Sábado, 26 de Abril 2025

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Bergoglio, el maestro de la palabra

Por: Erika Loyo Beristáin

Bergoglio, el maestro de la palabra

Bergoglio, el maestro de la palabra

“La vida es linda, hay que cuidar que dé frutos”, es una frase que solía decir continuamente Jorge Mario Bergoglio. Escuchar, conversar y responder eran grandes habilidades del Papa Francisco. Se le calificaba como un Papa austero y alejado del poder, pero nunca de las periferias; solía decir que, para acercarse a las periferias, se requería coraje para cambiar las estructuras que perpetúan las injusticias sociales. Tenía claros los componentes conceptuales del colonialismo y, a través de ellos, centró su apostolado en construir coherencia para combatir todas las formas de esclavitud moderna y de mercado.

En sus libros y las entrevistas publicadas, hacía referencia a la trascendencia de la educación como parte fundamental de la transformación humana y social. El libro titulado El Papa Francisco. Conversaciones con Jorge Bergoglio, publicado por Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti (2013), describe su visión sobre la educación de forma llamativa. Señalaba que, al alumnado, había que enseñarle entre dos realidades de forma proporcional: un marco de seguridad y una zona de riesgo. A esto lo denominaba un desequilibrio educativo que haría posible reconocer el riesgo desde la visión de la justicia social. Le gustaba ver a la educación desde la metáfora del naufragio, ya que esto posibilitaría el encuentro de dudas y certezas ante las cuales el desafío sería potenciar la creatividad de las personas. De igual forma, veía al profesorado desde una lógica de necesaria profesionalización, pero también obligado al acompañamiento que se ejercita desde la comprensión y lo que llamaba misericordia. El propio Papa Francisco fue en su momento un docente disruptivo que gustaba de impartir clases con los textos y los cuentos de Jorge Luis Borges, a través de los cuales intentaba generar profundos debates en torno al sentido de caminar y a la urgente necesidad de resignificar la sensibilidad como esa posibilidad de sentir un problema humano.

Francisco consideraba que el mundo se había alejado de las personas, de los necesitados, de los pobres y los marginados. Pensaba que la inmediatez del presente era tan devastadora que nos había hecho perder la percepción de la nostalgia “desde una dimensión antropológica” y que, por tanto, teníamos enferma la esperanza. Creía en el humor y en el poder de la sonrisa, en la dimensión lúdica del ocio que el mundo había perdido, así como en una espiritualidad libertaria; decía que las personas debíamos recuperar el tiempo para ejercitar la ternura. Hacía profundas reflexiones con respecto al ejercicio de la paciencia como una estrategia de continuo aprendizaje, desde la cual se colocan límites, pero también se construyen nuevos caminos donde es posible aprender de las diferencias y pensar en construir muchos momentos y espacios en donde podemos ser iguales. Para Francisco, la impaciencia y el desencuentro eran patologías sociales de la modernidad.

Francisco era algo más que un abrazador de las diversidades sexuales; era un promotor de la pluralidad y la igualdad entre todas las personas. En el documental titulado Amén, en donde conversa con diferentes tipos de jóvenes, el Papa señaló que la expresión sexual era una riqueza y que la diferencia debía unirnos sin estrecheces personales, sino con coherencia, sensibilidad y tolerancia. Gracias a estas conversaciones con jóvenes, supo qué era Tinder y qué implicaba tener un OnlyFans. En la lógica de la igualdad, fue incorporando a muchas mujeres en espacios de toma de decisión de la estructura administrativa del Estado Vaticano.

Al margen de la fe que cada persona profese, es imposible no sentir desolación ante su partida. Se fue el Papa que nos llamó en sus textos a resignificar la sorpresa y el remanso, a construir la esperanza que es la que no defrauda. Murió ese hombre que decía que la política era limpiar sin ejercer un poder autoritario, el hombre que prefería usar sustantivos y menos adjetivos. Murió un humanista cuya voz de resistencia le hará mucha falta a este mundo; murió el maestro de las palabras, capaz de resignificar la dimensión política de la vida cotidiana en la búsqueda de igualdad, equidad e inclusión.

ierika.loyo@udg.mx

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