Jueves, 18 de Abril 2024

La herencia

¿Cuál es el legado que deja Enrique Peña Nieto después de seis años al frente de la Presidencia de la República?

Por: Enrique Toussaint

La herencia

La herencia

Hace un lustro, México aparecía en la portada de The Economist. En lugar de un OVNI, era un sombrero que ascendía vertiginosamente. Se hablaba del “momento mexicano”. Thomas Friedman, articulista del NYTimes, se maravillaba del México industrial y pujante. Enrique Peña Nieto “salvaba a México” en la portada del Time. Era más fácil leer las intenciones de Peña Nieto en la prensa internacional que en los medios nacionales. Algún despistado le pedía a Matteo Renzi que siguiera la ruta del exitoso mexiquense.

Todo se derrumbó. Seis años después, nadie defiende la gestión de Peña Nieto. La prensa internacional lo culpa del ascenso de Andrés Manuel López Obrador y los casos de corrupción se apilan a diario en la prensa nacional. Peña Nieto pasó de ser el joven mandatario reformista y pragmático, a ser el símbolo de la corrupción, los negocios al amparo del poder y la frivolidad. Como castillo de naipes, su proyecto se desmoronó y sólo 18% de los mexicanos aprueban su gestión al frente del Ejecutivo Federal. El salvador de México, como lo calificó el Time, se despide como el Presidente más repudiado de la historia del país.

En el contexto de su último informe de Gobierno, ¿cuáles son los legados más nocivos que dejan estos seis años del peñanietismo? ¿Qué errores serán recordados por los historiadores y vivirán con nosotros durante muchos años más?

El primero: la corrupción como sistema. El problema de la administración de Peña Nieto no es que hayan existido casos de corrupción. Eso pasa, ha pasado y pasará. La grave herencia es la corrupción como sistema de saqueo desde la cúpula del Gobierno para favorecer al PRI y enriquecer al grupo más cercano al Presidente. Odebrecht, la estafa maestra, Higa, los gobernadores, todo responde a la misma lógica: empresas fantasma, cuentas offshore o  acuerdos opacos para beneficiar al proyecto político del Presidente y su partido. Los primeros síntomas surgieron desde la campaña con los casos Monex y Soriana. El secuestro de las instituciones y del Estado como la cúspide de la corrupción política.

El segundo legado imborrable es la utilización partidista de las instituciones. Muchas veces no se visualiza así, pero el secuestro político de las instituciones es corrupción. Y no sólo es corrupción, sino que garantiza el reinado de su mellizo: la impunidad. Esta utilización facciosa de las instituciones quedó de manifiesto con una PGR que actuó de brazo político del Ejecutivo o una Secretaría de la Función Pública que se erigió en abogado defensor de la Presidencia. Hasta la Cancillería, respetada mundialmente por su sólida doctrina de política exterior, sirvió a los intereses viles del régimen. ¿O qué decimos de la SEDESOL con Rosario Robles? El PRI restauró el patrimonalismo agravado desde el Gobierno, secuestrando a las instituciones para beneficio de un proyecto político. Peña Nieto quiso gobernar el México plural del siglo XXI con las recetas que le dieron “resultado” en Toluca.

El tercer lastre: la violencia en su nivel más alto de la historia. Peña Nieto prometió reducir los homicidios en un 50%. Sin embargo, el actual mandatario deja la Presidencia con un incremento de 33% en homicidios y la captura de amplias porciones del territorio nacional. De la misma forma, los intentos de transformaciones en las policías fracasaron: el mando único y la gendarmería. No sólo eso, el continuismo con la estrategia del ex presidente Felipe Calderón supuso que en 11 años más de 250 mil mexicanos hayan sido asesinados. Con una tasa de impunidad que supera el 99 por ciento. La radiografía del fracaso de Peña Nieto se lleva entre las patas a los ministerios públicos, las policías, el Poder Judicial y todo la cadena encargada de hacer justicia en este país.

En cuarto lugar, la derrota del discurso de las reformas. Por décadas, las reformas y la democratización fueron los conceptos rectores de la transformación política en México. Una aspiración que se estrellaba con la tozuda realidad cada sexenio. Y a pesar de haber sido eficaz y tener como resultado la aprobación de 13 grandes modificaciones constitucionales, las reformas quedaron atadas a la impopularidad y la corrupción del proyecto de Peña Nieto. No todo es malo en las reformas, incluso la administración entrante sólo ha puesto en entredicho la reforma energética y la educativa. Las políticamente más explosivas. Empero, no ha dicho nada de la de telecomunicaciones, la financiera o la política. Las reformas ya no seducen como antes y un presidente que apostó todo al éxito de las reformas, se quedó sin discurso, sin relato y sin proyecto.

En quinto sitio, Peña Nieto destruyó el sistema de partidos. El Pacto por México fue una innovación que le supuso al Presidente una innegable eficiencia a la hora de procesar las reformas constitucionales que marcaron la primera parte del sexenio que se acaba. Sin embargo, supuso la erradicación de la oposición parlamentaria y trasladó los contrapesos a la sociedad civil, y al proyecto de López Obrador. Sin darse cuenta, Peña Nieto cohesionó al sistema en un solo proyecto (las reformas) y abrió la puerta a la consolidación de una grandísima fuerza antisistema (Morena). Un partido que controlará el Congreso y que obtuvo el mayor apoyo popular desde 1991. La exclusión de López Obrador  pavimentó su camino a la Presidencia.

Y el último legado nocivo: la regresión en muchas libertades y derechos. Este sexenio estuvo marcado por la persecución de la disidencia. Periodistas y activistas espiados desde el poder; carretadas de dinero a medios nacionales para silenciar; ningún avance en materia de extensión de derechos; clientelismo y corporativismo al máximo nivel. Peña Nieto no supuso la restauración del viejo régimen como más de alguno presagiaba en 2012, pero sí una agenda que limitó libertades y significó retrocesos en muchas arenas.

No me atrevo a decir cómo recordará la historia a Peña Nieto. Sin embargo, lo que sí podemos afirmar es que el presidente priista significó un antes y un después para México, su sistema de partidos y el régimen de la transición. Peña Nieto sepultó muchas cosas y no sabemos cuál será el derrotero del horizonte político que tenemos frente a nosotros. Eso sí, el sexenio de Peña Nieto pervivirá en nuestra memoria como ese periodo en donde la corrupción y la impunidad se institucionalizaron al máximo nivel. Y es que el desastre que nos hereda no se puede maquillar con spots que buscan reescribir y reinterpretar una historia de la que fuimos testigos.

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