Jueves, 28 de Marzo 2024

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Macbeth y los asesinos de Tadeo

Por: Iván González Vega

Macbeth y los asesinos de Tadeo

Macbeth y los asesinos de Tadeo

Macbeth maldice a todos los que asesinan, empezando por sí mismo. Se sabe responsable en una cadena imparable, que de no ser por él no habría comenzado, de crímenes contra inocentes. Entre tanta víctima, el único que tiene permiso de denunciarlo es un niño, ajusticiado por un sicario, en medio del asalto a un montón de familias. “Madre, éste me mató”, alcanza a decir.

En contraste con este niño, muchos otros niños jamás llegan a ser dueños de su propia muerte. El niño de Macduff tiene una voz porque es un personaje en una obra de teatro repleta de víctimas y asesinos. Cuando Macduff se entera, en un frente de guerra lejos de casa, el corazón se le parte y los amigos, para aprovechar su furia, lo azuzan para encabezar el ataque contra el tirano. Macduff por supuesto obedece a la venganza: si no soy quien te mate, le dice al tirano, me acosarán los fantasmas de mi familia. En Shakespeare, siempre, la guerra termina en la guerra. “Mi voz está en la espada”, le dice Macduff antes de cortarle la cabeza.

Shakespeare ideó “Macbeth” como lección de que todos los asesinos están solos y perdidos. Nos deja ese consuelo y nos muestra su ruina, como Macbeth, que sabe que ya nunca podrá lavarse las manos. Como los de nuestra Guadalajara, a los que alguien entrenó para sacrificarse a fines bárbaros como asesinar a un exfiscal general de Jalisco, para llevarse en el camino a cualquier inocente que se les atraviese, para exhibir que pueden aterrorizarnos aunque le cueste la vida a un bebé de ocho meses o a gente que iba caminando, ya sabemos, por el sitio equivocado a la hora equivocada.

Como los asesinos de Shakespeare, que desquitan su sueldo para alimentar la guerra y se permiten masacrar a inocentes con la frialdad de quien cumple con su trabajo.

Hay niños que no pueden hablar. Bebés que tienen ocho meses de edad y no pueden decir: “Me están quitando la vida”. El teatro es ficción pero es verdad. Uno desea ver representado, como en aquella pieza de Shakespeare, el castigo a los repugnantes asesinos del bebé Tadeo, anulados por su propia miseria mientras piensan: cualquier asesino atrae maldición sobre sí, yo mismo estoy maldito, ni el océano entero alcanzará para lavarme la sangre de las manos.

Sí: están malditos. Lastimaron a inocentes y ahondaron el sufrimiento de una ciudad cuyos gobernantes sólo saben verla como mercancía electoral. Ojalá tuviéramos instituciones a las que importara la justicia; como no las tenemos, nos queda desearles castigo: que estos asesinos sepan que jamás volverán a dormir en paz, que no tendrán descanso, que los fantasmas que han dejado los acosarán por siempre.

Cartelera de teatro: agoragdl.com.mx

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