Sábado, 26 de Abril 2025

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Ética, ciudadanía y democracia

Por: Alonso Solís

Ética, ciudadanía y democracia

Ética, ciudadanía y democracia

¿Qué tiene que ver la ética con la democracia? La ética, se dirá, es una disciplina o rama de la filosofía que estudia el comportamiento moral; la democracia, una forma de gobierno o de Estado que no se entromete en asuntos éticos sino políticos (instituciones, procedimientos, leyes, acciones de gobierno) y que, en todo caso, reconoce el derecho del ciudadano a asumir la ética o moralidad que desee. Por consiguiente, la ética compete al individuo, no a la sociedad.

Nada más equivocado. 

Así trate sobre mi libertad, la ética no es un asunto exclusivamente mío. Si la ética es el estudio y práctica de la felicidad del individuo, y si toda persona es —como creía Aristóteles— un animal social, la ética versará forzosamente sobre el hombre en tanto ciudadano o miembro de la comunidad. Nadie se basta a sí mismo para alcanzar la felicidad o plenitud moral. La ética no es sólo personal (como mi corte de pelo o el platillo que elegiré como cena): es profundamente social y política, pues indaga la manera de relacionarnos entre nosotros, de convivir en sociedad, así como las responsabilidades que tenemos para con los grupos a que pertenecemos. Toda ética presupone una comunidad.

El funcionamiento correcto de un Estado democrático requiere no sólo una clase política comprometida normativamente con los valores, instituciones y reglas de la democracia. Requiere también un amplio conjunto de ciudadanos éticos o virtuosos, es decir, excelentes (recuérdese que la palabra griega que traducimos como virtud, areté, quiere decir excelencia). Como insiste la destacada filósofa moral española Adela Cortina: “no se construye una sociedad democrática con mediocres, sino con excelentes”. 

Por otro lado, la democracia como régimen político es incapaz de prosperar sin una determinada ética que la sustente a diario. Existe una ética de la democracia (o ética ciudadana). Porque la democracia, nos enseñó John Dewey, antes que una forma de gobierno, es una forma de vida comunal, un êthos, un conjunto de hábitos, disposiciones y modos de comportamiento morales. Si las reservas ciudadanas de excelencias éticas son altas y el êthos democrático vigoroso, la participación y los procesos políticos serán más democráticos y la comunidad tenderá a la integración, la estabilidad y el orden. La buena gestión de una comunidad radica, así, no sólo en la conducción política de sus gobernantes sino en la constitución moral de su sociedad.

De ahí la conveniencia de transmitir desde la familia valores cívicos (como la cooperación social y el respeto interpersonal), impartir en escuelas y universidades cursos de ética (o educación para la ciudadanía), crear instituciones públicas que promuevan la cultura democrática (organismos electorales, de transparencia y rendición de cuentas, de derechos humanos) y desarrollar un vigoroso entramado de organizaciones de la sociedad civil cuyos fines y métodos sean democráticos. Sin eticidad pública, todo proyecto de comunidad fracasa; sin êthos democrático, las instituciones de la democracia colapsan.

La tarea de la ciudadanía es, por ende, asumir y practicar las creencias y hábitos ético-políticos que fortalezcan y revitalicen la democracia: defensa activa de la libertad, igualdad radical de todos los seres humanos, solidaridad social y patriotismo, respeto a la legalidad y las instituciones, confianza social y tolerancia, participación cívica responsable, autonomía moral y de pensamiento, diálogo y deliberación pública, disposición a cambiar de opinión, sano escepticismo crítico, inteligencia creativa, respeto a la verdad y los hechos, compasión hacia los desafortunados y débiles, compromiso democrático, sentido de justicia. La ética de la ciudadanía es la clave de la democracia.
 

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