Antes de que surgieran las plazas comerciales, todas las compras se hacían en el Centro. La Perla Tapatía contaba con grandes y bien surtidos almacenes.Los primeros se remontan al último tercio del siglo XIX. El presidente Porfirio Díaz abrió los mercados hacia el continente europeo, especialmente a su adorada Francia, y permitió que a nuestro México llegaran sinfín de mercaderías, y no sólo eso, mucha cultura, pues ya habíamos tenido contacto con la ideología francesa en el primer tercio del siglo XIX, cuando brotó en nuestra nación la inquietud de la independencia gracias a la influencia del Enciclopedismo galo, por lo que no era nada nuevo el que adquirieran también carta de residencia las costumbres francesas y, en general, las europeas.De esta manera, en nuestra ciudad se desarrolló el comercio estilo europeo e incluso, en materia de construcción, se dejó ver esa influencia con la edificación de los chalets en las colonias del Poniente. A Guadalajara llegó el ferrocarril el 15 de abril de 1888 y fue un detonante, pues en los alrededores de la estación, que en esa época se encontraba en las inmediaciones del templo de San Francisco, por 16 de Septiembre, se ubicaban los principales hoteles como el Bonsdet, el Imperial, el Cosmopolita y uno de los más antiguos de la zona y que aún sobrevive, el Hotel Morales, y eran realmente pocos los almacenes en el Centro.Así surgen “Las Fábricas de Francia”, de los Fortoul, Chapuy y Bonafox; “La Fama Italiana”, de don Pepe Rollieri, que tenía pastelería y cafetería; “El Nuevo París”, de los Javelly; “La Ciudad de Londres”; “La Ciudad de México”; “El Nuevo Mundo”; “El Paraíso Terrestre” y muchos más, como la ferretería “La Palma”, con extenso surtido de muebles, maquinaria y accesorios.La compañía Singer, de máquinas de coser, tenía su propio edificio contraesquina de Mueblerías Dubín, por Prisciliano Sánchez y 16 de Septiembre, dos edificios ya desaparecidos y que eran símbolo del art nouveau francés.El almacén de Las Fábricas de Francia era uno de los consentidos de los tapatíos; ubicado en Juárez y 16 de Septiembre, calles que se llamaban del Carmen y San Francisco, respectivamente. Fotografías de principios del siglo XX nos muestran su estilo rococó, con herrería cuidadosamente diseñada, un edificio de dos pisos con balcones, cuya entrada estaba exactamente en una ochavada en la acera Noreste de las calles que mencioné, flanqueada por dos luminarias de bombilla redonda muy afrancesadas.“El Nuevo París”, ubicado en Juárez, con entradas también por Colón y Galeana, fue la primera tienda departamental de estantería abierta, antes de que llegara de Estados Unidos la Sears Roebuck, en la Avenida 16 de Septiembre, justo enfrente de Las Fábricas de Francia, y tiempo después se mudó hacia el Sur por la misma avenida, pero esquina con la calle Epigmenio González, nombre de un insurgente nacido en Querétaro, especialista en fabricación de armas y municiones, un personaje casi olvidado por la historia.Recuerdo otro gran almacén: La Colonial de Mexicaltzingo, en la esquina de Colón y Mexicaltzingo, que ofrecía ropa, calzado, blancos, electrodomésticos, juguetes, un paraíso de los niños y que contaba con el sistema de apartado; durante mucho tiempo, La Colonial fue el sitio de compra de los uniformes escolares. En ese lugar, en 1936, cuando abrió sus puertas, también estaba la casa de quienes fueron sus fundadores, los señores Francisco Venegas y su esposa, doña Guadalupe Ruiz de Venegas; originalmente vendían ollas de peltre, vajillas, ropa, regalos y juguetes, y les fue muy bien. En 1938 adquirieron el inmueble contiguo y en 1946 construyeron el edificio de dos pisos y mezzanine en Colón 710.El sábado pasado les contaba de la tienda Woolworth. Estaba en la esquina Sureste de Juárez y 16 de Septiembre, donde vendían riquísimos desayunos, malteadas, su famoso pay de manzana y el pastelito de chocolate; allí descubrí aquellas hermosas tarjetas de felicitación para toda ocasión, con su sobre incluido. El ambiente, su decoración y el trato de sus empleados la hacían diferente; era una delicia ir de compras y disfrutar de una buena taza de café con una deliciosa rebanada de pastel o unos bisquets con mermelada, con música de fondo interpretada por las orquestas de Caravelli, Frank Pourcel, Mantovani o Paul Mauriat.La decoración navideña era un paraíso para los amantes de la Navidad, con gran creatividad, detalles finos y gran surtido de regalos, juguetes y accesorios; la atención del señor Pratts y el señor Méndez, que fueron jefes de piso de la tienda -muchos la recordarán-, con su filosofía de “primero el cliente para que salga siempre satisfecho y contento”.Se extraña la Woolworth. Además, tenía la comodidad del estacionamiento contiguo, el Estacionamiento Central, del que les platicaba la semana pasada. Pero bueno, el espacio se me acaba y los recuerdos son muchos. En estas páginas los seguiré compartiendo con ustedes. Por hoy solo me resta agradecerles su lectura e invitarlos a que me acompañen el próximo sábado con un cafecito, aquí en EL INFORMADOR, si Dios nos presta vida y licencia. Mil gracias por sus comentarios a mi correo.lcampirano@yahoo.com