Jueves, 25 de Abril 2024

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Otra utopía para los ojalás del año de la peste: Los Guayabos

Por: Juan Palomar

Otra utopía para los ojalás del año de la peste: Los Guayabos

Otra utopía para los ojalás del año de la peste: Los Guayabos

Tal vez sea Los Guayabos la primera utopía urbana contemporánea del occidente de México. O de todo México, a saber. En todo caso, es una historia fascinante, y un ejemplo en muchas cosas. Su autor y factótum fue y sigue siendo el arquitecto Miguel Aldana Martínez, egresado en las primeras generaciones de la Escuela de Arquitectura del ITESO. Sin duda allí pudo beber el entusiasmo y la atención con los que se seguía el aire de los tiempos: las comunas, los hippies, el regreso al campo y a una vida más ceñida y atenta a la ecología, la siembra de los propios alimentos, el goce de la naturaleza, y la hermandad perdida.

Los Guayabos es una comuna que fue desarrollada en los setenta en los entonces lejanos márgenes del río Blanco, en la parte lejana del municipio de Zapopan, muy cerca del pueblo de Copalita y de la hacienda de La Escoba, del mítico Diente, escuela de escaladores. Ahora ya está rodeado de precarias urbanizaciones y de una contaminación del río Blanco siempre en aumento.

Una de las primeras vocaciones de la comuna fue el tema del hipismo. El caballo, siguiendo una de las pasiones de Miki, siempre ha sido una de las características definitorias de los Guayabos. Pero además el cuidado extremo de la propia alimentación, del tratamiento del agua y su reintegración al subsuelo en condiciones adecuadas, la siembra de especies de árboles pertinentes, la correcta disposición de los desechos sólidos. Y una espiritualidad ecuménica, marcadamente budista, pero muy libre.

Queda imborrable el recuerdo, hace más de veinte años, de una comida de alumnos y maestros de la Escuela de Arquitectura del ITESO, que transcurría plácida, pacheca y bucólicamente en los jardines de la hacienda de la Escoba. De repente apareció Miki Aldana, pero no de cualquier manera. Hizo una entrada triunfal al mando de una carretela jalada por dos caballos purasangre. Muy serio o muy saludador, dio tres vueltas vertiginosas alrededor de la fiesta y se alejó de la misma abrupta manera como había llegado. Fue toda una lección.

Fue la invitación al gozo y la belleza de los caballos y de todo lo natural, fue un reto a ver quién era el guapo que podía hacer otro tanto, fue una radical crítica implícita al montón informe de coches en los que los asistentes se trasladaban y todo el sistema depredador que esos autos representaban. Fue toda una lección estética y ética.

Falta que alguien haga la reseña puntual de los Guayabos (¿el propio Miki?), que exista un documento, utilísimo en los años que corren, sobre otra manera de vivir, de alimentarse, de convivir. Tendremos que buscar ahora nuestras propias utopías, nuestros propios Guayabos. Nuestros propios ojalás.

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