Viernes, 19 de Abril 2024

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Los límites de la injusticia

Por: Luis Ernesto Salomón

Los límites de la injusticia

Los límites de la injusticia

El profesor de Oxford, Ronald Dworkin, decía que una voz dominante se escucha en la sociedad respecto a la justicia y la injusticia y sobre lo que una sociedad tolerará y lo que no.

Planteó la cuestión respecto del punto hasta el cual una sociedad soporta la injusticia o la hace parte de su ser orgánico y cuáles son los límites de esa aceptación. En nuestro país el grado de tolerancia a la injusticia se ha vuelto cada vez más flexible, al grado que los episodios de violencia extrema se asimilan con enorme rapidez.

La conducta ha asimilado cada vez más formas de impunidad.

Lo que resulta peligroso porque los límites se difuminan. En el punto preciso de esta línea divisoria está la acción de la autoridad para establecerlos o reforzarlos. Formalmente la frontera a la injusticia está contenida en los principios establecidos en la ley fundamental, sin embrago, en la realidad las sociedades son más o menos elásticas para tolerar espacios de incertidumbre o de impunidad.

Cuando la autoridad pierde la capacidad para establecer con claridad estos límites se propicia un ámbito ingobernable sujeto a la violencia, la intimidación, al arbitrio del más fuerte.

En los últimos años México ha relajado los límites a la injusticia en muchos sentidos, el políticamente más visible es la desigualdad, pero el más agudo es la impunidad en ámbitos específicos que pasaron de ser marginales a ocupar espacios territoriales y aun a disputar o determinar el poder político. Y ante eso la sociedad está ahora mismo hablando del tema quizás tímidamente.

Vale la pena puntualizar que en la frontera con la injusticia lidian los servicios públicos destinados a hacer valer los límites: por una parte, las policías, el Ministerio Público, los servicios penitenciarios y, por la otra, los jueces y los tribunales. Sobre los hombros de ellos recae la percepción de certidumbre legal, seguridad personal, y confianza.

La voz de la que hablaba Dworkin nos indica que la sociedad mexicana ha comenzado a impacientarse por la debilidad de los límites al percibir que cada vez la injusticia, la violencia y la delincuencia está más cerca de su vida cotidiana. La percepción que los técnicos han denominado de inseguridad probablemente no refleje con precisión esa voz que susurra en el interior de las comunidades.

Esa, la que en pocas semanas ha hecho crecer la resistencia a la migración y la que ha invadido en pocas semanas a la Ciudad de México. El despliegue de la Guardia Nacional ha despertado esperanza de seguridad en algunos y temor de arbitrariedades en otros, sin embargo la sola presencia y acción no resulta suficiente para establecer de nuevo estos límites a la injusticia si no se acompaña de una mejora en la capacidad y alcance de las autoridades encargadas de la procuración de justicia y un crecimiento en la capacidad y calidad de los servicios de los tribunales.

El ejemplo de la migración es elocuente: de nada sirve detener a personas que se internan a México ilegalmente si no hay la capacidad para tramitar para cada uno de ellos un procedimiento administrativo que respete las normas del debido proceso y garanticen su trato digno.

La sola detención es una simple barricada temporal, para establecer un límite a la injusticia habrá que establecer un sistema institucional capaz de respetar los derechos de todos.

Lo mismo pasa con los casos de asaltos, robos u homicidios, en donde es necesario mejorar la cantidad y calidad de los servicios públicos encargados de hacer valer los límites. La mayor desigualdad es la falta de acceso a la justicia. Y el verdadero cáncer que puede reproducirse es la percepción de que la impunidad, la flexibilidad y la tolerancia a la injusticia es parte de nuestra cultura, porque entraríamos en el camino de considerar irremediable la acción de la delincuencia en la normalidad de la vida cotidiana. La voz está ahí soterrada, se le oye aun en tono suave.

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