Considérese esta pléyade de estrellas que brillaron -varias- en el nivel nacional y por lo menos uno es un hito de la arquitectura en el nivel mundial.¿Qué tienen en común las siguientes gentes? Luis Barragán, Pedro Castellanos, Rafael Urzúa, Juan Palomar y Arias, Ignacio Díaz Morales, Julio de la Peña, Jorge Matute, Miguel Aldana, Yves Palomar y Loriot de la Salle, Hermann y Carlos Petersen Biester, Javier Vallejo, Guillermo Blanco, Guillermo González Luna, Luis Ugarte, Gabriel Ugarte, Hugo Romo, el Padre Uribe, Jorge G de Quevedo...Que todos fueron ingenieros civiles (buenos ingenieros civiles). No nomás de título: todos hacían las cosas como las haría un ranchero. El acercamiento de los ingenieros a la arquitectura difiere radicalmente del de los arquitectos. Los ingenieros van a lo que van, evitando complicaciones y florituras. Casi nunca se cae lo que construyen. Hay lógica, sentido común, serenidad, gravitas. Sus materiales son dignos y severos, y la expresión final de la edificación refleja todo esto y algo más: una potente poesía derivada de la austeridad a veces casi franciscana de sus hechuras. Hay un vuelo.Todo lo contrario con tantos arquitectos. Fachas, materialitos brillosos o piedrín (¡resucitó el piedrín!), columnas chuecas, chipotes, puterías variadas, alardes estructurales costosos, ventanas carísimas a las que se les mete el agua, oscura terminología, “conceptos” hechos bolas y un largo etcétera. Que quede claro que existen muy buenos arquitectos…cuando piensan como ingenieros.Axel Arañó tiene una interesante teoría para cerrar las frecuentemente dañinas escuelas de arquitectura: 4 años de ingeniería, 4 de filosofía y 4 de práctica profesional con un arquitecto decente. (Las cifras son de memoria). Y listo. Menos agresiones urbanas, menos pretensión, menos bienalitas en las que ciertos arquitectos aplauden y se soban el lomo con otros. Menos revistas mainstream, menos congresos balines, menos starchitects de petatito. Más viajes al campo, más comprensión de cómo proyecta y construye la gente que no tiene dinero, más conocimiento de sistemas de construcción milenarios que funcionan perfectamente, más familiaridad con árboles y plantas, con el paisaje todo. Puede ser una alternativa que tanto nos urge.Si se toma la molestia (¡vamos, no es tan duro!) de recorrer a pie o en bicicleta múltiples contextos de Guadalajara se podrá advertir un extraordinario fenómeno: de 1926 a 1955 la arquitectura tapatía vivió una edad de oro. El fenómeno fracasó, casualmente, cuando los primeros egresados de la Escuela de Arquitectura ¡de Díaz Morales! comenzaron a actuar profesionalmente. Fue, en tantos casos, un desastre.Aprendamos la lección. ¿Cómo lo haría un ranchero? ¿Cómo lo haría un (buen) ingeniero?Pues así. Sin complejos.jpalomar@informador.com.mx