Miércoles, 24 de Abril 2024

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El cáncer de la falta de planeación (el caso de la avenida Ávila Camacho)

Por: Diego Petersen

El cáncer de la falta de planeación (el caso de la avenida Ávila Camacho)

El cáncer de la falta de planeación (el caso de la avenida Ávila Camacho)

Las ciudades que son capaces de transformarse son aquellas que se piensan, pero sobre todo que son disciplinadas en el ejercicio de su planeación. Por el contrario, aquellas donde los cambios de gobierno son más seguidos, sea por las propias reglas de la democracia, que impiden la reelección, o por inestabilidad política, donde el nuevo gobierno es por definición más malo que el anterior, el deterioro urbano y el desperdicio de recursos es mayor.

El ritmo de las ciudades poco o nada tiene que ver con los de la política. Son animales enormes que requieren tiempo y esfuerzos continuados para moverse. De ahí la importancia de quitarle a los políticos capacidad de decisión sobre las cosas importantes de la ciudad, temas como el transporte público, los servicios de agua y drenaje y la misma seguridad pública debe estar en manos del poder público, pero lejos de las decisiones políticas.

Los políticos, por definición, tienen prisa. Los funcionarios que más gustan a los políticos son los que ejecutan con velocidad, los que son capaces de “resolver” entre una elección y otra, pero que, como el gallego, se distinguen más por la rapidez que por la precisión. Nada incomoda más a estos ejecutores que la planeación, pues no solo es una camisa de fuerza, sino que obliga a gastar recursos en proyectos conceptuales y ejecutivos; los primeros inhiben la ocurrencia, los segundos la corrupción.

Un caso prototípico de la falta de planeación en Guadalajara es la avenida Ávila Camacho. La historia comienza en el 2009 cuando el gobierno municipal de Aristóteles Sandoval, que entonces era un político en edad de merecer, decide que hay que cambiar el pavimento tradicional por concreto, una decisión en principio positiva. Pero no solo eso, presumen que van a cambiar todos los drenajes porque, decían, lo importante no es solo la carpeta, sino el sustrato, con lo cual justificaron una obra carísima de 900 millones de pesos, contratada a precio alzado y sin proyecto ejecutivo. Cuando se insiste que es momento de poner una ciclovía en esa avenida la respuesta, literal, fue que sería un suicidio político hacerlo. Tres años más tarde, los mismos ahora en el gobierno del estado deciden que la Línea Tres del Tren Ligero correrá por la misma avenida, para lo cual hay que destruir los carriles centrales recién pavimentados, una tercera parte de la mega obra de unos meses atrás. Cuando llega el nuevo gobierno, ahora el de Enrique Alfaro, la promesa es la ciclovía, así que, otra vez sin proyecto ejecutivo, se lanzan a poner machuelos en toda la avenida, sin percatarse que la falta de un buen drenaje la hace inutilizable durante tres meses: lo que para los autos es un charco, para las bicicletas es una laguna intransitable, por lo que hay que destruir de nueva cuenta ahora el carril de la ciclovía para meter un drenaje que, en principio, habíamos pagado con el crédito de los 900 millones. Más de mil millones de pesos y más de diez años después no hemos sido capaces de tener una calle sin baches y una ciclovía decente, en una calle que mide menos de seis kilómetros. Todo por falta de planeación.

Nada hay más caro que la falta de planeación. Ahora sí que, parafraseando a la abuela, somos muy pobres para andar con ocurrencias.

diego.petersen@informador.com.mx

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