Sábado, 06 de Septiembre 2025

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Informes de Gobierno: la posesión de Dionisio

Por: Isaack de Loza

Informes de Gobierno:  la posesión de Dionisio

Informes de Gobierno: la posesión de Dionisio

Como acto republicano, los informes de Gobierno deberían ser el evento más serio de un político: rendir cuentas de manera transparente y en el que se aborden aciertos, errores y pendientes.

Pero no. En México, las fastuosas ceremonias tienen como obligación llenarse de invitados especiales dispuestos a aplaudir cada tres o cinco minutos hasta que las manos ardan porque la alcaldesa o el alcalde han hecho de todo y más por ellos durante su encargo.

Es, para irnos a lo grande, como un aquelarre dionisíaco mal montado, donde el gobernante se asume como dios griego, aunque la realidad lo ubique más en el reparto de una tragicomedia renacentista de alto calado y con cargo al dinero de las personas.

Porque al menos Dionisio garantizaba vino, música y catarsis. Por lo que respecta a nuestros alcaldes y presidentes, éstos pagan por pantallas gigantes, megáfonos, aplausos ensayados y cifra que ni se entienden ni les importan a quienes tienen el honor de cargar el gafete de invitado especial.

Mientras los griegos buscaban liberación en sus farras durante la incipiente instauración de la democracia (a saber: el Gobierno del pueblo), aquí lo único que se libera es el ego del mandatario, que puede darse el lujo de hablar por horas y horas atrapado en el espíritu de Dionisio y actúa como si la historia comenzara y terminara en su administración.

De poco importa qué siglas gobiernen: el formato es el mismo. Invitaciones personalizadas, pauta publicitaria, la cara del gobernante en cada espectacular o parada de camión y vanidad exacerbada.

Luego, el día del magno evento, las y los invitados entran con gafete en mano, sostienen diálogos sosos en tanto se les asigna una mesa y, una vez en el recinto, a esperar a que llegue la o el invitado de honor. Porque sí: la llegada tardía también es parte del protocolo, no importa en qué trienio/sexenio leas esto.

Enseguida, ronda de aplausos. El personaje del momento entra triunfal. El choque de palmas debe sonar hasta cansar al oído y a las manos. Luego viene la clásica presentación de Power Point repleta de logros históricos y las frases recicladas de quienes estuvieron antes.

Así, escucharemos a las mujeres y hombres a cargo de la Zona Metropolitana de Guadalajara asegurando a la concurrida pero adormilada audiencia que han transformado a la ciudad, en el momento exacto en que el siempre embudo, pero ocasionalmente avenida López Mateos, se mofa de esa aclaración mientras recibe y estanca a miles de autos en sus carriles.

Pero el teatro sigue: regidores aplaudiendo como focas, invitados fingiendo entusiasmo y periodistas obligados a encontrar un titular “portadeable” que, eventualmente, cambiará para que la pauta comercial siga fluyendo.

Porque esos son eventos de hemeroteca. Los poderosos se quieren en las portadas con la frase más poderosa que les hayan escrito mientras la ciudadanía, a quien se supone que le han resuelto todos sus problemas, padece los estragos de un transporte ineficiente, de un servicio de salud denigrante, de un esquema de seguridad en donde quienes te cuidan te desaparecen.

En suma, la rendición de cuentas y la autocrítica en un informe de Gobierno son la última de sus prioridades. Con el despilfarro de fondos públicos, los poderosos en turno te invitan a una fiesta de alto nivel para servirte agua mineral espumosa en lugar de champagne.

Dionisio pedía exceso y liberación. Y aquí los tenemos: exceso de discursos y liberación… de toda responsabilidad. El que se sube al estrado y toma el micrófono se baja de la palestra convencida o convencido de que ahora es un semidiós, se toma la selfie final y vuelve al palacio municipal o a Palacio Nacional a seguir gobernando como si la liturgia lo hubiera absuelto de todo.

La posesión de Dionisio, en esta versión mágicamente mexicana, realmente no es un trance colectivo como quieren hacernos creer nuestros políticos; es un delirio personal. Un carnaval sin carnaval, una borrachera sin vino, un informe sin cuentas ni autocrítica. La misma obra cada año: políticos disfrazados de héroes, cuando apenas alcanzan para comparsa.

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