Miércoles, 17 de Abril 2024

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Ser mujer, gay o trabajador migrante en Qatar

Por: Jonathan Lomelí

Ser mujer, gay o trabajador migrante en Qatar

Ser mujer, gay o trabajador migrante en Qatar

Leí que la señora Shakira, mi querida Dua Lipa y el veterano Rod Stewart declinaron asistir a Qatar como protesta por las violaciones a los derechos humanos en el país anfitrión de la Copa Mundial de la FIFA 2022. Maluma beibi, uno de los que sí acudió, se levantó molesto de una entrevista cuando le preguntaron si no incomodaba cantar en un país que discrimina a las mujeres y los homosexuales.

¿Cómo es la vida en Qatar para una mujer, un homosexual, un trabajador migrante o un periodista?

Qatar, un país petrolero del Medio Oriente con poco menos de tres millones de habitantes, tuvo un boom económico hace poco más de una década gracias a que tiene la tercera reserva de gas más grande del mundo y es su mayor exportador a nivel global. Esto lo ha convertido en uno de los Estados per cápita más ricos del orbe. También es el sexto mayor emisor de gases de efecto invernadero debido a sus sistemas de aire acondicionado –en verano alcanza hasta los 50 grados.

Su forma de Gobierno es una monarquía absoluta encabezada por el emir Tamim bin Hamad Al Thani (42 años), príncipe heredero, tras la abdicación de su padre en 2014.

En Qatar practican la corriente del Islam denominada wahabismo, una doctrina que se apega a una interpretación relativamente estricta del Corán.

Para las mujeres existe la figura de la “tutela masculina”. Significa que deben pedir permiso a un hombre para casarse, estudiar en el extranjero, trabajar en el Gobierno o recibir atención en materia de salud reproductiva. Tienen prohibido acudir a ciertos eventos y a bares.

La Ley de Familia de Qatar obliga a la mujer a obedecer a su esposo y puede perder el “financiamiento” si trabaja, viaja sin su permiso o se niega a tener relaciones sexuales. El hombre ostenta el derecho unilateral del divorcio; ellas sólo vía un tribunal por motivos muy limitados y en ningún caso fungen como tutoras principales de sus hijos. La Policía puede regresar a una mujer a su hogar si lo abandona.

El adulterio se castiga con flagelación, pena de muerte o cárcel para hombre o mujer, pero ante un embarazo no deseado ellas son las más afectadas.

Ante el boom constructivo, Qatar creó un sistema de empleo denominado kalafa en donde el Gobierno deja en manos de los empleadores la contratación de migrantes. Este modelo laboral considera delito abandonar al empleador e impone bajos salarios, insuficientes para salir del país o cambiar de trabajo. Registra, además, una tasa desconocida de muertes por calor. Ante las denuncias de organismos de derechos humanos, Qatar reformó en 2017 su ley para que el trabajador pudiera pedirle permiso al patrón para cambiar de empleo. Según Human Rights Watch, con este sistema se construyó la infraestructura mundialista.

La homosexualidad en Qatar se castiga hasta con siete años de prisión. Existe también el delito de incitación a la sodomía o la inmoralidad que se sanciona con tres años de prisión.

Debido a su interpretación conservadora del Corán, hay códigos estrictos de comportamiento en público para hombres y mujeres. Por eso se pide a los turistas evitar muestras de afecto en público.

En Qatar es delito criticar al emir y la Ley de Delitos Cibernéticos castiga con multa y hasta cinco años de cárcel a quien difunda una “noticia falsa”. El Gobierno decide si la noticia es falsa.

Podemos enfocarnos en el lujoso florecimiento de Qatar, su polémica postulación al Mundial envuelta en escándalos de sobornos, las violaciones a los derechos humanos, su modelo económico enemigo del medio ambiente.  Pero, quiero creer, que Qatar es mucho más que eso.

No recuerdo quién describió el juego como una pausa: una forma de quebrar la realidad. Por eso la alegría del niño que juega e ignora su mundo alrededor no puede ser juzgada como una inconsciencia.

Quiero creer que también eso puede ser la feria mundialista. Una alegría y una forma de pausar la realidad brutal de un país y un mundo imperfecto y tremendamente injusto.  

jonathan.lomelí@informador.com.mx

Jonathan Lomelí

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