Jueves, 28 de Marzo 2024

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Frustración y protesta

Por: Diego Petersen

Frustración y protesta

Frustración y protesta

Cuando R., antropóloga que ha desarrollado un gran olfato para leer y entender las sociedades, regresó de Santiago de Chile hace unos meses, percibió no solo el descontento social, sino la represión en la que viven los jóvenes chilenos. Cualquier manifestación callejera, así fuera un performance artístico o la más pequeña manifestación, era prohibida por la autoridad. Los ecos de la dictadura seguían ahí, personificados en unos Carabineros empoderados y que disparaban los gases lacrimógenos a la menor provocación. “Algo está roto en Chile”, dijo en aquel momento.

El desbordamiento de la violencia que vemos hoy en las calles de Santiago es proporcional al tamaño de la represión en la que ha vivido esa sociedad. El aumento de cuatro centavos de dólar al precio del metro no explica por supuesto lo que estamos viendo, fue el grano de arena que rompió el techo, que derrumbó la estructura, como en Hong Kong fue la ley de extradición, en Cataluña el encarcelamiento de los líderes independentistas, en Ecuador el alza en los precios de los combustibles y al igual que unos meses atrás sucedió en Francia con los chalecos amarillos.

¿En qué momento y por qué se rompió la forma de manifestarse pacíficamente?, ¿qué provocó el incremento en la violencia de las manifestaciones? La salida fácil y obtusa es echarles la culpa a los jóvenes, a su falta de educación, valores, de respeto por las instituciones, por la propiedad ajena, etcétera, etcétera. En el fondo esta respuesta no es otra cosa que decir que el problema es que lo jóvenes no son como los adultos quieren que sean y por suerte y para bien de todos, efectivamente no lo son.

Los datos globales dicen que el mundo es hoy menos desigual que antes, que la herencia del neoliberalismo de los últimos años del siglo XX y los primeros del siglo XXI es una sociedad global con mayor acceso a bienes y servicios, pero si algo hemos aprendido es que nada hay más engañoso que los promedios. Pero quizá el problema más serio, más aún que la desigualdad galopante, es la enorme distancia que hoy tenemos entre la realidad y las expectativas (ya hace años lo dijo con claridad David Konzevick con su concepto de la revolución de las expectativas).

La expectativa de libertad en Hong Kong, de independencia en Cataluña, de Bienestar en Chile, Francia o Ecuador, es la misma que la de los jóvenes que buscan el acceso a bienes globales y que está rota. Son cinco sociedades completamente distintas, pero igualmente frustradas. ¿Quién sigue?

(diego.petersen@informador.com.mx)

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