El presente exige el desarrollo de una imaginación filosófico-política vigorosa, fruto de la reflexión crítica y la investigación social empírica, capaz de idear soluciones creativas a problemas concretos y vislumbrar nuevas posibilidades para la vida humana. Compleja, sutil y pluralista, lo primero que haría esta imaginación es combatir los esencialismos políticos y reconocer que hay muchas izquierdas, democracias y formas de acción política. Con su historicismo —la tendencia metodológica que considera los hechos históricos con seriedad— la nueva imaginación política evitaría cierto monolitismo político y rigidez intelectual.Muchos seguimos atrapados en el falso maniqueísmo entre la izquierda “buena” y la derecha “mala” (o viceversa). Pero, ¿qué más da vivir bajo un gobierno de izquierda o derecha, si éste es autoritario? La historia enseña que la izquierda no democrática es afín a la derecha más autoritaria (un botón demuestra es el pacto entre Stalin y Hitler), que existe el “fascismo de izquierda” (término empleado incluso por Jürgen Habermas) y que el totalitarismo es un fenómeno tan de izquierdas como de derechas (convendría releer a Hannah Arendt al respecto). Tenemos, pues, un déficit de imaginación que impide ver que la distinción política fundamental de nuestro tiempo no es entre izquierda y derecha, sino entre democracia y autoritarismo. La falta de sentido histórico nos hace olvidar que los extremos políticos y morales se tocan. Lo crucial hoy, me parece, es primero ser demócratas y luego orientarnos hacia las diversas corrientes del espectro político.Una nueva imaginación política podría concebir nuevas izquierdas y derechas democrático-liberales, capaces de sostener entre sí diálogos inteligentes y desacuerdos racionales, capaces de forjar alianzas en defensa de las instituciones democráticas, de combatir el autoritarismo y conciliar con armonía los dos valores políticos cardinales de la modernidad: la igualdad (el valor fundante de la izquierda) y la libertad (el valor fundante de la derecha).Para ello, será necesario que los filósofos políticos (orientados a valores y teorías) y los politólogos (especialistas en instituciones y procesos) dialoguen y busquen vías de conciliación entre igualdad y libertad que se traduzcan en leyes y políticas públicas concretas. Por eso harían bien en suscribir las siguientes palabras del recientemente fallecido profesor de filosofía política de Harvard Dennis F. Thompson: “Mientras no examinemos la manera en que los principios se pueden traducir en instituciones políticas, no sólo no podemos decidir qué tipo de igualdad o libertad queremos promover, tampoco podemos siquiera determinar lo que los principios significan” (Just Elections).La tarea es clara: fomentar una nueva imaginación filosófico-política, históricamente sensible, capaz de idear valores y principios abstractos, así como las instituciones que los encarnen; una nueva imaginación rica, polivalente y refinada, orientada a la praxis y la reforma inteligentes; una imaginación tolerante, flexible y abierta, que pueda ligar izquierdas democráticas con derechas ilustradas, a fin de quebrantar y superar la polarización teórica que conduce al estancamiento y la radicalización políticas. Imaginemos una nueva izquierda democrática y una derecha más liberal y pluralista. Inventemos —como quería John Dewey— una democracia radical. De ello dependen nuestra vida política y nuestra convivencia misma.