Viernes, 19 de Abril 2024

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Elogio de los balcones

Por: María Palomar

Elogio de los balcones

Elogio de los balcones

En los últimos días se han visto en los medios de comunicación muchas tomas de los balcones de los edificios en Italia, Francia y España, desde donde los vecinos cantan y tocan música, platican a gritos y vitorean a los heroicos trabajadores de la salud que están haciendo frente a la tragedia del coronavirus. La imagen de un balcón milanés: una arpista, con su elegante instrumento, tocando en el balcón junto a la ropa tendida. Para la gente confinada y aburrida por la emergencia, tener un balcón es una gran ventaja, porque es un espacio donde se tocan lo privado y lo público que permite no cortar de tajo la convivencia urbana.

El Diccionario de la RAE define un balcón como “ventana abierta hasta el suelo de la habitación, generalmente con prolongación voladiza, con barandilla”. La etimología inmediata de la palabra balcón viene del italiano, pero más atrás parece que tiene incluso origen persa. En las ciudades mexicanas existieron desde el siglo XVI. Palacio Nacional, que era sólo de dos plantas, tenía en la superior un largo balcón cubierto del estilo de los que todavía pueden verse en las viejas casas limeñas, por cierto primos hermanos de los de Damasco o Estambul. El papel de los balcones en la vida pública es importantísimo: desde ahí se emiten proclamas y pregones o bendiciones, son escenario de ceremonias como el Grito de Independencia, son palcos que se adornan para ver desfiles y procesiones o, simplemente, para ver pasar la vida de la ciudad y fisgar en las casas aledañas. Y cultivar plantas en macetas.

Las ciudades civilizadas siguen teniendo balcones. Guadalajara, cuando lo era, no fue excepción, y bien vale la pena recorrer el centro y los barrios tradicionales fijándose en las casas opulentas o modestas que los tienen, algunos con espléndida herrería, y, en los barrios habitados, por lo general amables y poblados de plantas. Uno de los síntomas del desastre urbano tapatío: los balcones que los habitantes de las casas han tenido que enrejar hasta arriba ante la delincuencia y la ausencia de autoridad. Y otro peor: se ha prescindido de ellos. La avaricia y el sinsentido que rigen el crecimiento (más bien desparrame) de Guadalajara algo tendrán que ver. No hay balcones en cotos, cotines y cotones, ya sean pretenciosos o “populares, ni en “torres” inmensas, edificaciones que representan en muchos sentidos la anticiudad, lo antiurbano, lo anticívico. Las ciudades densas bien planeadas suelen tener edificios medianos, donde sí son posibles y funcionales los balcones.

En un reciente artículo en Le Figaro, el urbanista Thierry Paquot comenta el renacimiento de los balcones durante la cuarentena actual. Dice que, como nos permiten tener acceso al exterior sin contacto físico, “son un brazo extendido hacia los demás sin peligro ni riesgo; permiten salir del aislamiento y el enclaustramiento; son manifestación de una comunión física y un respaldo moral, un medio de pertenecer a una cadena colectiva: podemos oírnos y vernos, hay participación directa, se piensa en los demás...”

Tapatío

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