Mi generación creció en la calle. A diferencia de las de hoy que se pasan las horas en el ordenador, en la tableta o en el teléfono celular, nosotros disfrutábamos del aire libre, del sol, del viento, de la lluvia, de la naturaleza, de los amigos, de la calle.La televisión llegó a nuestra ciudad a principios de la década de los sesenta y fue todo un acontecimiento. Mis papás compraron nuestra primera TV en una mueblería que se llamaba Centro Musical de Guadalajara, cuyo propietario era Don Pepe Ramírez Ibarra, oriundo de Ameca, paisano de mi mamá; el Centro Musical estaba por Prisciliano Sánchez entre Galeana y Colón, en la acera norte y era una tienda de electrodomésticos muy bien surtida y con precios competitivos. Tal vez ustedes la recuerden.La televisión era marca Admiral con antena de conejo, que les recomendó el vendedor de piso pese a la reticencia de mi papá que quería una marca de su preferencia, como Philips, Philco o Telefunken, que además venían en elegantes gabinetes de madera, pero el poder de convencimiento de Don Enrique hizo que finalmente nos lleváramos a casa la primera.Contrario a lo que pudiera pensarse, eso no limitó nuestra preferencia por andar en la calle; había buenos programas que en lo particular me gustaban mucho como las películas de cowboys, de John Wayne, Roy Rogers, Dick Foran, Gene Autry y el Llanero Solitario, así como las caricaturas de Hanna-Barbera, Tom y Jerry, el Lagarto Juancho, Maguila Gorila, pero preferíamos las actividades al aire libre y estar con los amigos. Un rato viendo la tele sí, pero mucho más con los amigos jugando en la calle.Saliendo de la escuela, por la tarde nos dedicábamos a hacer la tarea y, terminándola, en plena calle, con sus debidas precauciones, jugábamos un partidito de futbol con los amigos del barrio, o a jugar trompo, balero y toda suerte de juegos infantiles que incluían rondas, bebeleche, a los encantados o a “la trais”, y pasábamos tardes enteras superdivertidos en amena convivencia con nuestros amigos. A pesar de tener la televisión en casa, siempre con un sistema de seguridad auditivo que era el clásico “¡aguas!” cuando se aproximaba un carro y nos subíamos en un santiamén a la banqueta.Mis papás compraron la televisión con mucha ilusión, sobre todo para que no tuviéramos que estar pagando 20 centavos porque nos permitieran los vecinos que sí tenían ver los programas, pero también supieron sacarle provecho y les brindó muchas horas de entretenimiento e información; a mi mamá le gustaba el programa “Ellas” con Luz María Romo, donde enseñaban a las amas de casa corte y confección; pasaba a las 4 de la tarde, justo al inicio de transmisiones y por las noches veían el noticiero con López Moctezuma o “Anatomías” con Jorge Saldaña y cuando empezaron las transmisiones matutinas no se perdían “Su diario Nescafé” con Jacobo Zabludovsky, Mario Agredano y Norma Philippe o las transmisiones deportivas. Pero lo que era nosotros, preferíamos correr, saltar, brincar, andar en bicicleta o en patín del diablo, shangái, o jugar partidos de futbol con mis amigos o simplemente sentarnos a platicar historias de fantasmas y aparecidos.También íbamos a los llanitos a “explorar”. Nos armábamos de una varita y nos adentrábamos en lotes baldíos y nos encontrábamos cuanta cosa se puedan imaginar: arañas de todos tipos, chapulines, abejas, ranas, flores silvestres, veíamos a los pajaritos con sus plumas multicolores y escuchábamos su hermoso trinar y ya entrada la noche era maravilloso disfrutar del espectáculo de las luciérnagas, que parecían pequeños avioncitos que encendían sus luces en medio de la oscuridad nocturna cuando volaban cerca de nosotros.Nos encantaba hacer mandados; íbamos a la tienda por el combustible para el bóiler o nos mandaban al expendio de petróleo para la estufita o el quinqué, el caso era salir a la calle porque allí estaba la verdadera aventura y la diversión.Hoy eso es imposible. La delincuencia está a la orden del día. Antes la vida era mucho más segura, tranquila, apacible; disfrutábamos al máximo de actividades al aire libre, fuimos niños muy sanos de cuerpo y espíritu y eso que comíamos de todo, desde hierbita de los baldíos o tomando agua de la llave e incluso bebiendo del mismo refresco y solo le pasábamos el antebrazo dizque para limpiarlo. Qué tiempos, no cabe duda.Sí, fueron tiempos verdaderamente bellos y llenos de añoranzas y que seguramente usted, estimado y paciente lector, también los vivió y los disfrutó, y seguramente los vuelve a recordar en este momento en que, entre sorbo y sorbo de café, me honra con la lectura de mi artículo.Otro de los recuerdos que vienen a mi mente eran los paseos que se organizaban en los colegios, donde lo mismo íbamos al Cuartel de Bomberos, que a la Panificadora o a la Embotelladora, o al Deportivo Morelos o a Cañón de las Flores o a visitar los campos de flores del oriente por los rumbos de El Rosario y Tetlán, o cuando nos llevaban perfectamente uniformados de visita al centro de la ciudad para conocer Palacio de Gobierno, el Edificio del Ayuntamiento o el museo.Ya será motivo de otra entrega este tema porque tengo anécdotas que compartir con ustedes. Como colofón le diré que esos tiempos eran de mucha seguridad, de compañerismo, de verdadera amistad, imposibles de olvidar y que guardaré por siempre como tesoro en mi corazón; una niñez sana, alegre, divertida, unida, que supo conocer la naturaleza, supo querer a su barrio, a su ciudad, y que no se perdía en los vericuetos contemporáneos de las redes sociales, hoy ausente y solitaria.lcampirano@yahoo.comFuimos una niñez de la calle, crecimos en la calle, pero al mismo tiempo sabíamos querer y valorar el tiempo en casa con nuestros padres y hermanos y supimos apreciar todo lo que eso significa. Y aquí los espero el próximo domingo en EL INFORMADOR si Dios quiere.