Miércoles, 24 de Abril 2024

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Un puma salvando a Guadalajara

Por: Juan Palomar

Un puma salvando a Guadalajara

Un puma salvando a Guadalajara

La imagen es incierta. También lo es la permanencia de un testimonio de la salud de la región metropolitana de Guadalajara. Pero allí está, hace algunas semanas, un puma en la libertad del bosque de la Primavera, transitando de noche por sus dominios. Esta sola presencia zoológica es una señal optimista: en una zona forestal inmediata a la segunda ciudad mexicana sobrevive un puma –y pensemos que sus crías- a pesar de todos los pesares. Un animal salvaje, heredero de milenios de evolución, convive con la comunidad humana de millones de pobladores que reside a muy pocos kilómetros de su hábitat natural.

Desde siempre, el bosque de la Primavera ha sido objeto de asedios, abusos, depredaciones. Explotación forestal, invasiones inmobiliarias, caza, contaminación, basura, extracción de materiales, incluso amagos de generación de energía térmica. La presión que ejerce la mancha urbana sobre el área natural es enorme, particularmente del lado del irracional crecimiento de la ciudad, pero también desde otros puntos. El bosque está cercado.

Afortunadamente el bosque ha tratado de ser preservado desde hace algunos decenios. Existe un organismo oficial –siempre con recursos insuficientes- que ha establecido un plan de manejo de esta área natural y trata de llevarlo adelante. Desde el Iteso, hace algunos años, se comenzó un meritorio esfuerzo originado en su Escuela de Arquitectura. Se llama Anillo Primavera y está encabezado por los arquitectos Pedro Alcocer y Sandra Valdés. Inéditos estudios, recomendaciones y acciones que abonan al conocimiento y cuidados del bosque han sido generados desde esa organización.

Durante centurias Guadalajara creció explotando sin mayor conciencia los recursos naturales. Según las crónicas, el sistema forestal de la Primavera se unía naturalmente con el de la barranca de Oblatos. Aún subsisten vestigios de esta continuidad ecológica que une la serranía, que alcanza una altura sobre el nivel del mar de dos mil metros, con el Valle de Atemajac aproximadamente quinientos metros más abajo y con el lecho del río Santiago que fluye medio kilómetro más profundo. Esta única variedad de ecosistemas, alguna vez integrados, sufrió la radical interrupción causada por una urbe que creció descontroladamente. Sin ir más lejos, existen testimonios según los cuales los cerros del Gachupín, Santa María y El Cuatro (límite sur del Valle de Atemajac) estuvieron alguna vez cubiertos de robledales que la ciudad consumió sin misericordia. El equilibrio natural perdido puede y debe ser recuperado, aunque sea una labor de generaciones.

Según las informaciones, un puma requiere como territorio de acción setenta mil hectáreas. El bosque de la Primavera cubre 35 mil. Por lo tanto, el puma sobreviviente completa sus dominios mediante muy riesgosos tránsitos a zonas naturales aledañas. Es prácticamente milagroso que sobreviva. Pero es un milagro que debe volverse habitual.

Los cuidados no solamente por la Primavera sino por todos los entornos naturales de la región deben acrecentarse, instalarse en la conciencia colectiva de manera permanente y actuante. La biodiversidad de todo el contexto geográfico es no solamente un tesoro natural, sino también un indicador de la salud general comunitaria. Y en esta biodiversidad aún logra sobrevivir, para esperanza de todos, un puma. Larga vida a este noble y salvaje animal y a su progenie. Y, de allí, larga vida a toda la existencia que alienta en esta parte del Occidente mexicano.

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