Domingo, 07 de Diciembre 2025

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Primero los pobres… pero sin convertirlos en rehenes

Por: Guillermo Dellamary

Primero los pobres… pero sin convertirlos en rehenes

Primero los pobres… pero sin convertirlos en rehenes

Hay ideas que nacen limpias, como agua de manantial. “Primero los pobres” es una de ellas. Es una brújula moral, un recordatorio de que la dignidad humana no debe ser un privilegio, sino el punto de partida de cualquier proyecto de nación. En su esencia, la frase es justa. Necesaria. Irrenunciable.

Pero algo ocurre cuando una buena idea se vuelve mecanismo político: deja de ser manantial y se convierte en charco estancado. Y un charco, aunque humedece, no transforma la tierra. Así pasa con los programas que solo reparten dinero: alivian un instante, pero no cambian el destino.

La justicia social no se edifica con depósitos mensuales, como si el desarrollo fuera una nómina que se pasa de generación en generación. Repartir sin construir es como alimentar a un viajero hambriento, pero negarle el camino. Sí, calma el estómago, pero deja inmóvil el futuro.

Un país que realmente quiere poner primero a los pobres debe llevarlos a la primera fila del crecimiento, no de la dependencia. Eso significa infraestructura y oportunidades, no solo subsidios. Escuelas donde el talento se desarrolle, hospitales donde la salud no sea hacer largas filas, vivienda donde la dignidad tenga techo, transporte que facilite la movilidad. Significa cultura laboral, creatividad productiva, formación emocional y comunitaria: todo aquello que convierte la supervivencia en un florecimiento real.

Cuando el Estado reduce la política social a un depósito, corre el riesgo de fabricar ciudadanos quietos, agradecidos, temerosos de perder el apoyo. Se confunde protección con domesticación. Y entonces la pobreza deja de ser una herida social que se desea sanar, para convertirse en una herramienta electoral. El pobre ya no es sujeto de derechos, sino cliente permanente; ya no es socio del desarrollo, sino rehén del presupuesto. Un sector útil a la causa ideológica.

El verdadero desafío es otro: elevar, no administrar. Sembrar capacidades, no obediencias. Crear un ecosistema donde el pobre no solo subsista, sino mejore. Donde sus hijos no hereden un subsidio, sino un mañana más amplio que el de sus padres.

Poner primero a los pobres -de verdad- exige valentía política y visión humana. Requiere pasar del asistencialismo al acompañamiento, del carisma al diseño institucional, del consuelo inmediato al crecimiento integral de todos.

Porque la justicia social no consiste en motivar a estirar la mano, sino en abrir las alas. Y un país será grande el día en que pueda decir que sus pobres ya no necesitan apoyos… porque al fin dejaron de serlo.

dellamary@gmail.com
 

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