Viernes, 26 de Abril 2024

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Harapos

Por: Maya Navarro de Lemus

Harapos

Harapos

Por Regina Topete

Los gritos desgarran las gargantas. Desde las paredes de un hoyo negro, del que no se distingue el fondo, cae una tras otra, con secuencia interminable, las rocas. Grandes, chicas, al ritmo del tintineo de gotas de las que nadie sabe su destino.

Advierte que esos gritos podrían venir de muchas personas. Una multitud que parece multiplicarse a medida que él se percata de su presencia. Sólo escucha pero no puede ver quiénes son. Al impulsarse para descubrir sus rostros, se sobresalta.

Se frota los ojos y desliza una mano para recoger la humedad de los labios. Encuentra su barba crecida y rasca su mentón. La inquietud del sueño interrumpido se sacude hasta la punta del pelo sobre sus hombros. Comienza a amanecer. La chamarra envuelta sobre su propio desgaste descansa sobre el suelo bajo su nuca. Jala un poco la manta de colores que el tiempo ha vuelto indefinidos y se acomoda, ahora sobre su brazo izquierdo. Su respiración adquiere el ritmo lento del sueño y…

Se escuchan gritos. Unos bajos y lánguidos, otros agudos e infantiles entre -otra vez- el lugar lleno de agua y piedras. De pronto, un destello de luz marca el camino que emprende con un vigor desconocido. Con nerviosismo toca las puntas de su cabello y frota los brazos procurando calor. Siente húmedas las palmas de sus manos. Los gritos continúan desesperados; ahora puede distinguir, entre ellos algunas voces lejanas. Palabras mezcladas. ¿Qué dicen? ¿Conjuros para encontrar una salida de su tormento? Aumentan. Se acumulan como el murmullo de un enorme panal de abejas. Aturden. Intenta despertar pero con horror descubre que esas voces brotan de un profundo hueco que se hunde cada vez más en su propio cuerpo.

Con las uñas, que muestran la línea negra del que, por oficio, busca en la basura los milagros, trata de cerrar ese hueco. Las clava ferozmente en las orillas y jala para juntar, cerrar, cauterizar esa herida que hasta antes de dormir era desconocida.

Escucha entonces el tintineo de una moneda que cae desde no sabe dónde hasta su cacharro. Abre los ojos con un asombro nuevo y se encuentra postrado aún, bajo los rayos del Sol, afuera de los cristales de una abarrotera. Se incorpora y todavía con la reminiscencia de palabras lejanas, recoge sus harapos.

A lo largo del día, en su recorrido tras los cristales de los carros, colecciona rostros, miradas, ruidos y decide descansar en el filo de la banqueta para preguntarse si el tormento puede ser también una aventura, si hay alguien en la vida sin ansiedad. ¿Quién, entre los transeúntes, puede decir que vive mejor? ¿Qué marcas señalan los principios de un camino? Y desde el fondo de su memoria despegan, como fuegos artificiales, algunas palabras que estallan con claridad. Habrá que volver a dormir para completar las frases. Da un largo trago a la botella de alcohol y se dispone, bajo un puente, a recuperar las claves.

Regina Topete ofrece un impulso al alma. CORTESÍA

maya.navarro@hotmail.com 

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