Miércoles, 08 de Mayo 2024

Aceptamos la muerte

Hace tiempo que, tanto gobierno como sociedad, admitimos que convivir con el virus significaría mucha muerte

Por: Enrique Toussaint

ILUSTRACIÓN/ EL INFORMADOR • E. Victoria

ILUSTRACIÓN/ EL INFORMADOR • E. Victoria

Es trágico. En México, una persona muere al minuto por COVID. Hasta más, como el jueves pasado. Se van apagando vidas mientras miles de personas buscan desesperadamente tanques de oxígeno para aferrarse a una última esperanza. Los hospitales están rebasados. Familias enteras que vagan por la ciudad en busca de una cama para su ser querido que se debate entre la vida y la muerte. El personal médico no puede más. Dan todo y un poco más. El Gobierno se sabe con poca credibilidad. Cada quien se aferra a lo que tiene. Sálvese quien pueda. O sálvese quien pueda pagar por seguir vivo. Un drama.

Hace un año, China comunicaba a la Organización Mundial de la Salud (OMS) que había identificado un virus extraño, altamente contagioso y letal, posiblemente proveniente de mercados de animales en Wuhan. El bicho se extendió rápidamente, confinó a toda Europa y se ha llevado la vida de millones de personas. El COVID cambió nuestra vida en un abrir y cerrar de ojos.

En México, el gobierno abrazó el negacionismo hasta que la realidad le golpeó la cara. Se apostó por un confinamiento suave. Quédate en casa, pero si no te quedas no pasa nada. El progresismo nacional, la pseudo izquierda, nos decía que no podíamos confinarnos porque una buena parte del país depende de su chamba diaria. Sin embargo, tampoco obligaron a los privilegiados. Tampoco habilitaron partidas presupuestales para proteger a los empleos y a las empresas. Los pobres a trabajar y a morir. Los ricos a trabajar -o descansar- y a pagar sus hospitales. Nada que no conozcamos. El gobierno prefirió la ortodoxia económica, salvar al Tren Maya y a Dos Bocas, antes que rescatar los millones de empleos que se destruían.

10 meses después, el saldo es imposible de maquillar: un decrecimiento que estará entre el 8 y el 10%, la pobreza laboral (quien trabaja, pero es pobre) pasó del 37 al 45% de la población, y la pobreza extrema superó a 10 millones de mexicanos. Y este costo económico no supuso salvar vidas. En México han muerto 146 mil personas por COVID. El cuarto país en el mundo. Es difícil encontrar matices: es un desastre.

Estamos concluyendo la semana más fatal desde que comenzó la pandemia. Y el Gobierno, inmóvil. Decreta semáforos. Algunos estados pelan lo que dice Hugo López-Gatell y otros lo mandan por un tubo. La economía manda. El trumpismo de la 4T. Nada de obligar a usar mascarilla, nada de actuar ante las cifras tan duras, nada de apoyar a los sectores más golpeados por la pandemia. El Gobierno de México juega al darwinismo social: qué sobreviva quien pueda. Es una irresponsabilidad.

Sin embargo, me pregunto: ¿no es el precio que aceptamos pagar? ¿No es un contrato al que parece que ya accedimos? Desde que concluyó el confinamiento en junio, el Gobierno abdicó en su labor de proteger la vida de las personas. Y las personas, la sociedad, abdicamos en nuestra obligación de protegernos. El COVID nos demuestra hasta qué punto vivimos en una sociedad deshilvanada y sin capital común. Un Gobierno incapaz e ineficiente, y una sociedad insensible con el dolor ajeno.

Qué poca empatía tenemos por el sufrimiento del otro. Qué poca empatía tenemos por esa enfermera que lleva semanas sin tomar descanso porque la pandemia no pierde velocidad. Nos fuimos creyendo eso de que convivir con el riesgo, con el virus, es aceptar una cantidad infame de muertes. Es responsabilidad individual. ¿De verdad? No niego que cada quien sea responsable de usar gel antibacterial, mascarilla. Guardar distancia y solo salir a o imprescindible. Sin embargo, ¿es responsabilidad individual que no puedas conseguir una cama en un hospital? ¿es responsabilidad individual que tu patrón obligue a trabajar de forma presencial a sabiendas del riesgo? ¿es responsabilidad individual que sea imposible encontrar oxígeno médico? No, no lo es. Es responsabilidad de aquellos gobiernos que han apostado por desaparecer los servicios públicos. Por tener un sistema de salud deficiente y sin capacidad para reaccionar frente a contingencias como la que enfrentamos.

La visión más reduccionista del Estado considera que éste existe para proteger nuestra vida -seguridad- y nuestras propiedades. Seamos claros: la falta de un plan concreto del Gobierno para proteger las vidas de los mexicanos supone fallar a su misión original e innegable. Negarse a hacer confinamientos duros en lugares de alta transmisión es sinónimo de tolerar la muerte. Es aceptarla. Si se tomaran las decisiones correctas hoy no estaríamos lamentando tanta muerte. Y sí, con un gobierno menos terco y ortodoxo en materia económica también se podría poner en marcha un plan ambicioso de rescate de los empleos y las empresas. Sin embargo, el Presidente no lo quiere. Él tiene un plan preestablecido para el sexenio y no permite que la realidad le mueva ni un ápice de ese horizonte que construyó.

Lo triste es la consecuencia: la muerte. Las cifras se amontonan una encima de otra sin que podamos sentarnos a pensar la cantidad de vidas que se extinguen. El drama de morir sin tus seres queridos a un costado. Esto es antihumano. ¿Qué está esperando el Gobierno para ordenar cierres masivos y todos a casa? ¿Hay alguna otra forma de detener la alta transmisión o es que ya no lo queremos detener? ¿Qué está esperando para poner la vida de las personas por encima de los criterios económicos? ¿Cómo le pide a la gente que se encierre si todo está abierto?

A quien defendemos la intervención del Gobierno y la “mano dura” para combatir a la pandemia nos dicen autoritarios, conservadores y hasta liberticidas. Dicen que no debemos obligar a nadie a usar mascarillas y que el resguardo en casa es opcional. “Lo vamos a hacer por el convencimiento”, decía López Obrador (¡qué convencimiento! 10 meses después y no lo logra). Bueno, incluso Morena se subió al asesinato, cruel e inaceptable, de Giovanni López queriendo culpabilizar a Enrique Alfaro porque el gobernador había reclamado la obligatoriedad del cubrebocas. A ese nivel ha llegado el cinismo y la mezquindad política.

Los que queremos mayor firmeza nos ponemos del lado de la salud y la vida. No soslayo los criterios económicos, pero esos deben atenderse a través del redireccionamiento de partidas presupuestales, pero la economía se puede recuperar… las vidas nunca. Qué vergüenza que como sociedad estemos aceptando que un mexicano muera por COVID al minuto. El futuro nos volteará a ver y nos dirá que fracasamos. Fracasamos no solo como individuos, sino como sociedad.

Aceptamos las muertes y eso es inaceptable.

JL

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