Viernes, 26 de Abril 2024

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Por qué los ingenieros han sido mucho mejores arquitectos que los arquitectos

Por: Juan Palomar

Por qué los ingenieros han sido mucho mejores arquitectos que los arquitectos

Por qué los ingenieros han sido mucho mejores arquitectos que los arquitectos

Considérese esta pléyade de estrellas que brillaron -varias- en el nivel nacional y por lo menos uno es un hito de la arquitectura en el nivel mundial.

¿Qué tienen en común las siguientes gentes?  Luis Barragán, Pedro Castellanos, Rafael Urzúa, Juan Palomar y Arias, Ignacio Díaz Morales, Julio de la Peña, Jorge Matute, Miguel Aldana, Yves Palomar y Loriot de la Salle, Hermann y Carlos Petersen Biester, Javier Vallejo, Guillermo Blanco, Guillermo González Luna, Luis Ugarte, Gabriel Ugarte, Hugo Romo, el Padre Uribe, Jorge G de Quevedo...

Que todos fueron ingenieros civiles (buenos ingenieros civiles). No nomás de título: todos hacían las cosas como las haría un ranchero. El acercamiento de los ingenieros a la arquitectura difiere radicalmente del de los arquitectos. Los ingenieros van a lo que van, evitando complicaciones y florituras. Casi nunca se cae lo que construyen. Hay lógica, sentido común, serenidad, gravitas. Sus materiales son dignos y severos, y la expresión final de la edificación refleja todo esto y algo más: una potente poesía derivada de la austeridad a veces casi franciscana de sus hechuras. Hay un vuelo.

Todo lo contrario con tantos arquitectos. Fachas, materialitos brillosos o piedrín (¡resucitó el piedrín!), columnas chuecas, chipotes, puterías variadas, alardes estructurales costosos, ventanas carísimas a las que se les mete el agua, oscura terminología, “conceptos” hechos bolas y un largo etcétera. Que quede claro que existen muy buenos arquitectos…cuando piensan como ingenieros.

Axel Arañó tiene una interesante teoría para cerrar las frecuentemente dañinas escuelas de arquitectura: 4 años de ingeniería, 4 de filosofía y 4 de práctica profesional con un arquitecto decente. (Las cifras son de memoria). Y listo. Menos agresiones urbanas, menos pretensión, menos bienalitas en las que ciertos arquitectos aplauden y se soban el lomo con otros. Menos revistas mainstream, menos congresos balines, menos starchitects de petatito. Más viajes al campo, más comprensión de cómo proyecta y construye la gente que no tiene dinero, más conocimiento de sistemas de construcción milenarios que funcionan perfectamente, más familiaridad con árboles y plantas, con el paisaje todo. Puede ser una alternativa que tanto nos urge.

Si se toma la molestia (¡vamos, no es tan duro!) de recorrer a pie o en bicicleta múltiples contextos de Guadalajara se podrá advertir un extraordinario fenómeno: de 1926 a 1955 la arquitectura tapatía vivió una edad de oro. El fenómeno fracasó, casualmente, cuando los primeros egresados de la Escuela de Arquitectura ¡de Díaz Morales! comenzaron a actuar profesionalmente. Fue, en tantos casos, un desastre.

Aprendamos la lección. ¿Cómo lo haría un ranchero? ¿Cómo lo haría un (buen) ingeniero?

Pues así. Sin complejos.

jpalomar@informador.com.mx

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