Viernes, 29 de Marzo 2024
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Coco y la Rana

Por: Pablo Latapí

Coco y la Rana

Coco y la Rana

Si fue hermoso que el mexicano Guillermo del Toro ganará los Oscares a Mejor Director y Mejor Película por su “Shape of Water” (La Forma del Agua), fue todavía más hermoso ver la alegoría de lo mexicano y del tradicional Día de Muertos que se desencadenó en el escenario como pretexto de la película estadounidense Coco, que obtuvo el Óscar a Mejor Película Animada y a Mejor Canción.

Una fiesta de Color, Música y Alegría, que nos evoca mucho de la naturaleza, el ADN, de los mexicanos.

La mala noticia es que México no es así, y si en algún momento lo fue, hace rato que dejó de serlo.

Hoy a México no lo gobiernan la fiesta, el color, la música y la alegría; hoy es el territorio del miedo y de la desconfianza, gobernado por la inseguridad, la impunidad, la transa y la corrupción.

¿En qué momento nos perdimos?

Recordamos entonces la metáfora de la rana y el agua hirviendo.

Se dice que si usted pretende hacer que una rana se sumerja en un trasto con agua hirviendo, la rana inmediatamente salta y se aleja. Pero si usted sumerge a la rana en agua a temperatura ambiente y ese trasto lo pone lentamente al fuego, el agua empezará a hervir, pero como el cambio de temperatura es gradual la rana no lo registra y al final muere cocida.

No hace mucho nuestro país era el territorio que se podía recorrer por carretera sin mayor empacho; se podía “pueblear” en todo el Bajío, caminar por sus bosques y sus montañas, nadar en sus playas semi vírgenes y en sus lagunas, recorrer las calles céntricas de sus principales pueblos y ciudades, y era rarísimo que hubiera incidentes desafortunados.

Ahora que vemos la alegoría a propósito de Coco nos damos cuenta que el agua está hirviendo, y como gente con espíritu de alegría y fiesta, ya estamos cocinados.

No nos podemos explicar en qué momento el país quedo incondicionalmente en manos de una clase política que ha contaminado (para mal) las funciones básicas del Estado, seguridad y protección, en su afán de manejar las responsabilidades como cuotas de grupo y que ha dejado los órganos encargados de garantizarlas y procurar justicia en manos de personajes políticos que sólo han ido de paso, y han excluido a los perfiles de carácter técnico que hubieran por lo menos saber dónde estaban parados.

Una clase que en su afán de no ser castigada por sus groseros actos de corrupción ha promovido y provocado la impunidad, convirtiendo el delinquir en una actividad no sólo lucrativa sino exenta de castigos o condenas.

Cuántas responsabilidades para una clase disfrazada de distintos partidos que se ha servido, y se sigue sirviendo, a costa de un país que debió haber sido, si no mejor, sí bueno en algún momento.

Mucho que agradecer pues a la entrega de los Oscares, pero también mucho por lo que hay que sentarse a reflexionar.

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