Jueves, 18 de Abril 2024

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La ciencia ficción y la vialidad

Por: Armando González Escoto

La ciencia ficción y la vialidad

La ciencia ficción y la vialidad

Recientes investigaciones han demostrado que el tipo de agua que cae en el valle de Atemajac, se ve afectado por diversos factores que lo convierten en una mezcla corrosiva para el pavimento.

De acuerdo con estos sesudos investigadores, las corrientes de aire, la humedad del valle, y hasta el calor de Kentucky, transforman de tal modo la composición de las nubes y de la lluvia consecuente, que apenas a unos días de caer, generan infinidad de baches de todos los tamaños y profundidades. Para provocar este efecto no existe otra lluvia más singular y efectiva en todo el planeta como ésta.

Estos mismos científicos de la lluvia tapatía han viajado a otros países donde incluso llueve mucho más y por más tiempo, y al advertir que los pavimentos de aquellos otros lugares no sufren en lo absoluto de estos daños, sino que se mantienen en perfectas condiciones así diluvie, han concluido con asombrosa precisión que la causa hay que buscarla en el tipo de agua que aquí se precipita. Si esta misma agua cayera allá, ya verían en lo que acabarían sus flamantes pavimentos.

Siempre la ciencia ha aportado valiosos servicios a los gobiernos; en este caso tiene la virtud de erradicar esas malicias propias de mentes ociosas que buscan culpar de todo a las autoridades legítimamente establecidas, y si se puede, también a la 4T.

En delante, cualquiera que afirme que los baches no los provoca la lluvia sino la pésima calidad de los materiales usados para pavimentar o la falta de profesionalismo de los trabajadores, será visto como ignorante o desinformado.

Por supuesto que existe ya desde hace varios trienios, otro interesante y bien fundamentado estudio que puso al descubierto hasta qué punto la específica e incomparable constitución del terreno en este mismo valle, es la causa determinante de hundimientos, volovanes, pegostes, y toboganes que, a poco de pavimentarse una calle, la deforman; esta constatación ha urgido la toma de fotos en el día en que una vialidad se inaugura para que a todos les conste que se hizo bien, perfecta, delineada, sólida y limpia, si a los pocos días aquel dechado de corrección se arruina, búsquese la responsabilidad en la calidad del subsuelo o, por supuesto, en el abuso cometido por el tráfico citadino, pesado, intenso y caótico.

Que numerosas avenidas y calles carezcan de líneas divisorias, algunas de manera crónica como, por ejemplo, el entronque de la avenida R. Michel con la carretera a Chapala, no es ni descuido, ni falta de responsabilidad o de pintura, sino un recurso pedagógico que educa en el responsable uso de la libertad, más allá de esa infantil costumbre de pintar rayas para que los conductores se limiten o conduzcan con semejantes presiones.

Se oyen igualmente voces críticas denunciando que en Guadalajara los follajes compiten con los semáforos hasta ocultarlos, quienes así se expresan son enemigos de la ecología y del respeto a la naturaleza que debe crecer y desarrollarse por encima de la invasión humana destructiva y desoladora.

Este mismo cuidado del planeta impide gastar agua en lavar semáforos, aunque el polvo y la mugre modifiquen sus colores; seamos realistas, más que modificarles el color, lo matizan, para que nadie sufra la intensidad hiriente de una luz en rojo o en verde claro.

armando.gon@univa.mx
 

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