Jueves, 25 de Abril 2024

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¿Cómo lo haría un ranchero?

Por: Juan Palomar

¿Cómo lo haría un ranchero?

¿Cómo lo haría un ranchero?

Macizo, lógico, bonito. Estas son las notas que distinguen desde siempre a la buena artesanía, a la arquitectura hecha por sus propios usuarios cuando son dueños de su cultura y de su oficio. Como querían los clásicos, desde Vitruvio: Firmitas, Utilitas, Venustas: Firmeza, Utilidad, Belleza.

La mejor arquitectura que ha sido producida por la humanidad tiene estas características invariantes. Porque tales notas emergen del sentido común, del razonamiento elemental y recto, de la búsqueda de la verdad expresiva y de la armonía. En la arquitectura popular los ejemplos abarcan milenios de la historia humana. En la arquitectura “culta” (por llamarla de algún modo) la sofisticación es mayor, sin embargo en sus muestras más acabadas las tres cualidades están presentes con plena transparencia.

Es ya célebre la cita que encabeza esta columna y que proviene de Luis Barragán, cuando, ante un determinado problema arquitectónico se preguntaba “¿Cómo lo haría un ranchero?” Se refería así al inmemorial repositorio de sabiduría que se encuentra en las construcciones rurales de muy diversas latitudes, a los medios en donde es necesario resolver los problemas constructivos con solvencia física, con eficiencia, con natural belleza. Existe, en la biografía de Barragán, una acentuada cercanía con el campo, sus requerimientos y sus usos.

La gran lección consiste en la consistente aplicación que el arquitecto hizo a lo largo de su carrera de esa enseñanza para concebir y edificar una obra que se encuentra entre lo más destacado del siglo XX, y de la historia de la arquitectura mexicana.

Por contraste, es útil considerar a tanta de la arquitectura comercial que se construye en estos tiempos. En demasiados casos, tecnología y métodos de construcción novedosos, materiales sofisticados y voluntades arquitectónicas que buscan a toda costa destacar y llamar la atención. La preferencia por ciertos tics formales y el rebuscamiento de los volúmenes completan el cuadro: así se obtienen simples construcciones a la moda que suplantan el lugar de una arquitectura consistente, útil, bella.

La conciencia de los habitantes de una ciudad está constantemente nutrida por lo que ve. La  arquitectura (con y sin comillas) es una muestra evidente de lo que la ciudad propone a propios y extraños. La falsa arquitectura, aparatosa y “espectacular”, constituye un referente equivocado: trata de hacer de la pretensión, la simulación y el derroche una moneda de cambio que termina por contaminar la mentalidad general. Deseduca.

Hay que volver a las cuestiones básicas, a los principios intemporales. A la pregunta barraganiana: “¿Cómo lo haría un ranchero?” Con estos puntos de partida es posible levantar arquitecturas nuevas, dignas, capaces de instaurar la indispensable belleza en la ciudad.

jpalomar@informador.com.mx
 

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