Viernes, 29 de Marzo 2024
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Del momento mexicano al insomnio mexicano

Por: Ivabelle Arroyo

Del momento mexicano al insomnio mexicano

Del momento mexicano al insomnio mexicano

Hace seis años, los priistas echaban campanas al vuelo, Enrique Peña Nieto estaba en la portada del Time y los más diestros tiburones del priismo aún vivo cocinaban el Pacto por México en los espacios legislativos.

Los críticos apuntaban a la equivocación del modelo, y la banalidad de los nuevos habitantes de Los Pinos hacía enojar a los desfavorecidos. El rumbo, sin embargo, estaba claro: más apertura a los mercados, cambio de estrategia en combate al crimen (Gobernación tomó -o intentó tomar- el timón), desarticulación de poderes fácticos en educación (el sindicato de maestros), ajuste drástico de visión fiscal y modificación estructural del universo energético, entre otras cosas.

Los detalles del modelo político estaban claros. Se sabía lo que era el priismo, sus formas, sus habilidades y sus perversiones, pero además, había un ambiente de confianza en lo que llamaban “el nuevo PRI”. Los que ya no eran los dinosaurios, sino los chicos habilidosos que habían aprendido la lección (y no, no la habían aprendido, pero ese es otro cuento). Había mucha claridad sobre el rumbo. Tanta, que medios extranjeros afines al modelo llegaron a hablar pomposamente del “momento mexicano”, y los peñistas se regodeaban relamiéndose los bigotes ante la nueva era tricolor.

Los resultados los hemos ya registrado.

Lo que ahora pretendo apuntar es que el cambio de Gobierno no trae su propio momento mexicano. Nadie lo ve así, ni los lopezobradoristas ni los morenistas ni los de izquierda, ni los medios más afines a los nuevos gobernantes. ¿Por qué lo afirmo así? Porque no están vendiendo las bondades de sus acciones, no nos dibujan un país feliz y rico en seis años. Se dedican a defenderse, no a vender un momento. No se va a caer el país, dicen. No se van a venir abajo las finanzas, nos cuentan. No se van a afectar los intereses de los inversionistas del aeropuerto. No es autoritarismo, no es demagogia, no es populismo, no es echeverrismo. No es contratismo de cuates. No es manipulación. No es, sobre todo no es, corrupción como la de antes.
Es una nueva era.

Parece positivo que haya una nueva era, un castigo a la corrupción y un rumbo por explorar. Parece positivo. ¿Pero lo eso? ¡Nadie lo sabe! Nadie conoce con claridad el rumbo (y por favor, no me digan que está en los libros de AMLO, los reto a que lean esos panfletos). Ni de la economía, ni de la seguridad, ni de la educación, ni de las grandes obras, ni de los cambios a las grandes obras. Cómo, con cuánto, con qué riesgos, con qué implicaciones, con qué resultados. Podíamos cuestionar la reforma energética porque, a pesar de su complejidad, nos vendían sus virtudes, sus costos, sus implicaciones y sus pretendidos resultados.

Hoy es difícil cuestionar los rumbos del Presidente electo, principalmente porque no se conocen los detalles. De decisión en decisión (mejor dicho, de anuncio vago en anuncio vago), el nuevo equipo gobernante va generando cada vez más incertidumbre.

¿No es así? Hemos pasado del momento mexicano al insomnio mexicano.

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