Miércoles, 24 de Abril 2024

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Fascinados por las motos

Por: Salvador Camarena

Fascinados por las motos

Fascinados por las motos

Hace siete semanas fui a Tepoztlán. Me quedé a pasar la noche. Luego les cuento de los absurdos precios, por caros, de los hoteles. Pero como regresé en domingo, recordé lo que es venir una hora con la adrenalina a tope: con miedo a que, por la derecha o la izquierda, se nos estampara un raudo motociclista. O que al migrar de carril no viera a alguno de los muchos que nos rebasaron. Afortunadamente llegamos sin incidentes a la caseta.

Luego vino la tragedia de hace nueve días, y con ella un fenómeno muy particular: los medios ensalzan a quienes, contra toda lógica y norma, iban a más del doble de la velocidad permitida en esa autopista. Otra vez la adrenalina.

Fue una tragedia espantosa para las familias de todos los motociclistas muertos el 15 de agosto en la México-Cuernavaca. Nadie puede tener algo contra ellas y ellos. Vidas muy prematuramente truncas, dejan hijos huérfanos, padres y madres desolados. Antes que nada, y sobre todo, toca lamentar esos fallecimientos.

Mas para no repetir tragedias similares resulta preciso aprender de lo que salió mal, y para ello no ayuda, me temo, el abordaje que se ha dado en algunos medios de lo ocurrido ese día domingo.

Ha habido bastantes notas con una suerte de homenaje, reportes y perfiles que destacan algo así como la valentía (sic) implícita en retar a las altas velocidades, lo excepcional (sic) de quienes deciden correr a más de 200 kilómetros por hora en una pista pública, y hasta algún tipo de romanticismo por el hecho de trepar en una motocicleta de alto cilindraje. La prensa alimentando no sé qué leyenda tipo James Dean.

Como ya decía en mi arranque autorreferencial, no es para nada inusual que en esa carretera, y en otras, los fines de semana los motociclistas rueden por ahí. Con eso, cero problema. Sin embargo, regularmente lo hacen muy por encima del límite de velocidad permitido, rebasando por la derecha, sin importarles que ya habido múltiples percances, o que en su loco afán exponen a otras personas: a otros usuarios de la carretera que no decidieron jugar carreritas pero comparten autopista.

Si los que murieron en ese fatídico domingo fueran automovilistas, ¿la prensa habría dedicado los mismos obituarios donde se apreciaba una suerte de admiración por el destino trágico? ¿Autos estrellados a 200 kilómetros por hora también resultarían, a ojos de los colegas, motivo de cobertura tipo: ‘estoy seguro de que si fulanito naciera de nuevo, volvería a montarse en la máquina para dominar las curvas’?

El anterior párrafo requiere una inmediata aclaración. Las motos no son el demonio. No es mi querida abuela la que habla por mí al traer este tema a la columna. Ni estoy pidiendo que prohíban las motocicletas en las vías rápidas. Nada de salidas falsas.

Es perplejidad de lector lo que me lleva a cuestionar qué tiene de heroico lo ocurrido el 15 de agosto como para que varios medios nos trajeran coberturas tipo homenaje. Reitero: qué pena por los que fallecieron, pero a la velocidad que iban, ¿cabía esperar otro escenario? Creo que al contrario, la cantidad de víctimas pudo ser peor.

O a lo mejor yo ya no entiendo nada (totalmente factible). Y estoy mal por haber pensado que quizá tan terrible tragedia nos serviría a todos para discutir que nadie debemos superar el límite de velocidad, menos exponer a otros con ello, y menos aún esperar que encima me vean como alguien destacable por tan irresponsables decisiones. Todo en un país donde mueren 17 mil anualmente en percances viales.

sal.camarena.r@gmail.com

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