La Iglesia es un río de muchas aguas. Entre sus cauces, dos corrientes han fluido con fuerza y mística distinta: los Jesuitas, fundados en la llama inquieta del siglo XVI, y los Agustinos, nacidos del eco profundo de la interioridad del alma.Los jesuitas, hijos del fuego de San Ignacio, caminan por el mundo con los ojos abiertos y los pies ligeros. Llevan en sus mochilas libros, lenguas y brújulas. Hablan con emperadores y gente del pueblo, enseñan en universidades y barrios, fundan colegios donde la fe se cruza con la injusticia. Su espiritualidad no se encierra en claustros, sino que se desparrama en las calles del mundo. Disciernen, actúan, dialogan. Buscan a Dios en todas las cosas, en una oración en movimiento.Los agustinos, en cambio, beben del pozo hondo de la interioridad. Escuchan a Dios que susurra en lo secreto del corazón. Herederos de San Agustín, aman la comunidad como reflejo de la Trinidad y meditan sobre el tiempo, la gracia, el deseo. Su teología es un canto a la fragilidad humana y a la ternura divina. No corren, peregrinan. Y en su paso lento, dejan huellas de sabiduría y unidad.Uno tiende puentes al mundo; el otro cava túneles hacia el alma. Uno transforma estructuras; el otro cultiva vínculos. Uno dialoga con los desafíos del presente; el otro resguarda los tesoros del pensamiento eterno.Ambas órdenes son como dos pulmones, ayudan a respirar a una Iglesia viva. La una late con el impulso de reformar; la otra con el deseo de comprender. No hay antagonismo, sino danza compartida.Y así como León XIII, de raíz agustiniana, trazó con rigor doctrinal una Iglesia anclada en la filosofía y el orden social, hoy León XIV continuará un camino similar junto a la propuesta reformista de Francisco, el primer Papa jesuita, que impulsó una Iglesia en salida, compasiva y valiente, que no temió mancharse de barro para abrazar al mundo de la periferia.En la diversidad fecunda entre ambos, la Iglesia camina. Porque Dios también se revela en los distintos mensajeros.La visión del nuevo Papa estará impregnada de esa unidad en torno a la misericordia divina y sumar una tarea misionera de mayor espiritualidad interior.De aquí que buscar la paz será una de sus mayores preocupaciones y empeño pastoral, y al tener una amplitud cultural, podrá interceder y mediar diplomáticamente con los gobiernos en conflicto.Sus homilías, mensajes y encíclicas van a ser sumamente interesantes, por la integración teológico-pastoral que irá realizando.Ya lo veremos.