Jueves, 25 de Abril 2024

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De la intransigencia y la intolerancia

Por: Luis Ernesto Salomón

De la intransigencia y la intolerancia

De la intransigencia y la intolerancia

La posición rígida de quien no está dispuesto a hacer concesiones o transigir con otros porque considera su posición irrenunciable es, de alguna forma, la antítesis del mundo en donde todo es negociable, aquel en el cual el mercado lo invade todo, incluso la vida cívica, la política y la conducta. Cuando la defensa de un principio absoluto se convierte en una cuestión de dignidad, se le dota de una especie de halo irracional de supuesto heroísmo.

Esta irracionalidad curiosamente es rechazada automáticamente por los ilustrados, pero puede ser atractiva para muchos otros a quienes no les importa juzgar la lógica de lo que se dice. La intransigencia religiosa cambió al mundo el 11 de septiembre, la intransigencia política lo dividió con un muro luego de la Segunda Guerra Mundial.

Ahora el mundo pretende vivir en al ámbito del derecho o mejor en el espacio de los derechos, en donde una posición intransigente es rechazada porque atenta contra uno de los valores esenciales de la convivencia: la tolerancia.

Un intransigente es intolerante porque reduce los márgenes en los que está dispuesto a moverse a mínimos para que coincidan con su visión. Comúnmente el intolerante cree en la verdad única como reducción de todo pensamiento, por lo cual lo que no se ajusta a esos valores no puede ser admitido, negociado, tolerado.

Hay una línea muy delgada entre esta intransigencia y el fanatismo destructivo de cualquier aceptación de otro modo distinto, de ser, pensar o vivir. A partir de ahí es fácil dar el paso hacia el odio por fanatismo: no sólo no se tolera, sino que se odia al otro distinto porque no es, piensa o vive conforme a la visión del intolerante.

El desafío de reaccionar ante una actitud así se convierte en un dilema entre la respuesta automática de devolver violencia con violencia o responder con tolerancia. El derecho de nuestra civilización está construido para generar un marco de tolerancia, respeto y libertad que combate de muchas formas la intolerancia. Por eso, oponer el derecho, la ley, la justicia a la intolerancia es la ruta que permite colocarse por encima de estas corrientes de lodo que pretenden arrastrar todo cuanto encuentran a su paso.

Luego de ver el discurso del Estado de la Unión del presidente Donald Trump, vienen al caso estas reflexiones, por sus referencias a su visión nacionalista, excluyente y, en muchos sentidos, intolerante. La fastuosa puesta en escena y la teatralidad técnica con que desarrolló, obliga a pensar tal y como lo sostenía Michael Sandel, que por medios técnicos de mercadotecnia la vida cívica, la política y la convivencia es presa de la más burda manipulación para fines electorales. Lo que ya es de por sí grave, pero aún más delicado, si el contenido esencial del mensaje está dirigido a exaltar realmente la intolerancia, una supuesta supremacía mesiánica y un desprecio a los derechos de los otros.

El afán de levantar un muro es, evidentemente, más simbólico que efectivo para los propósitos migratorios que pregona y, por ende, es una muestra tosca de esa utilización inmoral de la técnica de la comunicación. El considerar que al sur de su frontera hay una tierra sin ley, muestra esa intolerancia que está bastante lejos de cualquier afán de colaboración en términos de igualdad y respeto.

Pretender satanizar a los migrantes es, además de una injusticia en sí misma, la negación del espíritu constitutivo de la nación vecina. Independientemente de las posiciones oficiales que pasan por el tamiz de la diplomacia, es importante levantar la voz para decir que México es mucho más que las ventoleras retóricas que salen de las mentes intolerantes.

Cualquier barrera que se levante contra la racionalidad, la convivencia, el respeto y la legalidad será derribada tarde o temprano por el peso de la ley y la justicia. Ante esa intransigencia es también reconfortante saber que afortunadamente quienes creemos en la tolerancia y la justicia somos la inmensa mayoría y nos damos cuenta de que esa intransigencia no defiende principios, sino sólo busca, con egoísmo, el poder y por eso carece de autoridad moral.

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