Todo candidato que apueste ciegamente por el capitalismo neoliberal, está evidentemente ciego. Que esta apuesta sea la de la mayor parte de los grandes empresarios mexicanos resulta lógico y hasta legítimo desde cierto punto de vista, pero no puede ser la elección de un gobernante, ya que al gobierno no le corresponde imponer un sistema económico, sino matizar el dominante a fin de que sus efectos positivos sean más equitativos y los nocivos menos contundentes. Justo eso que hoy hacen diversos gobiernos de naciones poderosas, como Estados Unidos, pero que el gobierno mexicano se niega a hacer debido a su ceguera tecnocrática.El punto de vista relativo que legitima la opción empresarial podría ser la confianza en que la acumulación de la riqueza acaba beneficiando a la base social, pero detrás de esa confianza puede fácilmente ocultarse una total ausencia de compromiso con la clase trabajadora, una sed inagotable de riqueza, un temor a compartir si eso pone límites a su avidez, y desde luego una carencia alarmante de sentido común.La confianza en que la acumulación trae beneficios sociales es hoy día demasiado utópica. Después de casi cincuenta años de economía neoliberal queda claro que esa idealista derrama sobre la base no solamente se ha hecho esperar, sino que es claro que nunca va a llegar. Durante las épocas de crisis económica que ha vivido nuestro país, la clase trabajadora aceptó sacrificarse una y otra vez para salvar el empleo, pero la verdad es que en la mayoría de los casos el trabajador siguió siendo sacrificado aunque la crisis hubiese ya pasado. Hoy día el poder adquisitivo de los mexicanos se halla en uno de sus más bajos niveles, situación preocupante que no se resuelve con el solo recurso de aumentar el salario mínimo o volcarse hacia el asistencialismo, tampoco es sensato seguirle apostando al sistema económico tal y cual está.Si México tuviera una clase empresarial de otra condición y nivel, serían los empresarios los primeros en cuestionar un sistema que aunque les esté reportando enormes riquezas, no logra elevar la condición de sus trabajadores. Por el contrario, el país pareciera seguir siendo el sueño dorado de cuanto explotador exista en el planeta. Así como para los cárteles delincuenciales de Sudamérica, venir a “trabajar” a México se hace altamente atractivo por las condiciones de corrupción e impunidad imperantes, también para los cárteles inversionistas resulta bastante seductor hacerlo dadas las facilidades que hay para producir riqueza sin que ésta deba limitarse en favor del compromiso social.Que un candidato que declara obtener, junto con su esposa, cuatrocientos mil pesos mensuales, se sienta héroe ofreciendo elevar el salario mínimo a cien pesos, es un insulto a la nación, por más que su declaración tranquilice el ánimo del empresariado. Adicionalmente confiesa que está al servicio del sistema y que no tiene intención de modificarlo, pues sobre tal asunto nada ha declarado.También resulta pasmoso el que otro de los aspirantes a gobernar el país pretenda resolver este problema con soluciones zigzagueantes. De todo esto lo único cierto es que ni los partidos, ni la misma sociedad, han podido generar el perfil de candidato que México requiere con tanta urgencia. armando.gon@univa.mx