Miércoles, 24 de Abril 2024

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Corrupción erradicada sólo en el discurso

Por: Jaime Barrera

Corrupción erradicada sólo en el discurso

Corrupción erradicada sólo en el discurso

El enésimo mensaje y autoevaluación triunfalista que presentó ayer el Presidente Andrés Manuel López Obrador confirmó que lo suyo, lo suyo, es gobernar desde el púlpito. Repetir una y otra vez que el país ya cambió y que la retórica de la cuarta transformación está en marcha y es una realidad, cuando la vida cotidiana de la mayoría de los mexicanos no haya cambiado de fondo, más allá de recibir las dádivas bimestrales del gobierno lópezobradorista que están convertidas en la base en la que se mantiene su popularidad y en la plataforma político-electoral para el proceso electoral en puerta, donde el objetivo es mantener la mayoría en la Cámara de Diputados y ganar el mayor número de las 15 gubernaturas que estarán en disputa.

El sello demagógico que bajo muy contadas excepciones caracteriza a la clase política y gubernamental no sólo de nuestro país sino de muchas partes del mundo, resalta en el estilo personal de gobernar de López Obrador y se muestra en toda su dimensión, por ejemplo, en el tema del combate a la corrupción, que fue siempre su principal bandera política desde la primera vez que contendió por la presidencia de la República en el 2006.

En los dos años que han transcurrido de su sexenio, el Presidente ha expresado en repetidas ocasiones que México ya es otro, que no es igual a sus antecesores porque la corrupción terminó en el gobierno de la 4T. Así nomás, por decreto. Al igual que se aventuró a decir que pacificaría al país primero en seis meses, luego en uno y después en dos, sin que esto haya ocurrido, al igual que lo hizo al prometer que México tendría un sistema de salud pública de primer mundo en el mismo plazo, sin que su nuevo Insabi termine de despegar.

Pese al escándalo de su hermano Pío López Obrador que también fue pillado recibiendo dinero para apoyar al movimiento morenista en Chiapas, es cierto que en dos años el Presidente no ha tenido escándalos tipo Casa Blanca y mantiene intacta su imagen de político honesto, pero eso no basta para que dé por hecho que esa actitud se permea en automático a todo su gabinete y su gobierno.

Menos aún por el desprecio que ha mostrado ante el trabajo de un Sistema Nacional Anticorrupción en ciernes y que ha buscado por todos los medios desmantelar suspendiéndole todo tipo de apoyo.

Contra la muy optimista narrativa presidencial anticorrupción se oponen también hechos bochornosos que tienen que ver con el mundo del narcotráfico como el “culiacanazo” luego del cual sigue libre Ovidio Guzmán, y sin que nada pase en México luego todos los señalamientos de complicidades revelados en el juicio al “Chapo” Guzmán en Estados Unidos, la detención de Genaro García Luna y el extraño caso del General Salvador Cienfuegos.

Finalmente el México sin corrupción que volvió a alucinar ayer López Obrador desaparece por el muy evidente uso faccioso de la Fiscalía General de la República (FGR), que en teoría debería ser independiente, pero que ha actuado al ritmo que el Ejecutivo le impone en los contrastantes casos de Rosario Robles, a la que se trata con todo rigor por revanchas políticas pasadas, y la permisividad que raya en la impunidad con la que se ha tratado a Emilio Lozoya, por el caso Odebrecht. 

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