Viernes, 19 de Abril 2024

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El mapa del tesoro

Si usted, lector de este espacio, jamás ha explorado la hemeroteca en línea de El Informador ha perdido una oportunidad francamente insuperable

Por: Antonio Ortuño

Si usted, lector de este espacio, jamás ha explorado la hemeroteca en línea de El Informador ha perdido una oportunidad francamente insuperable de navegar por la historia de la ciudad. Hace años que este diario tuvo la buena idea de poner a disposición de los usuarios su archivo completo de publicaciones y años también que hago uso frecuente de él. Me parece una fuente de descubrimientos sensacionales. Sobran los temas de análisis profesional: la forma en que el lenguaje periodístico se ha transformado, por ejemplo, con el correr de los años. O la manera en la que ciertas visiones prejuiciosas de redactores y columnistas han ido dando paso a otras, más equilibradas. Pero esas, me temo, son perspectivas que tienen mucho que ver con mis intereses periodísticos y no a todo mundo le van a atraer tanto como a los del gremio.

Quizá uno prefiera, pues, no detenerse a analizar la evolución de la prensa escrita local, pero la hemeroteca ofrece muchas otras opciones. Uno puede, por ejemplo, hacer búsquedas relacionadas con familiares y amigos y ver a dónde lo llevan. Así, me puse a buscar una participación de la boda de mis padres (que no apareció, por lo que el recorte de la que conservo, impreso, debió ser publicado por otro diario) y con lo que di fue un desplegado en el que algunos señores tapatíos del año de 1969 se quejaban “enérgicamente” por el posible cambio de nombre del Atlas y terminaba aseverando “¡Arriba el Atlas!”. Lo raro del caso es que uno de los abajofirmantes del documento fue mi padre, que hasta donde sé nunca fue partidario de los rojinegros, sino de los Pumas de la UNAM, quienes ya en aquel año jugaban en la Primera División. ¿Por qué habrá firmado mi padre un desplegado de apoyo a un equipo con el que nunca, que se sepa, simpatizó? No puede tratarse de un homónimo, porque sus dos apellidos y el heráldico “ing” que antecede su nombre lo delatan. ¿Se lo habrá pedido algún amigo? ¿Era mi padre, entonces, camarada de los figurones que firman la queja? Nunca lo oí hablar de ninguno de ellos. ¿Ocultó un desesperanzado atlismo ante mi madre, que era chiva declarada, como yo?

La misma línea de búsqueda me permitió averiguar, además, que mi hermano mayor se ganó diez mil pesos (de 1984) en vales de despensa de la ya desparecida cadena de supermercados Gigante (alcanzaron, según me dice, para tres playeras, un avioncito de armar y la despensa de la semana). Y que, en su calidad de biólogo, fue invitado por El Informador para aparecer en el anuncio de una enciclopedia temática que el diario vendió junto con su edición dominical en el año del señor 2003.  Y que mi madre, además de ser madrina de un pequeño ramillete de quinceañeras durante el decenio de los setenta, actuó en el papel principal de la obra Hedda Gabler, de Ibsen, presentada por la compañía teatral del Centro Español el 19 de marzo de 1960. Y que mi otro hermano declamó poemas de Machado en la Feria Municipal del Libro de 1989 (y dado que es un poeta estupendo, con los años se ha vuelto habitual verlo referido en estas páginas).

También me encuentro con que una ex novia cantó en una obra musical universitaria en el año 1997 (ante poco público) y descubro el aviso de la despedida de soltera de la madre de uno de mis mejores amigos, allá por 1976. Cada hilo parecería llevar a alguna parte. Es lo maravilloso de tener el archivo de un medio centenario, como este, a la mano: la posibilidad de constatar que uno también puede formar parte de la historia de la ciudad, aunque sea en pequeña escala.

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