En este artículo compartiré con ustedes algunos recuerdos que tengo de las librerías y papelerías de antaño en nuestra Ciudad de Guadalajara.Comenzaré este viaje por el pasado, con aquella famosa papelería y editorial llamada “Al Libro de Caja”, que era de las más frecuentadas por los tapatíos en la primera década del siglo XX, cuyo dueño era el señor Juan Kaiser Schwab y se localizaba en la esquina de la antigua calle San Francisco -hoy Paseo Alcalde- esquina con López Cotilla, con un enorme surtido de papelería y artículos para oficina y, por supuesto, las bellísimas postales de nuestra Ciudad, que todavía podemos apreciar con el sello de esa negociación en algunas páginas electrónicas dedicadas a la recopilación de fotografías antiguas de Guadalajara.Otra muy famosa fue “El Árbol de Navidad”, de Don Fortino Jaime, que se encontraba por la calle Colón. Justo por esa misma calle, en el número 10, a principios del siglo pasado, allá por el año 1908, recordamos la “Librería Font & Velasco, S. C.” que fundaron Don Manuel Velasco y Don Leopoldo Font Ruidor, quien había venido a la Ciudad a finales del siglo XIX a establecerse y pronto entró a trabajar a la también famosa Librería y Papelería “La Enseñanza”. Don Leopoldo Font Ruidor después adquirió la parte accionaria de Don Manuel y estableció la Librería Font.Esta Librería, la Font, se mudó de su local ubicado en la calle Colón número 10 a su nuevo domicilio, en acera Norte de la calle López Cotilla número 442, entre las calles Ocampo y Galeana.Allí se daban cita semanalmente grupos de intelectuales que hacían tertulias para discutir los temas del momento con veladas interminables donde se derrochaba sapiencia y, sobre todo, respeto, porque si bien había posiciones encontradas, jamás se supo que se haya enemistado algún contertulio, porque en esa época y como debiera ser siempre, la amistad estaba sobre todo; las diferencias nunca eran superiores a las coincidencias.La Librería Font también vendía artículos de papelería, aunque su fuerte eran los libros, que editaba a la rústica, es decir, de tapa blanda, y otros empastados, con tapa firme usualmente de cuero muy bien encuadernados, cuyas ediciones siempre fueron muy apreciadas por sus clientes.Casi enfrente de la Librería Font, también por la calle López Cotilla, que por cierto lleva ese nombre en honor del ilustre maestro y pedagogo tapatío Don Manuel López Cotilla (1880-1861), estaba la Papelería Romero, a un lado de lo que fue el primer establecimiento de las Farmacias Guadalajara, en la acera sur de la calle.En esa papelería vendían unos cuadernos que me gustaban mucho; eran de forma italiana, estaban engrapados y había de raya, doble raya, cuadrícula y blancos; su forro o pasta de cartoncillo era de color azul obscuro y en su frente tenían el dibujo de un tigre, y los espacios correspondientes para anotar el nombre del alumno, la escuela donde estudiaba y el grado que cursaba; en el reverso o contraportada venían impresas las tablas de multiplicar; sus hojas eran de buena calidad, pues resistían las constantes pasadas de aquellos borradores de migajón, que borraban mejor que los bicolores que dejaban manchones.También por la misma calle de López Cotilla, entre la avenida 16 de septiembre y la calle Colón, en la acera norte, estaba la “Papelería e imprenta La Carpeta”, que era el sitio preferido de compras de mi abuelo y mi padre en lo que papelería y artículos de oficina se refiere, así como a impresiones de sus membretes.Justamente, mi abuelo allí compró la carpeta que tenía encima de su escritorio en su despacho en el Edificio Lutecia, forrada de piel, con doble hoja, compartimientos para clips, lápices y borrador y un espacio para tarjetitas.Los trabajos de impresión eran garantía de calidad; tenían también artículos de escritorio como ceniceros, adornos de bronce con portaplumas, donde lo mismo podía uno ver caballeros del tiempo de las cruzadas con su armadura, yelmo, espada y escudo, que la sempiterna figura de Don Alonso Quijano, Don Quijote de la Mancha a lomo de Rocinante y su inseparable escudero Sancho Panza con su Babieca.Ustedes recordarán también la “Papelería del Estudiante” o la famosa librería “Carlos Moya y Sucrs.” ubicada en la calle Morelos, en la esquina con Donato Guerra, a donde nuestros papás o nuestros abuelos nos llevaban a surtir las listas de útiles.Precisamente una de las cosas de mi infancia que recuerdo con especial agrado era la compra de los útiles y su increíble olor a nuevo de cuadernos, libros y lápices; es un verdadero tesoro olfativo evocador y creo percibirlo en el momento en que estoy escribiendo este artículo y que seguro ustedes también lo perciben al leerlo.Cuadernos de forma francesa o italiana, cosidos o engrapados, las cajitas de lápices de colores según el presupuesto de cada familia; recuerdo los más sencillitos que eran los Tony, que tenían 5 en cada cajita, los Vividel, los Prismacolor, que venían en cajas de 12 y 24 colores y, cuando salieron, las de 48; las plumas Wearever Saber y Wearever Caravelle, los sacapuntas de plástico y los metálicos que eran alemanes, los juegos de geometría y se me escapa un furtivo suspiro.Cuántos recuerdos se me vienen a la mente, pero ya será en otra entrega cuando retomemos el tema. Aquí los espero el próximo sábado, en estas queridas páginas de EL INFORMADOR, si Dios nos presta vida y licencia.