Domingo, 06 de Julio 2025
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La guerra del agua

Por: Armando González Escoto

La guerra del agua

La guerra del agua

Si pudiéramos crecer al infinito, no habría necesidad de controlar la natalidad, tampoco si tuviésemos otro planeta al cual fuese posible emigrar. No podemos crecer al infinito porque dependemos para hacerlo de las capacidades de la Tierra. La historia reciente nos ha enseñado acerca de todo el daño que podemos hacer a la naturaleza si nos ponemos en un plan de explotación sin límites.

Hubo alguna vez un espacio de gran belleza llamado mar de Aral, un gran lago ubicado en Asia Central, que a sus vecinos y beneficiarios les parecía inacabable, así que lo mismo le extraían toda el agua que podían, que desviaban el curso de los ríos que lo alimentaban para beneficiar la producción de algodón, y así, el mar de Aral se acabó, o casi; hoy día se encuentra dividido en dos. Luego de ingentes y millonarios esfuerzos, se ha podido algo rescatar la parte del norte, mientras que la zona sur se encamina irremediablemente a su final desecación.

Pero para los explotadores de este mundo había otro lago todavía mayor, el mar Caspio, famoso por la producción de arenque y, en consecuencia, del afamado caviar negro. Nada ha importado con tal de seguirle extrayendo agua para todo tipo de fines, y así, un lago de tan imponentes dimensiones experimenta hoy día graves problemas debido a su vertiginoso descenso. No olvidemos que este lago tiene una longitud de 1,200 kilómetros y una anchura promedio de 320 kilómetros; es, desde luego, el lago más grande del mundo, y así de grandes han sido las ambiciones que hoy lo tienen bajo amenaza.

Nosotros no hemos querido quedarnos atrás, pese a que el lago más grande de México es comparativamente tan pequeño, 79 kilómetros de largo por 28 de ancho como máximo, pero asediado de manera repulsiva por una masa incontrolable de saqueadores que semejan una manada incontable de búfalos queriéndose beber un charco de agua. Por supuesto que acabarán por agotarlo mientras sus depredadores hacen cuentas felices de todo el dinero que obtuvieron destruyendo este patrimonio de la naturaleza.

Chapala tiene pocos amigos, muchos beneficiarios y muchísimos saqueadores. Por un lado, están los que anhelan las tierras limítrofes para vivir más cerca de un lago que acabará por desaparecer si siguen las cosas como van; por otro, la agricultura y la industria que buscan mayores beneficios consumiendo más agua, y desde luego la megaciudad cuyo crecimiento nadie ha podido ni querido controlar, porque son miles de permisos y millones de pesos en ganancias para los ayuntamientos con cada nuevo fraccionamiento o elevada torre de departamentos. A estos se añaden los coyotes y todo tipo de estafadores y defraudadores, y todo cuesta también agua: agua para construir y luego agua para los servicios.

Para que esta depredación no se pare, buscan hacer ahora un nuevo acueducto sin decirnos si será para reemplazar el anterior, o para que, ya con dos, el agua de Chapala se pueda ahora sí extinguir; cuando eso ocurra, las turbas que ahora se enriquecen simplemente se irán a otro lugar del país o del mundo donde puedan volver a hacer lo mismo, en tanto que a nosotros nos quedará como herencia una tierra salitrosa, seca, polvorienta, pero eso sí, rodeada de casas de verano y edificios de departamentos.

Lamentablemente, nuestra historia ha sido un largo proceso de saqueo de todo tipo de recursos que comenzó en el siglo XVI y que hasta la fecha no cesa. Es como si la genética mestiza fuese específicamente depredadora, y para nada creativa, responsable de los bienes comunes y, sobre todo, de la naturaleza.

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