Viernes, 19 de Abril 2024

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De Uruapan al Paso

Por: Luis Ernesto Salomón

De Uruapan al Paso

De Uruapan al Paso

El terror se expande mediante imágenes y palabras en las pantallas de los dispositivos electrónicos y las páginas impresas. Al buscar satisfacer la necesidad de saber lo que sucede en nuestro ámbito, descubrimos el horror. De la curiosidad pasamos en un instante a la indignación. Hemos visto cómo la exaltación del odio contra los mexicanos provocó la muerte de más de 20 personas en el piso de ventas de un supermercado a manos de un presunto fanático supremacista blanco de Texas.

Horas después nos entramos que en Uruapan, Michoacán, fueron asesinadas brutalmente 19 personas cuyos restos se exhibieron en las calles con maldad extrema.

En torno a estas noticias llegaron dos fotografías que muestran crudamente la obscenidad del odio y el terror: en una se muestra a la primera dama de Estados Unidos con un bebe en brazos -un niño cuyos padres murieron al protegerle de las balas malévolas dirigidas contra mexicanos- a su lado su esposo el Presidente de Estados Unidos con una sonrisa triunfal y el gesto del pulgar hacia arriba posa, mientras la inocente criatura parece mirar hacia otro sitio y los familiares del huérfano expresan sentimientos encontrados.

La imagen muestra de forma grotesca cómo se usa una tragedia que merece respeto para sacar provecho político; una verdadera ofensa a la dignidad, no sólo del pequeño y su familia, sino de todos los que, como ellos, sufren el miedo de ser perseguidos, deportados, ofendidos, humillados por las olas del odio inducido.

Esta imagen en sí misma repugna, pero la indignación crece cuando se sabe que fue  puesta en línea por los equipos de comunicación oficiales. La otra imagen resulta dantesca, muestra el cadáver de una persona colgada de un puente en el obscuro amanecer de Uruapan. Al verla, llega un sofoco tal que no queda sino el silencio vacío. Luego se piensa ¿cómo hemos llegado a estos extremos? Tanto en Michoacán como en el Sur de Texas, la población lucha por recuperar la normalidad cotidiana en medio del horror de saber que la muerte ronda en las manos de personas armadas animadas por la más profunda irracionalidad.

Sembrar el terror segando vidas es uno de los actos más perversos del género humano. La violencia brutal de una guerra sin control que se libra entre mentes perturbadas, intereses económicos que trafican con armas y drogas, es tristemente creciente en nuestro tiempo. Tenemos derecho a saber lo que sucede y, al mismo tiempo, nos repugna enterarnos que esa sea precisamente la realidad.

De inmediato se vuelve la cara a la autoridad para exigir que se detenga lo intolerable y la respuesta es lamentable: incapacidad de este lado de la frontera y cinismo del otro. En ambos casos las víctimas son personas dignas, valiosas, hombres, mujeres y niños.

Entre la necesidad de saber, la repugnancia y el miedo se esparce la lucha por no perder la capacidad de asombro ante la monstruosa realidad. Ante esos hechos cabe denunciar que las armas que terminaron con la vida de tantas personas fueron adquiridas originalmente en Estados Unidos, donde se recrudece el debate sobre la indispensable regulación que limite el acceso abierto a la letalidad. Al mismo tiempo las amenazas de nuestros vecinos tendentes a forzarnos a realizar acciones más determinantes contra el narcotráfico son, por sí mismas, una contradicción.

Para revertir la creciente violencia en ambos países es necesario el trabajo conjunto que permita disminuir el tráfico de personas, de drogas hacia el Norte, como el trasiego de dinero y armas hacia el Sur.

Las imágenes de Uruapan y El Paso deben ser un hasta aquí en las posiciones unilaterales. Las cosas han llegado demasiado lejos, como para dejar que la inercia haga que el terror se siga esparciendo.

La sangre de miles de jóvenes exige justicia e inteligencia, la vida de otros tantos muertos, presa de las drogas, clama por lo mismo. Sentarse a la mesa y asumir responsabilidades para terminar con el terror que se ha creado en ambos lados de la frontera es lo que corresponde.

Así como fue imperdonable el silencio ante el exterminio en la Segunda Guerra Mundial, sería imperdonable no levantar la voz para denunciar que ese terrorismo que se nos ha enquistado en forma de bandas y discursos de odio extermina los sueños de miles de jóvenes. Ya basta.

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