Viernes, 06 de Junio 2025

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La banalidad del mal

Por: Jonathan Lomelí

La banalidad del mal

La banalidad del mal

Entre mis libros favoritos está “Eichmann en Jerusalén: la banalidad del mal” (1963). Combina dos de mis pasiones: la filosofía y el periodismo.

Es una obra escrita por la filósofa y teórica política alemana Hannah Arendt. Surge de la cobertura periodística del juicio en 1961 a Adolf Eichmann, teniente coronel nazi encargado de transportar a miles de judíos al exterminio. 
 
El libro es un estudio de cuestiones ético jurídicas en torno al caso y la personalidad de Eichmann cuya “monstruosidad” consiste en que es un asesino masivo con la mentalidad mediocre de un burócrata aterradoramente normal.

Arendt intentó comprender. En estos días releí algunos capítulos con la mente puesta en el México violento de las desapariciones. Uno también desea comprender.

La manipulación del lenguaje,  la responsabilidad del Estado, la importancia de la memoria y el relato, la cruda realidad de saber que detrás de una maquinaria de muerte se oculta la más ordinaria lógica burocrática…

Comparto algunas citas para la reflexión en clave contemporánea:

“El grado de responsabilidad aumenta a medida que nos alejamos del hombre que sostiene en sus manos el instrumento fatal”.

“Los hombres de las SS sabían que el sistema que logra destruir a su víctima antes de que suba al patíbulo es el mejor, desde todos los puntos de vista, para mantener a un pueblo en la esclavitud, en total sumisión”.

“Toda la correspondencia que tuviera por objeto el asunto en cuestión, estaba sujeta a estrictas ‘normas de lenguaje’, y, salvo en los informes de los Einsatzsgruppen, difícilmente se encuentran documentos en los que se lean palabras tan claras como ‘exterminio’, ‘liquidación’, ‘matanza’. Las palabras que debían emplearse en vez de ‘matar’, eran ‘solución final’, ‘evacuación’ y ‘tratamiento especial’”.

“El primer decreto dictado por Hitler en tiempo de guerra, la palabra ‘asesinato’ fue sustituida por ‘el derecho a una muerte sin dolor’”.

“Por esto, los asesinos, en vez de decir: ‘¡ Qué horrible es lo que hago a los demás!’, decían: ‘¡Qué horribles espectáculos tengo que contemplar en el cumplimiento de mi deber, cuán dura es mi misión!’.

“Las bolsas de olvido no existen. Ninguna obra humana es perfecta, y, por otra parte, hay en el mundo demasiada gente para que el olvido sea posible. Siempre quedará un hombre vivo para contar la historia. En consecuencia, nada podrá ser jamás ‘prácticamente inútil’, por lo menos a la larga”.

“Desde un punto de vista político, nos dice que en circunstancias de terror, la mayoría de la gente se doblegará, pero algunos no se doblegarán, del mismo modo que la lección que nos dan los países a los que se propuso la aplicación de la solución final es que «pudo ponerse en práctica» en la mayoría de ellos, pero no en todos. Desde un punto de vista humano, la lección es que actitudes cual la que comentamos constituyen cuanto se necesita, y no puede razonablemente pedirse más, para que este planeta siga siendo un lugar apto para que lo habiten seres humanos”.

“Lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales”.

jonathan.lomeli@informador.com.mx
 

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