Viernes, 29 de Marzo 2024
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Polvos de La Mancha XII

Por: Carlos Enrigue

Polvos de La Mancha XII

Polvos de La Mancha XII

Hay personajes aparentemente poco importantes, cuya presencia una vez narrada tiene sentido y Maritornes es de ellos. Pero, ¿quién era la tal Maritornes? Pues según la describe el texto era una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, de un ojo tuerta y el otro no muy sano; no era muy alta, mediría unos siete palmos; si bien es verdad que la lujuria de la clientela y la gallardía del cuerpo, con gracia suplía las demás faltas que tenía.

Dicho en términos actuales, tenía nuestra amiga cuerpo de tentación y cara de arrepentimiento, y extendía, cuando así lo quería, sus favores sexuales a algunos huéspedes del lugar, desde luego que a cambio de una contribución económica. Lo que de hecho la convertía en una prostituta o quizá, dicho de manera amable, en una muy comedida empleada que trataba de complacer a los huéspedes en plenitud.

Procedió el ventero a curar al caballero y lo mandaron a descansar en el remedo de cama que le armaron la hija del propietario y la criada -cama por llamarle de algún modo, ya que durante mucho tiempo había servido de pajar-, que estaba situado en una estancia que compartía con otras personas: Sancho, que improvisó una cama junto a la de su amo y, entre otros, un rico harriero de Arévalo, que había convenido con Maritornes un intercambio carnal para esa noche.

Probablemente el de Arévalo se relamería los bigotes con la esperanza de placer que tenía prometido, antes de anochecer visitaría sus recuas, checando estuvieran bien y narra la historia que se recostó en sus enjalmas, esperando ansiosamente a la puntualísima Maritornes.

Nuestro señor don Quijote, mientras tanto, soñaba que estaba en un castillo y que la hija del castellano, rendida de amor ante el caballero de La Mancha, iría a yacer con él, y ya para estas alturas sabemos que el manchego no era fácil de convencer y de que llegaba a una conclusión, no se movía. Desde luego como a todo mortal le gustaba ser amado y admirado, pero había un inconveniente: el amor y es que no podía traicionar a Dulcinea del Toboso, eso le creaba un conflicto real: un caballero no traiciona a su dama. Muchos cervantistas critican al caballero su infidelidad -hasta donde hubiera podido darse- en los brazos de Maritornes.

“Pues llegó el tiempo y la hora de la venida de la asturiana, la cual, en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanegra de fustán, con tácitos y atentados pasos, entró en el aposento donde los tres alojaban, en busca del harriero. Para cubrirse de la oscuridad llevaba los brazos por delante. Pero apenas llegó a la puerta, cuando don Quijote, que ya estaba soñando con la princesa de aquel castillo, la sintió, y, sentándose en la cama a pesar de sus bizmas y con dolor de sus costillas tendió los brazos para recebir a su fermosa doncella. La asturiana, que topó con los brazos de don Quijote, el cual la asió fuertemente de una muñeca, y tirándola hacia sí, sin que ella osase hablar palabra, la hizo sentar sobre la cama”.

@enrigue_zuloaga

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