Viernes, 29 de Marzo 2024
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La magia de viajar entre líneas

Por: Martín Casillas de Alba

La magia de viajar entre líneas

La magia de viajar entre líneas

Acabo de recibir El Llano Grande, un libro publicado por la Secretaría de la Cultura de Jalisco (2017) con textos de Juan José Doñán y fotografías de Rubén Orozco en donde podemos conocer, para nuestra próxima visita, el territorio de Rulfo y la escenografía de Pedro Páramo y de El llano en llamas. Sabemos que pasó su infancia en San Gabriel y cómo, de alguna manera, los viajes que hizo a esa región los convirtió paisajes imaginarios: “Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro.”

Ahora, somos nosotros los que podemos asociar lo que vemos con esos paisajes literarios, como si fueran el espíritu entre líneas que nos dan otra dimensión.

El texto de Juan José Doñán fluye y, sin mayores pretensiones, describe las características del paisaje y de los pueblos, así como sus encuentros con ruinas de toda clase, incluyendo sugerencias gastronómicas. Imagino, porque lo conozco, que sus recorridos los hizo en bicicleta para poder ver y tomar nota de cerca mientras peinaba el Llano Grande desde Sayula, pasando por San Gabriel, Telecampana, La Croix, Tuxcacuesco y Tonaya, pueblos y paisajes que disfrutamos gracias a las fotografías de Orozco.

“Aun cuando una travesía por el Llano Grande puede comenzar por varios rumbos… la ruta más recomendable es la que tienen su
punto de arranque en Sayula, y no sólo porque este antiguo pueblo de indios sea el lugar más accesible para quien se acerca a la zona desde Guadalajara o el centro y el norte del país, sino porque Sayula fue el centro de la virreinal Provincia de Ávalos, así como por la variedad y riqueza de cosas de interés…” –y así, vamos tomando nota para el próximo viaje que hagamos por esos rumbos.

No sé bien qué es lo que aporta la ficción literaria a los viajes, pero lo que sí les puedo decir es que disfrutamos más lo que vemos cuando paseamos por esas geografías, si hemos leído obras de ficción, para que algo flote en el aire mientras recorremos esos lugares; a lo mejor recordemos una frase o un sentimiento y nuestro respirar se confunda con el entrecortado de aquel padre que carga en sus espaldas a su hijo Ignacio, herido de muerte, a quien le pregunta “si oye ladrar los perros”, antes de llegar a Tonaya ese día que la luna iba subiendo.

Resultan que esos viajes entre líneas son una maravilla, como el que hice a Grecia después de haber leído todas las tragedias, de tal manera que, cuando llegué a Delfos, puede ser, por un momento, un especie de oráculo; al atracar en Delos, donde Apolo había nacido bajo las palmeras, custodiado por los leones, prácticamente levitaba. Era el eco de aquello que había leído, así que, cuando llegué a Micenas, se me frunció el estómago de imaginar a Clitemnestra y su amante, haciendo cachitos a Agamenón mientras tomaba un baño de asiento, recién llegado de Troya, después de diez años de ausencia.

Otro más, fue el viaje a Londres por Southwark cerca de El Globo y luego a Wilton House, la casa de los condes de Pembroke en donde la recorrí con todo y los jardines (entre los sonetos de Shakespeare), antes de sentarme en la orilla de esa banca donde puede uno murmurar en una de sus orillas y se escuche al otro extremo, al tiempo que trataba de comprender la escala de riqueza de los nobles en el XVI.

Hace dos meses bajamos a San Gabriel desde Tapalpa y ahora, de la mano de El Llano Grande, tenemos una guía para saborear más lo que hemos leído de Rulfo confirmando así, el poder que tiene la literatura y la imaginación en los viajes que hacemos en donde podemos disfrutar más de ese paisaje que dibujamos con los colores de las emociones que superan a esa realidad de los atardeceres.
 

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