Martes, 23 de Abril 2024

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El gran final de dos exploradores

Por: Martín Casillas de Alba

El gran final de dos exploradores

El gran final de dos exploradores

Hace años estuve en la British Library de Londres donde exhibían la última página del diario de Robert Scott, donde me quedé muy impresionado al leer esto: 


... es una pena, pero no creo que pueda seguir escribiendo - RScott. 


Lo leí una y otra vez tratando de comprender el agobio por el que había pasado antes de morir en el Polo Sur el 29 de marzo de 1912 cuando hacía un frío de (-40ºC) difícil de imaginar. 

Scott había escrito en su bitácora muchos aspectos y otros detalles de la expedición hasta que las cosas se complicaron: “No tenemos motivo de queja, sólo nos sometemos a la voluntad de la Providencia, determinados a hacer lo mejor hasta el final... Si hubiéramos vivido, debería haber contado la historia de la audacia, resistencia y coraje de mis compañeros que han llenado el corazón de todos los ingleses... Sin duda, un país como el nuestro se encargará de que todos los que dependen de nosotros estén bien provistos.” 

Scott fue el último de sus compañeros en morir. 

Lo imaginé debilitado, soñoliento, congelado de tal manera que su corazón no pudo seguir bombeando su sangre calientita que lo mantenía vivo.

Por otro lado, hace meses terminamos de leer la trilogía de Samuel Beckett: Molloy, Malone muere y El Innombrable. El final de esas lecturas lo conecté con el final del diario de Scott. Beckett también fue un explorador de ese otro polo en donde se encontraban sus miserias, a las que pudo llegar, agonizando con palabras -como sugiere Rebeca García Nieto-, con las que escribió el irlandés que, con tal de alejarse de su madre, se fue a vivir a París para hablar y escribir en otra lengua que no fuera la materna, jugarse el pellejo con la resistencia francesa y alejarse lo más que pudiera de su madre. 

“El psicoanálisis jugo´ un papel importante en la vida y en la obra de Beckett, quien se psicoanalizo´ durante dos años y, en su obra literaria, encontró una manera de continuar su tratamiento”, como explica García Nieto.

Si un día deciden leer la trilogía de Beckett háganlo sólo si están fuertes física, moral y psicológicamente hablando, porque en estas obras “no podemos distinguir entre los hombres y los objetos, ni entre lo subjetivo y lo externo” y el avance y decadencia de su cuerpo, así como el principio de esquizofrenia nos puede pegar, sobre todo, cuando vemos a Molloy, a Malone o El Innombrable, cómo es que se van desintegrando, perdiendo contacto con la realidad, hasta que Malone asegura que “pronto a pesar de todo, estaré por fin completamente muerto”.

El punto de encuentro de esas dos vidas perpendiculares, como son la de Scott y la de Beckett, es el resultado de una libre asociación y un homenaje a lo que escribía David Huerta en el suplemento cultural La Plaza, con su columna que tituló “Vidas perpendiculares, contrarias a las ‘paralelas’ de Plutarco. 

El gozne sobre el cual giran esas dos vidas fue, por un lado, Scott y la pena de no poder seguir escribiendo y esto que escribió Malone antes de terminar:


ni en sueños quiero decir nunca tocará nunca

ni con su lápiz ni con su bastón

ni luces quiero decir

nunca eso es tocará nunca

nunca tocará

eso es nunca

eso es eso es

nada


Cuando Beckett trabajaba en esa trilogía -dice García Nieto-, dormía de día y escribía de noche, desenterraba hechos que creía olvidados, exploraba en sus estratos más profundos de manera que no podía volver a la superficie de su consciencia sin realizar un esfuerzo doloroso. A medida que sus personajes descendían, eran cada vez más profundas sus miserias y Beckett se aislaba más, como si estuviese reviviendo lo que había escrito para desahogar de esa manera su neurosis. 

Dos finales: uno explorando el extremo Sur de la Tierra y, el otro, ese otro extremo donde están las profundidades del alma.

(malba99@yahoo.com)
 

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