En México, los jóvenes viven en un entorno que les arrebata tiempo y, con frecuencia, la propia vida. Debe recordarse, en primer lugar, que se estima que en México hay alrededor de 36.5 millones de personas entre los 12 y los 29 años de edad. En ese universo, de acuerdo con el INEGI, en 2023, entre las personas de 15 a 24 años, las tres principales causas de muerte fueron: accidentes, con 6,353 casos (3,657 de ellos de tránsito); 6,118 homicidios intencionales; así como 2,213 suicidios. Ese perfil de mortalidad refleja un contexto marcado por la violencia social, la siniestralidad vial y un profundo malestar que alcanza también a la salud mental.Ese malestar se confirma al observar cómo usan, y cómo desearían usar, su tiempo. La Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo, 2024, señala que entre adolescentes de 12 a 19 años, casi una tercera parte quisiera dedicar menos tiempo a los traslados a la escuela o al trabajo (29.6%), y entre jóvenes de 20 a 29 años la proporción asciende a 40.2%. Esto es: cuatro de cada diez jóvenes sienten que el transporte consume demasiado de su vida cotidiana: es tiempo perdido, cansancio acumulado y un límite para otros aspectos esenciales.En cuanto a sus aspiraciones, los datos muestran una fuerte necesidad de vínculos y formación. En el grupo de 12 a 19 años, 55.5% expresa que quisiera más tiempo para convivir con familiares y amigos, y 22.0% para estudiar. De los 20 a los 29 años, los porcentajes son aún más altos: 58.4% y 31.7%, respectivamente. La juventud pide espacio para sostener la vida afectiva y para avanzar en su educación. La convivencia es un soporte emocional, un medio de pertenencia y de salud mental; el estudio, una inversión en generación de capacidades, en autonomía y en posibilidades de futuro.Asimismo, entre jóvenes de 20 a 29 años, 23.7% quisiera dedicar menos tiempo al trabajo remunerado, y 35.8% preferiría tener más tiempo para las labores domésticas. En el grupo de 12 a 19 años, 26.6% también manifiesta el deseo de contar con más tiempo para esas actividades. Los datos muestran jóvenes que quieren cumplir con responsabilidades familiares, pero que se ven limitados por los traslados interminables y la fragmentación de sus jornadas. Incluso en el uso del internet para entretenimiento se observa una crítica: 22.2% de adolescentes y 22.1% de jóvenes desearía reducir ese tiempo, señal de conciencia respecto al impacto de la sobreexposición digital.Todo esto es crucial porque el tiempo no es la vida misma en su discurrir. La pobreza de tiempo se convierte en pobreza de vida. Cuando los jóvenes mueren mayoritariamente por causas evitables, y al mismo tiempo declaran que quisieran menos transporte, menor carga laboral y más oportunidades de estudio y convivencia, el mensaje de política pública resulta ineludible.Lo que se requiere es una estrategia integral con al menos cuatro ejes. Primero, movilidad segura y cercana: transporte público confiable, seguro y con opciones intermodales, así como políticas que acerquen escuela y empleo. Segundo, barrios y ciudades con anclajes juveniles: espacios culturales, deportivos y comunitarios accesibles y cuidados, en respuesta a la mayoría que quiere más tiempo para convivir. Tercero, jornadas compatibles con la vida: flexibilización laboral, teletrabajo parcial y políticas de corresponsabilidad en el hogar. Y cuarto, salud mental y prevención de violencias: programas de seguridad vial, atención psicológica accesible, prevención de adicciones y mecanismos comunitarios de mediación.Los datos ofrecen un diagnóstico claro, así como una brújula trazada por los propios deseos juveniles. La cuestión es si el país será capaz de reordenar sus políticas para devolverles lo más valioso que hoy se les escapa en traslados, cargas laborales y tiempos fragmentados: la posibilidad de vivir con dignidad, aprender con plenitud, cuidar y convivir en comunidad. Sin duda, reconocer y garantizar los derechos de los jóvenes significa respetar su tiempo digno de vida.