Viernes, 29 de Marzo 2024

Creo en la Iglesia que es una, Santa, Católica y Apostólica

Para que se entienda más y mejor a la Iglesia, Jesús presenta una parábola: “Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña... pero crece y se convierte en el mayor de los arbustos...”
 

Por: El Informador

En este domingo undécimo ordinario del año, la palabra de Dios invita a meditar sobre el Reino fundado por Cristo. NOTIMEX/Archivo

En este domingo undécimo ordinario del año, la palabra de Dios invita a meditar sobre el Reino fundado por Cristo. NOTIMEX/Archivo

LA PALABRA DE DIOS

Primera lectura

Ezequiel 17, 22-24

“Echará ramas, dará fruto y se convertirá en un cedro magnífico. En él anidarán toda clase de pájaros y descansarán al abrigo de sus ramas”.

Segunda lectura

Segunda carta de san Pablo a los corintios 5, 6-10

“Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida”.

Evangelio

San Marcos 4, 26-34

“El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece”.

Creo en la Iglesia que es una Santa Católica y Apostólica

Cada domingo los fieles, de pie y con voz clara, después de profesar su fe en un solo Dios en tres personas distintas, también hacen profesión de fe en la Iglesia, porque son bautizados, porque son parte, porque todos -unidos- son Iglesia y “ella misma es objeto de fe” (Pablo VI, 1973).

En este domingo undécimo ordinario del año, la palabra de Dios invita a meditar sobre el misterio de la Iglesia, el Reino fundado por Cristo y que lleva un fecundo caminar de veinte siglos en la historia de la humanidad.

La Iglesia es en Cristo como un sacramento. O sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano. La Iglesia es el lugar en el que Cristo habita. Muchos jóvenes muestran cierto interés por la persona de Cristo, con una fe muy débil y muy poco aprecio por la Iglesia. Más ignorancia que mala fe reflejan, al sostener que son “cristianos, pero sin Iglesia”.

Ésta es su ignorancia, porque Cristo, el Verbo de Dios, en su vida pública, con sus enseñanzas y sus milagros, buscó atraer a quienes desearan seguirlo. Su acción fue convocar. Jesús llama, convoca.

El mismo nombre Iglesia significa asamblea, convocación, comunidad, Pueblo de Dios, redil, viña, labranza, campo de Dios, construcción de Dios, Templo Santo y otros nombres más; pero todos con la única idea de que quien acepta a Cristo como salvador, como único mediador ante el Padre, es para seguirlo desde adentro, es decir donde peregrinan sus seguidores, sus discípulos.

No se puede entender a Cristo sin la Iglesia, que es obra suya y, como se ha dicho, “nacida del costado abierto por la lanza”, y está en marcha desde que el Espíritu Santo prometido descendió sobre los apóstoles, y éstos partieron a predicar y a bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y ya todos bautizados, hechos hijos de Dios, fueron formando el cuerpo, la Iglesia, cuya cabeza es Cristo. Si buscan a Cristo, lo encontrarán en la Iglesia, donde habitará “hasta la consumación de los siglos”.

¿Con qué compararemos al Reino de Dios? Jesús, el gran Maestro, pone en sencillas parábolas la profundidad de los grandes misterios, para que los entiendan los humildes, los sencillos. Invitar con aquéllas a entrar en el Reino, es un rasgo típico de su enseñanza. Además de las parábolas del Reino, son también parte de su mensaje las parábolas de la misericordia, del amor que perdona, del amor a los pecadores.

Para que se entienda más y mejor a la Iglesia, Jesús presenta una breve parábola, signo del inicio y el desarrollo del Reino. “Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas... pero crece y se convierte en el mayor de los arbustos... los pájaros pueden anidar a su sombra”.

La Iglesia nació con un grupo de galileos sin letras, sin poder, sin dinero, sin recomendaciones humanas, sin prestigio. Ante los ojos del mundo esa pequeñez inicial fue desconcertante, y tal vez hasta le augurarían una efimera duración, perseguidos, encarcelados...

En los inicios de la Iglesia, Pablo se presentó en Corinto ante griegos y judíos, y les preguntó: “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está  el docto? ¿Dónde el intelectual de este mundo? ¿No ha hecho Dios necia la sabiduría del mundo? Los judíos piden milagros, los griegos exigen sabiduría; pero nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los griegos; un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Miren hermanos, no hay ante nosotros muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Antes bien, Dios eligió la necedad del mundo para confundir a los sabios, y eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes”. (la. Cor. 1, 20-27).

José Rosario Ramírez M.

¡Qué grande es el grano de mostaza!

Este domingo nos enfrentamos a las provocaciones, nuevamente, de Jesús, que nos hace girar 180 grados a lo pequeño, lo débil, la pobreza, la vulnerabilidad, para hablarnos y hacernos entender lo verdaderamente importante, trascendente y majestuoso.

Es necesario convencernos, hoy nos ayuda a entenderlo el profeta Ezequiel, que Dios elige las realidades más humildes para realizar un diseño de grandeza. Pero toda la operación debe atribuirse a él exclusivamente, por eso dice que no tiene necesidad de los árboles altos, sino que quiere ensalzar a los árboles humildes, los pequeños.

En este punto es preciso señalar que no se trata de hacer menos y buscar el poco o nulo desarrollo de la persona, sino todo lo contrario, por eso se habla de la grandeza del grano de mostaza, pero su grandeza no está en la ostentación y desprecio del otro, sino en el servicio que presta, al grado que los pájaros puede en sus ramas que han crecido hacer sus nidos.

El logro y desarrollo, al que todos debiéramos estar obligados y comprometidos desde nuestra fe, no se grita y se aparenta, se ejecuta, como la semilla sembrada, que pasan los días y las noches y sin que el sembrador sepa cómo, la semilla germina, crece… y da fruto. Es urgente estar atentos, para no confundir el método de Dios con las astucias y cálculos de los humanos.

Dios es quien hace crecer, pero toca a nosotros dar los frutos, los frutos en ocasiones no serán directamente generados por uno mismo, seremos medio, como lo es la semilla de mostaza, que da fruto, con más mostaza y favorece que en sus ramas surja la vida, de los nidos que la pueblan.

Hacer vida la fe, es generar, es crecer, es multiplicar, es dar fruto, pero nunca a través de la opresión, o destrucción del otro, o incluso sin saberlo de uno mismo, el fin no justifica los medios, el crecimiento integral debe ser acorde a los medios y procesos del mismo.

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