Jueves, 09 de Octubre 2025

LO ÚLTIMO DE Ideas

Ideas |

El traje raído del gobernante en turno

Por: Augusto Chacón

El traje raído del gobernante en turno

El traje raído del gobernante en turno

Conviene revisitar un cuento muy citado durante el periodo del Presidente Andrés Manuel López Obrador, “El traje nuevo del emperador”, de Hans Christian Andersen. El soberano de la historia amaba la ropa y vestir con elegancia; atenidos a este rasgo, dos pícaros llegaron a la ciudad y a quien quiso escucharlos dijeron que eran sastres portentosos que tejían las telas más hermosas. El rumor llegó al palacio y el rey deseó con toda intensidad poseer una prenda hecha por ellos. Entonces se apersonaron los estafadores ante su real cliente y le pidieron mucho dinero para comenzar la encomienda: confeccionar un traje bellísimo con la tela más delicada que pudiera haber, tan tenue y suave que parece invisible, y en efecto lo es, afirmaron, pero sólo para quienes en la corte no fueran merecedores de sus cargos y para los tontos. Esto emocionó al monarca: no sólo tendría una prenda exquisita, podría saber quiénes eran indignos de sus cargos. Los días corrían y los abusivos fingían tejer en el telar que pidieron les instalaran; para verificar el avance el emperador enviaba a sus funcionarios, ya que calculaba: “Yo no voy, si no puedo ver la tela no seré merecedor del cetro o quedaré como un tonto”. Uno tras otro los encomendados regresaron con descripciones maravillosas, aunque, no es necesario decirlo, no veían algo. Los bribones no dejaban de burlarse y de pedir dinero. Por supuesto, en toda la ciudad, en el reino entero (benditas hipérboles de los cuentos), era ya sabida la virtud que el tal traje tendría y quien reconociera que no lo veía sería señalado. De este modo llegamos al desenlace conocido: en el desfile que montaron para que el emperador luciera el ropaje prodigioso, un niño, inocente, exclamó con natural asombro: ¡Pero si no lleva nada! -en una de las versiones-, en otra: ¡El rey va desnudo! Y como de los cuentos nos quedarnos con las desfiguraciones que corren de boca en boca, o en las citas simples, solemos creer que en éste ahí acaba el ridículo e inicia la moraleja. Resulta que el clamor del pueblo (nunca mejor incluido) creció: sí, el rey va desnudo; y éste, sabiéndose desnudo y encuerado ante la opinión pública, optó por alzar el pecho y terminar la procesión, y los chambelanes mantuvieron el paso en el fingimiento de portar la inexistente cola del traje.

Una de las analogías que se desprenden de la narración de Andersen, para aplicar en donde se ofrezca, México, Estados Unidos o Francia: el soberano se sabía indigno del cargo y también tonto, pero no le importó, ya rigiendo, el chiste era terminar su periodo. Otra consiste en que él y sus devotos entendían quiénes eran y qué eran, pero disimulaban creyendo lo que les convenía creer, actitud que los dejó a merced de vividores que, como buenos sastres les tomaron la medida y el erario. Hay más, los trajes de los monarcas, digamos los mexicanos del último siglo, hacen del cuento de Andersen un tratado de ciencia política o un ensayo histórico de folclor nacional. Pero reluce otra que se impone a la luz de hechos recientes, bueno, no a la luz: bajo la oscuridad de esos hechos recientes.

El cuento nos acerca a lo que es un acuerdo político: sobreentendido mediante el cual las partes interactúan sin necesidad de que exista norma escrita pues para todos es obvio: cumplir el acuerdo hace posible cierto orden, es parte de un código tácitamente aceptado. Esto aplica asimismo para algunas reglas sancionadas por las leyes que no entrañan castigo explícito, más allá de exhortos y sanción moral, para quien las incumpla, en casos extremos puede suceder un quiebre de la civilidad necesaria para que la trama legal y política (con los acuerdos descritos) se mantengan funcionales para efectos de la sana convivencia de la sociedad. Andersen sugiere que el pacto político entre el rey y su corte quedó íntimamente establecido, y como el rumor se esparció, pretendieron que la gente se hizo parte de aquél: fingir que el traje era visible era ganancia para todos. Hasta que alguien que no estaba en el acuerdo desnudó la situación, valido de un acuerdo previo, antiguo y casi siempre soslayado por los políticos: que la verdad es inapelable, y dicha desde la inocencia, más. En este caso, la inocencia significa: ser ajeno a los acuerdos políticos que prescinden de la verdad.

El fiscal de Morelos, Uriel Carmona, presuntamente violó dos tipos de acuerdos: uno jurídico, lo acusan de ocultar el feminicidio de Ariadna Fernández; otro político: abrió dos carpetas de investigación al gobernador Cuauhtémoc Blanco y se enfrentó a la jefa Claudia Sheinbaum. Por el primero le cayó, luego de la orden de aprehensión, todo el peso del Estado: marinos, policías, helicópteros, metralletas, cosa inusitada en este país, aunque no tanto si consideramos el otro acuerdo roto, el político. ¿Carmona es culpable del delito del que se le acusa? Quizá, pero debe sentenciarlo un juez. ¿Es culpable de quebrantar un acuerdo de los que gustan los políticos en México? Sin duda, quedó sentenciado con la fuerza empleada.

Por otro lado, el Presidente infringe leyes electorales cuyo respeto depende sobre todo de acuerdos políticos que incluyen a la gente: estamos en el entendido de que esas leyes son valiosas y no importa que el INE y el Tribunal Electoral no dispongan de marinos y policías para obligar su cumplimiento. La delicada democracia y el tenue estado de derecho que tenemos dependen de que los actores prediquen con el ejemplo sin amenaza de coerción. Sólo que el presidente cree que basta con que él y sus chambelanes se mantengan en el acuerdo que pactaron: sí, él va desnudo y qué; sí, no son merecedores de su cargo, y qué; sí, parecen tontos, y qué. Lo suyo, pecho henchido, es terminar el desfile y de preferencia continuarlo como en los cuentos: para siempre jamás.

agustino20@gmail.com

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones