Luego, ¿tú eres rey?”. Qué fácil hubiera sido si Jesús negara, pero su respuesta fue clara, categórica: “Tú lo has dicho. Yo soy Rey. Pero mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis vasallos habrían venido a defenderme de ti y de los judíos”. 

“Mi reino no es de este mundo, pero se inicia en este mundo, aquí en la tierra, si se acepta; o no se inicia, si se rechaza. Es el gran misterio de Cristo, y en su obra aparece siempre el otro misterio: el del libre albedrío del hombre. Ser o no ser del Reino es responsabilidad de cada humano: si acepta con la fe o con la incredulidad rechaza.

Cristo, el Rey pacífico, es el Rey pastor que busca a sus ovejas, las congrega, las reúne, las apacienta, las guía y las conduce desde el tiempo hasta la vida eterna.

José Rosario Ramírez M.

Cristo Rey

Estamos ya lejos de las monarquías, de los reinos y de los reyes. Si hoy celebramos la fiesta de Jesucristo Rey del universo, entonces se trata de la misma palabra hoy en día tan lánguida y fantasmal: rey, pero con un contenido muy diferente. 

Sabemos que los evangelios no hablan primeramente de nosotros, sino que anuncian la Buena Nueva del verdadero ser de Dios en su relación con nosotros. El evangelio habla primeramente de Dios. Y, por tanto, en Él encontramos qué quiere decir que Jesucristo es Rey. “Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas” (Ez, 34, 11); “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22). En estas dos frases tenemos una respuesta: ser Rey es ser pastor: velar, sanar, rescatar. “Yo las apacentaré con justicia” (Ez, 34, 17).  

Ser Rey es realizar la justicia. Pero la justicia de este Rey no es “dar a cada uno lo que merece”, no es esta justicia débil y ensombrecida que nosotros pensamos. “Enseguida será la consumación, cuando, después de haber aniquilado todos los poderes del mal, Cristo entregue el reino al Padre” (1 Cor, 15, 26). Esta es la justicia del Rey: la destrucción definitiva de todos los males que nos han lastimado, que nos lastiman y nos lastimarán; la transformación de nuestro propio corazón y de todo el universo que también “sufre con dolores de parto”. Y “el último de los enemigos en ser aniquilado será la muerte” (1 Cor 15, 28). Y esto es también lo que dice el evangelio de San Mateo: no son los “malos” los que desaparecerán para siempre, sino el mal enraizado en nuestro corazón, porque al final todos seremos ovejas. 

“Y cuando todo haya sido sometido, Dios será todo en todas las cosas” (1 Cor, 15, 28). Esto es lo que celebramos hoy. Celebramos a Aquél cuya bondad y misericordia nos acompañarán todos los días de nuestra historia. ¡Viva Cristo Rey!

Héctor Garza Saldívar, SJ - ITESO

Amor, pregunta de examen

La escena del juicio final, según la parábola que este domingo nos presenta la liturgia, nos plasma un grandioso cuadro apocalíptico. Destinatarios y sujetos de ese juicio son todos los hombres. En esto se diferencia esta parábola de todas las demás, que se orientan a los discípulos, a los cristianos, a la comunidad de la Iglesia. Aquí se habla de todas las naciones.

El código, la ley y el programa de examen para el juicio final no serán otros que el amor al hermano. Así lo entendió San Juan de la Cruz: “En el atardecer de nuestras vidas seremos examinados en el amor”. El hecho de que Cristo se identifique con los pobres, los marginados y los que sufren, y además los llame sus hermanos menores, nos descubre cuán lejos está de la doctrina y conducta de Jesús toda idea triunfalista. 

Las seis maneras de amar al prójimo, que Jesús detalla en su enumeración de gestos de amor, obras de misericordia, no tienen carácter de elenco exhaustivo y menos aún exclusivo. El hacer gravitar el juicio sobre el amor al hermano necesitado, se produce una concentración en la realidad cristiana fundamental que lo engloba todo: el amor. Porque amar es cumplir la ley entera.

El juicio de Cristo está ya realizándose en el presente de nuestra vida. El dictamen final no será más que hacer pública la sentencia que día a día vamos pronunciando sobre nosotros mismos con nuestra vida de amor o desamor. Los hombres seremos juzgados según la aceptación o el rechazo de Cristo a quien no vemos en carne y hueso, pero que se identifica con cuantos sufren en la tierra de los hombres. El prójimo es así la pantalla de nuestra vida, el video para leer nuestra conducta, el espejo para recomponer nuestra figura cristiana, porque “quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. La sensibilidad y solidaridad efectivas ante el dolor ajeno son la medida exacta de nuestro cristianismo.

Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, nuestro culto debe reflejar el culto de nuestra vida. El culto completo del discípulo de Cristo se expresa en la solidaridad con el pobre, el que sufre, el hermano menor de Jesús. El compromiso efectivo de nuestra fe se comprueba al ras de la vida, en el empeño por la promoción del necesitado.

En el acto penitencial, al comienzo de cada celebración Eucarística, hemos de examinarnos en el amor, antes de presentar nuestra ofrenda ante el altar. Este examen de amor es vigilancia cristiana. El ver como lejano el juicio es un engaño, porque está ya presente. Por eso cada domingo hemos de repetir conscientemente, y hoy más que nunca, en nuestra profesión de fe: Creemos que el Señor “vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos; y su Reino no tendrá fin”.

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