Jueves, 25 de Abril 2024

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Lo que el viento se llevó

Por: Martín Casillas de Alba

Lo que el viento se llevó

Lo que el viento se llevó

Entonces el viento barrió la nata gris y de pasada se llevó a esas nubes preñadas que dejan caer el agua a cántaros donde se les da la gana, aunque uno que otro día, cada vez más raro, el cielo se pone azul y podemos ver a la distancia las casitas amontonadas en las colinas del Ajusco que por la noche se iluminan con la Luna, con la de octubre que es la más hermosa, porque en ella se refleja la quietud, a pesar de que no existe razón para que así sea, pero, al despejarse el ambiente con el viento por la noche, ella se queda sola y su alma entre las estrellas como una perla en todo su esplendor.

Señor, ya es tiempo. Grande ha sido el verano. Tiende tu sombra sobre los relojes de sol, y desata los vientos por el campo. Haz madurar las frutas más tardías, dales dos días más de sur, fuérzales a acabar, y echa el último dulzor al vino recio, como rezaba Rilke.

Pero el clima ha cambiado y creemos que el otoño es como el verano con todo y su tiempo de aguas como en estos días en Guadalajara que no para de llover, y el invierno será como el otoño pues tal parece que el Ecuador se ha trepado más al Norte y ahora nos toca vivir con el calendario del hemisferio sur, en donde las estaciones están trastocadas.

Era el viento del otoño que se llevó todo, incluyendo los pétalos marchitos, las hojas amarillas y el agua de la fuente, tal como imaginó Antonio Machado en esto que asocio con un Soneto de Shakespeare que tiene que ver con el otoño y el paso del tiempo como metáfora de la edad madura:

Contempla en mí aquellas épocas del año,
cuando las hojas amarillas, pocas o ninguna,
cuelgan de las ramas que tiemblan por el frío,
desnudos coros en ruinas, donde una vez los pájaros cantaron.

Cuando leemos esto, imaginamos el núcleo ígneo donde se encuentra el fuego y la pasión pugnando por expresar lo mejor de la vida como seguramente se sentía el poeta y, ahora, a veces, nosotros cuando cantan los pájaros.

También imaginamos esto al ver el crepúsculo en Las Camelinas de Nuevo Vallarta: en la playa veíamos cómo se funden los colores en el tiempo para que nos reconozcamos en esos ciclos e imaginemos el día que, cansados, nos vayamos desvaneciendo como el ocaso, y el Sol le ceda el paso a la negra noche y al silencio para que se acompañen.

Mejor que se acuerden de nosotros cuando creíamos tener un resplandor como el teníamos en aquella época, aunque sabemos que tiempo después, ese fuego se va a convertir en cenizas que reposan consumidas por las llamas del amor, su alimento.

O como escribió García Márquez al final en El otoño del patriarca cuando el viejo se ha quedado tronchado de raíz por el trancazo de la muerte, volando entre el rumor oscuro de las últimas hojas heladas de su otoño hacia la patria de las tinieblas… y, así, se repite la metáfora de la edad madura en esta estación cuando se cosechan los frutos antes de que llegue el invierno y todo sea blanco como la nieve en los países nórdicos, en donde las heladas eliminan a los bichos que todo se carcomen para que un día, como parte del ciclo natural, vuelva a salir el Sol y caliente con sus rayos la tierra y así, surjan de la nada las rosas con todo y su olor que tanto nos gusta, pues sabemos que una rosa es una rosa, es una rosa, es una rosa…

Sí, cómo nos gustaría que se acuerden de uno en aquellas épocas del año cuando las hojas amarillas colgaban de las ramas temblando por el frío y creíamos que nuestro brillo era por la luz del cielo cuando en realidad, nacía de nosotros mismos.

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