Viernes, 19 de Abril 2024

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La destrucción del viejo orden

Por: Ivabelle Arroyo

La destrucción del viejo orden

La destrucción del viejo orden

¿Tiene algún sentido el desmantelamiento de las instituciones y la destrucción de caminos ya pavimentados? ¿El gobierno federal lo hace con un plan o es víctima de su incompetencia? En un excelente artículo publicado el 17 de julio en El Financiero, Blanca Heredia se hace esas preguntas para elaborar una hipótesis sobre la racionalidad de la destrucción. Sí, sí tiene sentido, escribe Heredia, y este pasa por demoler un sistema de privilegios y un esquema de profunda desigualdad. Heredia advierte que si es así, los costos serán altos y se permite anhelar al final de su artículo un orden social más incluyente.

Es un excelente artículo, pero no comparto el planteamiento de la destrucción lógica con el fin explícito de impedir el retorno tanto de los viejos actores como de un orden social centrado en la reproducción de la desigualdad extrema.

Explicaré por qué, pero antes creo pertinente señalar que si la columnista tiene razón, habría que advertir sobre lo equivocado del objetivo revolucionario lopezobradorista. Ni las revoluciones armadas y violentas lo lograron. Esas revoluciones, con su sangre, su aniquilación física de viejas élites, su destrucción de instituciones enemigas, su purificación política y sus nuevas reglas no acabaron con el sustrato que daba vida a lo anterior. La revolución mexicana no acabó con el clasismo, la revolución rusa no acabó con la religión, la revolución cubana no acabó con la prostitución. Los neoinstitucionalistas sostienen que no hay revolución que cambie a una sociedad, pues el surco está trazado y hay que hacer modificaciones sobre el mismo.

Pero les decía, no creo que sea el caso. No veo una racionalidad revolucionaria en el desmantelamiento. La idea de la transformación profunda de la sociedad es un elemento que encuentro más como elemento discursivo en el gobierno que como eje de sus acciones y políticas públicas. Heredia tiene razón: están destruyendo el marco normativo, la correlación de fuerzas y a la burocracia asfixiadora. Pero veo a López Obrador más neoinstitucionalista que revolucionario. O quizá ni siquiera neoinstitucionalista como reformador, sino restaurador. La destrucción que sí es dirigida (el desmantelamiento de la Policía Federal, del Instituto para la Evaluación Educativa, del Instituto para la Infraestructura Educativa, por ejemplo) toca la capa superficial de las instituciones, esa que apenas es una pátina puesta en los últimos años, y recupera la esencia centralista y omnipotente de la voz presidencial en todos los cajones de las instancias gubernamentales, con las fuerzas que le son leales y con relación sin intermediarios entre los beneficiarios y la Presidencia. Eso no puede verse como la destrucción de un esquema de privilegios, sino como la recuperación de uno.

Pero además, me temo, hay otra destrucción no dirigida, la que obedece a la impericia normal de una administración nueva y de un cambio de partido.

Como sea, la reflexión de Heredia pone sobre la mesa un debate relevante (nada menos que el rumbo de las instituciones) sin acaloramientos ni estridencias, con información y lógica. Así sí se puede disentir con gusto.  

(ivabelle@gmail.com / @ivabelle_a)

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