Viernes, 19 de Abril 2024

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La batalla contra el ruido

Por: José M. Murià

La batalla contra el ruido

La batalla contra el ruido

El Congreso del Estado de Jalisco acaba de ganar una importante batalla contra el ruido. Creo que quienes estamos siempre prestos a criticar a los señores diputados somos obligados, en esta ocasión, a felicitarlos y a ofrecerles nuestra ayuda, por modesta que sea, para que se pueda seguir avanzando en esta cruzada contra uno de los peores males de nuestro tiempo.

Es el caso, lamentablemente, de que se ha ganado en efecto una importante batalla, pero la guerra todavía no.

Es curioso que incluso miembros de la Iglesia Católica, responsables por mayoritaria de la conducta individual, se hayan manifestado en contra de la interdicción en aras de atraer a la gente a su culto con sus estruendosas manifestaciones públicas. Sin embargo, cabe reconocer que éstas se realizan en horarios menos perturbadores.

El exceso de ruido es, no cabe duda, una agresión generalmente individual a un conjunto de seres humanos que tienen todo el derecho a gozar del silencio, máxime que hoy es posible que puedas encapsular los decibeles que quieras sin que se oiga ni un murmullo en el exterior.

Viene a cuento el precepto de que “tu libertad termina dónde empieza la de otro”. En este caso podría decirse que tienes derecho a hacer todo el ruido que quieras mientras no perturbe a los demás.

Quien tenga ganas de idiotizarse, perder el oído y hasta el sentido a base de decibeles, o de atarantar a su clientela hasta cobrarle lo que se quiera, puede invertir en aislamientos cabales y no molestar a nadie. Lo que ocurre es que empresarios típicamente locales y curas de la misma índole, quieren arrimar a su molino cuanto se pueda al menor costo posible, sin importar el daño a la vida de los demás.

Con el ánimo de fomentar negocios de validez sumamente dudosa, parece ser que quienes están en su derredor deben aceptar que se echen a perder sus vidas.

Tengo entendido que la doctrina cristiana reclama con energía no hacer a otro lo que no se desee para sí, pero es el caso de que el individualismo de nuestras clases medias y altas permite hacer caso omiso de esto que los laicos llamamos “el respeto al derecho ajeno”.

La ley contra el ruido público que se acaba de aprobar es verdaderamente cívica: es decir, para vivir civilizadamente, en la civitas, que deja claramente establecido aquel precepto rural que alude a “quien no le guste el fuste y el caballo no le cuadre…”.

Hacer valer la Ley de referencia será obligación de la autoridad, pero también de la mayor conveniencia que los ciudadanos de a pie hagamos lo que esté a nuestro alcance.

La guerra contra el ruido está en su apogeo y si intereses bastardos logran que a la postre triunfe el ruido, nuestro hábitat se tornará completamente inhabitable. La ciudadanía debe de sumarse a como dé lugar en pos de una razonable victoria.  

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