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Seis tardes de toros en Madrid (Parte VI)

Por: Patricio Fernández Cortina

Seis tardes de toros en Madrid (Parte VI)

Seis tardes de toros en Madrid (Parte VI)

Jueves 30 de mayo de 2019. Andrés Roca Rey le ganó la partida al ganadero Adolfo Martín, que en la semana había insinuado que el torero no iba a poder con sus toros. Y vaya que les pudo. En la corrida de ayer, en la Plaza de Toros de Las Ventas, se colgó el cartel de “no hay billetes” para presenciar a los alternantes Manuel Escribano, Román y Andrés Roca Rey.

Fue el tercer festejo de los encastes Albaserrada, lidiados en Madrid en estos días. Resulta difícil catalogar a los toros de este encaste. Con ellos no se sabe el límite entre la bravura y el genio, entre embestida y rebañada traicionera. Qué difícil resultó lidiarlos. Su juego fue desigual, unos fueron al caballo con fuerza y otros con debilidad, algunos embestían y otros acometían sobre el cuerpo del torero. Todos desarrollaron sentido muy rápido, obligando a los toreros a recolocarse de inmediato para evitar que el toro los corneara.

Sin embargo, Manuel Escribano llevó la peor suerte. Al primer toro lo recibió a porta gayola, esa suerte que jamás me ha gustado, porque no tiene mérito artístico y sí un exceso de temeridad. El toro se le colaba por el capote, buscándole las piernas. Puso las banderillas entre aplausos, aunque la faena no lució porque el toro no embestía. Con su segundo toro, armado de enormes pitones que a la postre fueron el arma, le puso también las banderillas recibiendo una ovación. Con la muleta lo citó de largo con pase cambiado por la espalda, con lo cual el toro ya iba midiendo los terrenos del torero. Toreó bien con la derecha, bajándole la mano, pero en un pase de pecho muy lento, colocado entre los pitones, el toro hizo por el torero, corneándolo en el muslo y dándole tremenda voltereta. Los avíos quedaron en el suelo y el torero fue enviado a la enfermería. Se confirmó la cornada que, aunque por fortuna no tocó arteria importante, sí provocó daños vasculares.

Román se defendió del primero de su lote, sin poderlo torear. Por tantos movimientos del toro, no lograba taparle la cara hasta que de tanto insistir, el toro lo encontró, lo achuchó y tuvo que pasar a la enfermería luego de matarlo. Con el segundo tuvo detalles soberbios, como un derechazo muy lento, y luego un natural templado, aunque el toro se detenía en el siguiente pase a mitad del recorrido, con lo que dificultaba la ligazón. A base de tesón lo pudo torear, mató bien y recibió una oreja.

Andrés Roca Rey no pudo expresar su tauromaquia con su primer toro, porque éste no hacía más que buscarle el cuerpo, con genio y traición. Pero mandó, con fuerza, valor y arte, en la lidia del sexto de la tarde. Bastaron tres tandas de derechazos templados, en sitio y con garbo torero, rematado el último con cambio de mano y el pase de pecho de la media luna, para que la plaza se pusiera de pie para ovacionarlo. Costaron más trabajo por el pitón izquierdo los naturales, pero cuajó uno lentísimo y lo coronó con otro pase de pecho como si en ese momento hubiera dejado de existir el tiempo. Por desgracia pinchó con la espada. Sin embargo, el público no se lo reprochó y pidió la oreja mayoritariamente. Pero el presidente, ese hombre frío y solitario del palco, la negó. No será la oreja, sino la extraordinaria faena, la que será recordada por todos los que estuvimos ayer por la tarde en Madrid.
 

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